miércoles, 18 de marzo de 2015
Me gusta sentir el público enfrente: Luis Gimeno
MILENIO México
Durante tres décadas el actor mexicano Luis Gimeno vivió económicamente de lo que le dejó hacer un comercial de televisión del jabón Ariel. Entre risas, dice, “en mi casa solo entran productos de limpieza de Procter and Gamble”.
Divertido y pícaro al platicar asegura seguir muy enamorado de su mujer, la también actriz Virginia Gutiérrez, con la cual lleva 63 años de matrimonio, y con quien ha tenido cinco hijos, 14 nietos y tres bisnietos: “La conocí en la Escuela de Teatro de Bellas Artes. Me enamoré de ella a primera vista porque está ‘buenísima’. Es la que me lleva todo en la vida. Hace mucho que yo no firmo ni un cheque”, comenta sentado en la sala de su casa.
Amante de la literatura, la ópera, la zarzuela y el buen teatro, se dice feliz lejos de los escenarios, y aunque todavía lo llaman para hacer alguna puesta en escena o telenovela “estoy cansado desde que me operaron de las lumbares hace cuatro años. Luego me empezó a doler la pierna izquierda y no pude salir más”, recuerda.
En entrevista con MILENIO, Gimeno hace un repaso por su vida histriónica, sus amigos, su familia, sus padres, su hermano Enrique, sus gustos y aquello que lo ha definido a lo largo de la vida. Lo mismo recuerda su biblioteca y colección de partituras que su amor por el futbol y el club Barcelona.
¿Por qué se mantiene lejos de los escenarios?
Por la operación y por la edad. El año pasado me hablaron para que hiciera una película y una serie. Este año me han vuelto a llamar, pero ya no puedo. Mi mujer, Virginia, y el director de teatro José Solé me han dicho que lo haga, pero solo lo volvería a hacer si me dirigiera Solé. La última obra que hice fue Visitando al señor Green. Duramos casi dos años. Tuvo mucho éxito. A mí me dieron el premio al Mejor Actor del Año y a Pepe el de Mejor Director. Es una obra muy fácil y muy difícil a la vez porque solo hay dos personajes hablando entre ellos. El público se la aguantó y se divirtió.
¿Se siente cómodo fuera de los escenarios?
Muy cómodo.
¿Qué opina de los jóvenes actores o artistas que hay en la actualidad en México? ¿Son buenos, malos, hay de todo?
Yo veo la televisión y no conozco a nadie. Hay de todo. No abundan los buenos. No es fácil. A Humberto Zurita, por ejemplo, lo vi actuar desde joven y siempre dije que tenía algo interesante. Una cosa es actuar para uno y sentirse logrado, generalmente estás equivocado, y otra que te acepten en la profesión como un miembro más. Otro ejemplo de buen artista es Javier Camarena. Solía ir a las finales del premio de ópera Carlos Moreli. Hace dos años me encontré con Camarena y me pareció fantástico. Tiene lo que Plácido Domingo: no corta una frase musical nunca, es exacto; no tiene la figura de Plácido ni el dominio musical, pero es extraordinario. Uno más que admiro mucho es Ignacio López Tarso. Nacho es de mi generación. Él tiene la facultad de adaptarse perfectamente a lo que le pide el director. Es extraordinario. No he visto una sola obra donde yo pueda decir: ‘No estaba tan bien o no le alcanzó’. Siempre está bien, haga lo que haga.
Háblenos de sus inicios como artista…
Hice el bachillerato en Barcelona. Estudié dos cosas: el Conservatorio y empecé a trabajar como director de orquesta con mi hermano Enrique, que ya falleció, y filosofía en la universidad. Tengo el remordimiento de que engañé a mi papá porque él quería que estudiara agronomía y aunque le dije que lo haría, me anoté en filosofía. En México un día vi en el periódico un anuncio que decía que se inauguraría la cátedra de Literatura Dramática y Actuación, me llamó la atención, y me inscribí.
Usted, que ha hecho teatro, cine y televisión, ¿cuál de los tres géneros es el que más le gusta y por qué?
Cuando me preguntan qué me gusta más, si el teatro, el cine o la televisión, yo digo el teatro. Sentir el público enfrente, yo sé si el público me escucha o no me escucha, si voy bien o mal.
A usted lo han dirigido gente como Ignacio Retes, Emilio Carballido, Celestino Gorostiza, Ludwik Margules y Seki Sano, entre otros, pero ¿quién ha sido el mejor director que lo ha sabido llevar?
