•El Movimiento Estudiantil desembocó en una nueva visión del
México Contemporáneo. De los ideales, 55 años después, a la perdida de los
mismos.
Colaboración especial: Mario Ruiz Hernández
Valle de México., octubre del 2023.- Han pasado ya poco más
de cinco décadas (55 años), y aquel Movimiento Estudiantil del 2 de octubre de
1968 posiblemente para muchos aún y sigue siendo memorable.
Es una realidad que, al no vivir de cerca el movimiento,
pero que no excluye del mismo por las consecuencias que trajo,
irremediablemente que marcó un nuevo paradigma para la naciente generación de
los setentas y ochentas.
Evidentemente que el 2 de octubre del 68 en las Facultades,
Escuelas Nacionales, Preparatorias y CCH ‘s., de la UNAM, los análisis
respectivos eran materia obligada por el momento histórico que se vivía en ese
entonces.
En el ejercicio estudiantil la batalla por la democracia se
volvía un combate ideológico en intramuros, y la expresión del Estado era la
connotación del adversario a vencer en todo tiempo.
Claro que, para la incipiente matricula estudiantil la carga
de inevitabilidad, fatalismo y rebeldía que significa para una generación
heredar límites, nos hablaba de alguna manera de enormes ideales y causas
difíciles de llevarlas a su claudicación.
En la polémica por el presente, la generación del sesenta y
ocho se fue al pasado inmediato que desembocó en una nueva visión del México
contemporáneo.
Para los politólogos y sociólogos que efectuaron el
tránsito, la permanencia del régimen no era un acto de inmovilidad política,
sino una realidad que a lo largo de los últimos sesenta años había cambiado
radicalmente, teniendo actores distintos con posiciones diferentes frente al
Estado.
Ante ello, apareció una versión inédita de la realidad, la
que se forjó con jóvenes intelectuales que empezaron a diseñar los cimientos en
los albores de los setentas, constituyéndose en productores sociales del nuevo
desarrollo urbano industrial sostenido.
Cada una de las demandas sociales y políticas era
precisamente el síntoma del desarrollo. Los sectores medios urbanos habían
crecido y se habían diferenciado claramente de la estructura social.
Desde ese momento la nuestra protesta era un reclamo de
reconocimiento, pero también en el acto mismo de la contestación, el auto reconocimiento
de las dimensiones.
Los nuevos actores que surgimos presionamos a lo largo de la
década para abrir el espacio político de un sistema, cuya eficiencia en la
dominación sobre los grupos campesinos y obreros, había permitido reproducir y
consolidar el bienestar.
Las demandas que se sostenían eran fundamentalmente dos: la
primera la democracia, tanto en las formas de organización laboral como de
participación ciudadana, frente al corporativismo sindical y el sistema
corporativo clientelista de la organización política.
La segunda, el reclamo de las expectativas frustradas de
ingreso y status surgidas a partir de la idea de movilidad social a través de
la educación media y superior.
El destino y grandeza prometido por sí, por cada uno de los
profesionales liberales, empezaba a estrellarse frente a un mercado de trabajo
privado, cada vez más competitivo y limitado o frente a un Estado que expandía
su aparato de servicios devorando al “joven profesionista” hasta dejarlo
convertido en un “lamentable burócrata”.
Nuestras y las otras preguntas después de todo lo sucedido
en “el genocidio” y que ponía en cada instante el centro mismo del debate
incluso interpretaciones cerradas, creo yo, el último eslabón de la otrora
Revolución Mexicana, que se eslabonaba en una cadena sucesiva desde 1910-1968,
la cual se omitía, en la represión a las demandas democráticas.
Pedir la Libertad democrática frente a la organización
laboral vigente era, abrir la posibilidad del beneficio económico y las
prestaciones sociales, pero a condición de enfrentar directamente la burocracia
sindical dispuesta a todo.
El marco de referencia o histórica de la década encerraba
conflictos en los sectores medios urbanos, pero protagonistas en la
sindicalización de los técnicos en PEMEX, empleados bancarios, el conflicto
médico, la intensa lucha de la asociación de padres de familia frente al libro
de texto gratuito, el conflicto estudiantil de 1968 y muchos otros más no son
casos menores y aislados.
Por el contrario, fueron movimientos sociales contestatarios
de precisamente, estos sectores medios urbanos en un periodo igual, en el cual
surgen los primeros brotes de guerrilla urbana y rural, compuesta también por
los sectores medios radicalizados a la izquierda que enfrentaron la represión
en Chihuahua y Guerrero.
Esta década de los setenta tributarios de aquella que se
moldeó al calor de los conflictos sociales, vio ampliado el cauce de la
“democracia representativa”.
En ese sentido, el Estado creó nuevos espacios de
negociación a través de la reforma política, transformando la contestación de
los interlocutores de los sectores medios urbanos en negociaciones
comprometidas con el sistema político, el cual los partidos políticos pasaron a
formar parte.
Francamente que el 68 arrojó de todo; en donde fundamentalmente
la democracia ha sido el eje en torno al cual ha girado el discurso público,
tanto el del poder como el contestatario, y se ha convertido en la sustancia a
partir de la cual los grupos buscan su primera identidad política y su asiento
de legitimidad.
En contraparte, cinco décadas después, no existe punto de
referencia de una y otra generación que de pronto se transformó en la lucha por
el estar en contra de todo y a favor de nada.
Los ideales se perdieron y esas clases medias urbanas que
dieron el peso específico al movimiento, han degenerado tanto y
desafortunadamente se asienta una nueva generación actualmente perdida sin
visión y rumbo.
Aunado a una severa crisis de valores fundamentales; alta
deserción escolar, precocidad, “niñas madres solteras” y padres menores de edad
sin trabajo y estudio, en tanto de jóvenes que corren con la misma suerte,
convertidos en eventuales amantes de lo ajeno.
El pasado para ellos pasó y enfrentan otras nuevas
realidades que van de la mediocridad y la frustración a lo ridículo.
Empero lo que más duele es la desaparición del universo
cultural y moral que ha dado identidad a pasadas generaciones.
Esa desesperación de aquel horizonte espiritual según el
cual los valores supremos de libertad, la razón, la tolerancia y el respeto por
el pensamiento del otro se agotaron.
Hoy, existe otra realidad, un nuevo paradigma en la cosa
pública, Un gobierno democrático surgido de las fuerzas progresistas, en la que
muchos activistas de aquel momento están en el gobierno.
Es un México totalmente diferente, bastante alejado del 68 y
que, en el fondo, nada tiene que ver con las actuales demandas e incluso
consigas y comportamientos colectivos.
Es pues, la otra realidad, las nuevas generaciones a las
cuales posiblemente olvidaron la esencia del Movimiento Estudiantil de aquella
otra y también época, hoy en día con el Covid-19, “el clientelismo electoral”,
“el orientar la pobreza como botín político”, una criminal persecución a quién
piensa diferente al inquilino de Palacio Nacional o a su “chairiza, y sus
matraqueros”.
Es el otro México, años luz al surgimiento de las ideologías
y al pensamiento crítico y revolucionario, y que avanza a una alarmante
tragedia desde el Estado o “narco estado”, que hay que considerarlo seriamente
ya es el Cuarto poder, alejado de los denominados comunicadores sociales,
desplazándolos al Quinto Poder y un 6° Poder, el Poder Ciudadano.