viernes, 14 de marzo de 2014
“Inventario”: ese árbol literario de José Emilio Pacheco
Abelardo Gómez Sánchez*
Para Julián Hernández, que seguirá vivo.
Propongo ver la columna “Inventario” de José Emilio Pacheco (México, D.F. 1939-2014) como una cristalización arborescente, un ente vital, orgánico y estimulante que —periódica y periodísticamente— se ramificó durante cuatro décadas hasta configurar un gran árbol hecho de miles de hojas alimentadas con esa savia peculiar: la tinta. Dicho árbol fue sembrado con tenacidad, paciencia y pasión, fundamentalmente en el inmenso humus de muy diversas tradiciones literarias; pero la heterogeneidad de sus materiales lo convierten en un vasto corpus, o para seguir con la imagen, un sólido tronco cultural.
Inventario nace el 5 de agosto de 1973 en el suplemento “Diorama de la cultura” del ya legendario Excélsior de Julio Scherer García. Por cierto, esa primera entrega se reprodujo con la cabeza “Diez años de Inventario” en el número 353, del 8 de agosto de 1983 de la revista Proceso y, dato curioso, se trata de la única edición con doble Inventario. El singular ejercicio de inventariar de este autor, no sólo implicó lo evidente de esta labor, es decir, su ambición sostenida de registro, sino —y esto es de suma importancia—: el ojo selectivo y sobre todo la valoración de nuestros patrimonios literario y cultural. Y es ésta, su amorosa tarea de poda, la que nos permite reconocer y celebrar ciertas ramas y frutos de esta arborescencia humanística.
Son tres sus principales ramificaciones temáticas: la Literatura, la Historia y, en menor medida, sus denominados minirelatos, ficciones referidas a hechos históricos o del pasado inmediato. Desde luego, la rama más larga y sinuosa, de nuestro árbol, la más vigorosa y tentadora es la literaria y, dado que estamos hablando de una columna con más de mil quinientas entregas, a ella nos reduciremos —por respeto al lector, pero no sin una dosis de autofrustración.
Una vez parcialmente autosilenciado, debo decir que José Emilio es un cultivador de esa unidad plural, y vale decir pluralista que es toda tradición literaria. De ahí que leerlo sea el recordatorio y la reconstrucción permanentes de los intrincados, azarosos y sorpresivos vasos comunicantes que, durante siglos y quizá milenios, han constituido ese diálogo, ese rompecabezas infinito de la intertextualidad, entre escritores y pensadores, más allá de sus Lenguas, sus naciones y sus épocas. Leer a este periodista cultural es encontrarse una y otra vez con la faena clarificadora de los múltiples y perpetuos intercambios que entraña el oficio de escritor. Para ilustrar esto doy un único ejemplo entre cientos; en su “Inventario” del número 566 de la revista Proceso de 1987 nos dice que sin el escritor francés Jules Laforgue: “(…) no se explica la última fase del modernismo hispanoamericano (Juan Ramón Jiménez, Leopoldo Lugones, Julio Herrera y Reissig, Ramón del Valle Inclán, Ramón López Velarde) y [que] hubiera sido muy distinta la New Poetry que iniciaron Ezra Pound y T.S. Eliot”. Y para reforzar este rasgo axial de Pacheco, un menos que diminuto muestrario de sus colaboraciones de los años setentas y ochentas, en la revista Proceso, resulta aleccionador acerca de la permanente entretejedura del fenómeno literario: “Malraux o la tentación de Occidente”, 1976; “Fitzgerald y Hemingway. Historia de una amistad literaria”, 1978; “Kim Chi Ja, el poeta en prisión”, 1980,
“The dream is over. “Por el camino de John” [Lenon], 1980; “Ana Ajmátova (1899-1966). La poesía contra los crímenes del poder, 1989; o “Rushdie y Jomeini: morir por el libro, 1989.
Por lo demás en su Inventario, “Turguénev entre el zar y los nihilistas” (Proceso, Núm., 32, 13 de junio de 1977), el escritor dice: “Muertos Edmund Wilson en 1972 y W. H. Auden al año siguiente, V. S. Pritchett es el último hombre de letras en lengua inglesa, es el representante final de una especie no sólo en peligro sino a punto de extinción”. En manos de ellos la reseña “se convirtió en obra de arte sin dejar de ser informativa y polémica (esto es, periodística) y sin rozar siquiera los terrenos académicos que pertenecen a un género muy distinto”. Esta cita me parece central en Pacheco porque, si bien es muy clarificadora respecto a su visión del periodismo cultural, nos permite situar los trabajos y los días de este singular escritor, es decir, es autodefinitoria.
Como es obvio, aquí me he concretado —y ya lo dije sólo parcialmente— a su labor periodística. Y he hecho tajante abstracción del José Emilio poeta, narrador, traductor, escritor editorial, editor y gran antologador que festeja el mundo, ya habrá “chance”. Pero quiero concluir con otro rasgo cenital de este autor, su ethos de escritor. Frente al vedetismo literario, esa adicción vergonzante a la pasarela y al exhibicionismo que distorsiona la práctica literaria real, o sea, escribir desde la honestidad intelectual, y honrando el idioma en que se escribe, como quería W. H. Auden. Contra ello digo, José Emilio Pacheco insistió, y tenía toda la razón, en que lo importante de un escritor es su obra, no su persona. Y aquí hay que enfatizar una antigua verdad de la tradición literaria, ésa que dice que la Literatura, independientemente de las variantes formales que se postulen, implica siempre una apuesta axiológica, es decir, ética y estética. Y algo más, algo que no vemos por ser una señal soterrada en su propia obviedad, que se nos pasa por estar a la vista: cultura es etimológica y fácticamente cultivo y, en este orden, la columna aquí reseñada no es otra cosa que el laborioso y generoso itinerario personal de su autor, es decir, su autocultivo. Y ahora sí finalizo invitándolos a que paseemos la vista por el campo universal de la República de las Letras a la sombra frondosa, refrescante y generosamente divulgativa de Inventario, este nuestro árbol literario.
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