José Solé. Él es el mejor director que ha tenido y tiene este país. Es de mi edad. Tenemos uno o dos años de diferencia. Tengo 88 años y él 86. Se va a enojar conmigo por decir su edad. Es el mejor por su cultura, preparación, sensibilidad para comprender a los autores, porque sabe adivinar lo que quieren decir con sus textos. Tuvo la desgracia de que por fumar perdió las cuerdas vocales. Cuando lo operaron su esposa y la mía lo cuidaron en el hospital. Él no podía hablar. Un día su secretaria me llamó a su oficina en la Coordinación Nacional de Teatro, y yo no sabía que tenía el aparatito para hablar, por lo que cuando lo escuché decirme: ‘Siéntate por favor’, le respondí riéndome: ‘¡Arturito!, el de La guerra de las galaxias’, por lo que me volvió a decir: ‘Cuando vengas a pedirme dinero para la Compañía Nacional de Teatro te voy a mandar a la tiznada’. Nos queremos mucho, como si fuéramos hermanos. Solé es el mejor en teatro, como en música Plácido Domingo. Ese es como si fuera mi hijo. Lo quiero y admiro muchísimo. Tiene un talento súper dotado. Lo mismo agarra la batuta y dirige a una sinfónica de Berlín que se aprende El príncipe Igor en ruso. Tiene un oído musical extraordinario. Ojalá sus hijos saquen la mitad de él.
¿Cuál fue su experiencia con Seki Sano y Margules?
Seki Sano me dirigió en La Mandrágora, de Maquiavelo, y Margules Don Juan, de Mollier. Me llevaba bien con ellos. Les encontraba defectos, aunque no decía nada. Me quedaba callado. Las metidas de pata también me las callaba. Sí había cosas que montaban y no me gustaban. Estuve a punto de renunciarles en varias ocasiones, pero luego veía a los compañeros que trabajaban conmigo y me decía que no los podía dejar colgando.
¿Qué tanto influyo en su carrera venir de una familia de artistas?
Mis papás eran cantantes de ópera. Mi madre se retiró cuando nos tuvo a mi hermano Enrique y a mí. Nosotros nos radicamos en Barcelona, aunque nací en Montevideo. En Europa hay que estudiar muy duro. Allá hay un espíritu de competencia que aquí no existe. En México, con que pases ya la hiciste. Un día, trabajando ya para Bellas Artes, me llegó un oficio que decía que debía presentarme para revalidar mis conocimientos en el Conservatorio. Cuando llegué me encontré amigos músicos, maestros que me preguntaban si no llevaba apuntes. Les respondía: ‘No, todo lo tengo en la cabeza, no me hace falta nada’. No tuve problema. Les contesté todo.
En los últimos tiempos lo hemos visto interpretar abuelitos. ¿Con qué tipo de papeles se siente más cómodo?
Si lo entiendo, lo que interpreto lo hago con el cerebro y corazón. Si no lo entiendo, no lo hago. Lo importante es conocer de qué se trata el personaje, cuáles son sus sentimientos, qué piensa cuando se va a dormir.
¿Le cuesta interpretar papeles de villano?
En mi carrera hice un villano. Mi esposa interpretaba el papel de una tal Alicia Montoya y yo le hacía la vida imposible. Era un malvado estúpido. Era de lo primero que hacía y dije: ‘Bueno, si quiero seguir adelante debo interpretar este papel’. Fue en una de esas series conocidas en España como culebrones. Pero no me gustan los villanos.
¿A qué cree que se debe que la televisión mexicana siga exaltando las novelas rosas o la historia de “La cenicienta” después de tantos años?
La televisión es una industria. El público manda. Lo que el público acepta y le gusta es lo que hace la compañía. El estilo mexicano de melodrama ha tenido gran éxito hasta en Rusia. Las compañías se han dado cuenta, que esto es un negocio y por eso siguen el mismo camino.
Háblenos de su trabajo como director de teatro. Sé que dirigió obras como “La novicia rebelde"…
Me gusta dirigir. Si el actor entiende cómo quiero al personaje, nos ponemos de acuerdo y seguimos adelante; si no me comprende, prefiero darlo de baja. Hay algunos actores que son muy reacios, no hacen caso de lo que les dice el director. Ellos tienen su punto de vista, y uno como director debe ocuparse en lo general de toda la obra, no solo de un personaje. La mayoría de los actores quieren figurar por encima de los creadores, autores y directores. He dirigido alrededor de 12 obras. Todas han tenido un sentido y un valor para mí.
¿Con qué actor o actriz ha tenido mejor comunicación al dirigirlo?
Germán Robles, por ejemplo. Aunque de repente era insoportable porque quería hacer las cosas a su manera. Es muy buen actor. Hace tiempo que no lo veo ni le he hablado, porque me dijeron que está enfermo. Me duele porque lo quiero mucho y lo conozco desde hace muchos años. Ahora, si tuviera que hablar de actrices, mi mujer es muy buena, de un tipo determinado de actriz, pero como Ofelia Guilmain no hubo nadie en este país.
Háblenos de su trabajo como profesor de música…
Me gustó mucho. Tenía mi sistema y muchos maestros de música me lo copiaron porque vieron los resultados. Se llamaba: “La clase al revés”. Yo les daba clases normalmente y una semana después los alumnos me la daban a mí. Ellos podían preguntarme lo que querían y si yo no sabía algo les subía puntos. Estuve en la Secundaria No. 4, que está en la Rivera de San Cosme.
¿Qué tan importante ha sido la ópera en su vida?
Iba a los ensayos de mi papá. Conocí a grandes cantantes italianos como Aureliano Pertile. Yo hablaba italiano y me trataban como italiano. En mi vida fue muy importante. Hago coraje cuando veo en las trasmisiones de la ópera que se cambia la escenografía y la esencia de la época. Es una falta de respeto. Le quitan el sabor a lo que quiere decir el autor.
¿Qué piensa de que estén cerrando teatros como el Jiménez Rueda o el de la Casa de la Paz?
Creo que quieren vender el Teatro Julio Jiménez Rueda. Pero lo que me preocupa es que los boletos son carísimos. He visto hasta de 600 pesos. Llenando el teatro dos veces no alcanzan a pagar sus gastos. No sé cómo le harán. ¿Lavarán dinero?
Platíquenos del comercial de Ariel que hizo durante 30 años…
Por eso tengo esta casa, la de Villa del Carbón, en el Estado de México, y otra en la calle de Sinaloa. Ese comercial fue lo mejor pagado. No me gustaba nada, en absoluto, pero ni hablar, pero me pagaban muy bien. Al final me cansé de las señoras gordas en la azotea. Me dieron una compensación por mi trabajo y acabé con el comercial. Meses después me pidieron ir a grabarlo nuevamente, pero a Nueva York, y como dije que no porque tenía trabajo, mandaron la producción, escenógrafos y maquilladores a México para que lo hiciera en las condiciones que yo quería. Incluso querían que me quitara el bigote, pero les dije que éste era sagrado.
Sé que está preocupado por el futuro de su biblioteca cuando muera...
En el fondo del pasillo principal de esta casa hay un tilichero. Entre lo que ahí se encuentra hay dos libros: los dos tomos de vestuario de la Enciclopedia Onken. Esos dos libros valen toda la biblioteca. Son la historia de los trajes de época, de los muebles, de las escenografías y cuando llegan a la lagunilla esos libros no los venden. Los venden a dos mil 500 la lámina. El escenógrafo Julio Prieto me llegó a ofrecer hasta 18 mil pesos por tomo. Además tengo una colección de partituras y orquestaciones. En México no debe haber una igual.
¿Alguna vez pensó en dedicarse a otra cosa que no fuera ser actor?
Me dediqué a la actuación porque estaba enamorado de mi mujer. Andaba tras de ella. Era un cuerote. Era guapísima. Es todavía a pesar de la edad que tiene. Yo la veo guapísima. No pensé nunca en dedicarme a otra cosa.
¿Se acuerda exactamente cómo conoció a su esposa Virginia Gutiérrez?
Sí. Fue en las clases que nos daba Clementina Otero, que fue una extraordinaria actriz que tuvo la desgracia de casarse con un abogado muy celoso que no la dejaba trabajar. Nos decía: ‘Si me ven en la calle con mi esposo no me saluden’. Después de dos años de conocer a Virginia nos casamos y seguimos juntos hasta ahora.
¿Fue amor a primera vista?
No sé de ella, pero para mí sí, porque estaba buenísima.
Algunas obras en las que ha actuado
“Mi amigo el asaltante” (1956), de André Haguet.
“Iglú” (1959), de Mark Feed.
“La ratonera” (1960), de Agatha Christie.
“Las alas del pez” (1960), de Fernando Sánchez Mayáns.
“El rey Lear” (1963), de William Shakespeare.
“Columna social” (1964), de Celestino Gorostiza.
“Los hombres del cielo” (1965), de Ignacio Retes.
“El inspector general” (1965), de Nikolái Gogol.
“Medusa” (1968), de Emilio Carballido.
“Volpone” (1977), de Ben Johnson.
“La jaula de las locas” (1993), de Harvey Fierstein.
“Las muchachas del club” (1999), de Iván Menchell.
“Los árboles mueren de pie” (2000), de Alejandro Casona.
“Visitando al Sr. Green” (2006), de Jeff Baron.
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