lunes, 7 de diciembre de 2015
Casi el 9% de la población en México vive hacinada
LA CRÓNICA Comer en el piso de tierra o sobre la cama, entre tendederos y pilas de ropa vieja. Dormir, soñar todos en el mismo colchón: cuatro, cinco, seis corazones palpitantes en medio del sopor de un solo cuarto de 4 metros de largo por 3 de ancho. Sudor. Estrujo. Moscas. Tufos…
Son estampas del hacinamiento de vivienda en el país, el cual afecta al menos a 10.2 millones de mexicanos, casi el 9 por ciento de la población según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). Aunque los números parecen ajenos a una realidad desbordante: basta cruzar un umbral o tocar una puerta para descubrir los rostros en tribulación de quienes viven apretujados, sin privacidad ni reposo. Sucede aquí, en este municipio polvoriento del estado de Puebla, donde se cultiva haba y ejote por 100 pesos la jornada y donde conforme a Sedesol el 55 por ciento de las viviendas registra hacinamiento: 4 mil 458 de 8 mil 130 casas.
De 38 localidades, 24 tienen alto grado de marginación…
Los pasos van hacia Santa Cruz Otlatla, en cuya entrada las autoridades locales montaron un anuncio descomunal para presumir el número de casas beneficiadas con programas de calidad y espacio, una suerte de broma oficial.
Atrás quedaron los campesinos de piel agrietada y los trucheros en quiebra.
Otlatla huele a carbón y a desamparo.
—¿Qué es vivir hacinado? -se pregunta a doña Guillermina Rojas, una abuela que a sus 63 años volvió a ser madre: una nuera abandonó a su hijo y tres nietos de diez, cinco y tres años. Los seis, con el abuelo Luis, comparten un cuarto diminuto donde el único resplandor es el de la corona de un Niño Jesús.
—Se siente uno como sardina: ni pa’dónde moverse…
SEDATU: INDIFERENCIA. De acuerdo con cifras de Coneval, Puebla está entre los cinco estados con más personas hacinadas en el país: alrededor de 820 mil, un espejo que se refleja con fuerza en Veracruz, Guerrero, Chiapas y Edomex. En porcentaje de población, Guerrero es el más alto con 24.5 por ciento.
El hacinamiento no se limita a incomodidades y asfixias. Trastoca la seguridad e intimidad personales; dispara los riesgos de salud, violencia intrafamiliar y abusos, en especial contra niñas y mujeres. Es la carencia de vivienda con mayor incidencia a nivel nacional, por encima de pisos de tierra o muros y techos de material endeble. Y no se vislumbra a corto plazo una maniobra gubernamental para combatirlo o dar continuidad al trabajo de la Unidad de Microrregiones de Sedesol en los últimos años. A partir del 2016, el programa “Un cuarto más” o “Cuarto Rosa” será operado por la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, donde nada se sabe del tema… Tras mes y medio de solicitudes por parte de Crónica, la dependencia fue incapaz de ofrecer un diagnóstico y de armonizar una estrategia integral de atención. Sólo silencio, tinieblas, pues según la página web institucional, la titular Rosario Robles desconoce hasta en qué momento se cumple la condición de hacinamiento: “Es si tenemos más de cuatro personas en una vivienda”, se reproduce ahí, cuando según Coneval es 2.5 por cuarto.
Pero aquí, en Otlatla, donde una cruz de madera da la bienvenida, no son dos ni tres en promedio por cuarto… Ni cuatro. Ni cinco.
PENURIAS. Hoy sólo hay sopa y tortillas de maíz azul en el cuartito de doña Guillermina. El menú de sus nietos Joan, Abigail y Oswaldo, el mayor y cuyos ojos taciturnos develan las secuelas del abandono maternal. Comerán sobre la cama maltrecha y saldrán al campo para la tarea escolar. Aquí es imposible, entre trapos, inciensos y demás cachivaches. Los niños fueron aceptados en el colegio de manera provisional ante la falta de actas de nacimiento. “Qué tristeza que estos chamacos anden encerrados aquí, en medio de dos viejos enfermos”, dice la abuela. Don Luis se empleó como peón: le pagan 20 pesos por arpilla de haba cortada.
El hacinamiento es sólo una faz de la pobreza, convive con las penurias educativas, laborales, legales y de salud, con la falta de servicios básicos y con el resquebrajamiento familiar.
La de los Soto Rojas es una historia muestra… En el mismo predio, nueve familias —entre hijos y yernos— han fincado sus casas, la mayoría levantadas con madera, lámina o cartón; sin puertas, ventanas ni piso firme, en un espacio menor a 25 metros cuadrados y una basta descendencia. Son en total 52 personas en nueve cuartos carcomidos, un promedio de 5.8 habitantes en cada uno. Abuelos con nietos, tíos con sobrinas, padrastros con niños, padrinos con ahijadas, en una mescolanza desdichada.
Sólo un par de las nueve viviendas fueron elegidas por el gobierno poblano en el programa de techo firme, pero las obras resultaron una mofa más: se optó por ahorrar láminas, el tejado quedó corto y el agua comenzó a filtrarse.
Braulio Soto, de 43, y su esposa Reyna de 35, se abren paso apenas entre sus cuatro hijos adolescentes, quienes duermen en un roído petate. En días de lluvia las goteras son enemigas.
Elia prendió ya el fogón para atizar un par de mazorcas dulces que serán merienda de su esposo Marcelo, después de su jornada en el empaque de zacate, donde gana 550 pesos a la semana. Duermen todavía los gemelos Priscila y Sebastián de dos años y medio, asediados por insectos, mientras los otros tres chiquillos —de entre seis y diez años de edad— imaginan cómo sería su vida en una casa de tabique y más amplia. “Yo me estiraría a lo que más den mis manos y pies”, suspira José Mauricio, de 10, y el más travieso, Emmanuel, de 8, promete a su madre estudiar para ser bombero y construirle la cocina de block que siempre ha anhelado.
Maleny, de cinco años y quien vive en el enmohecido cuarto de al lado junto a su madre y dos hermanos, es más arrojada: “Voy a ser presidenta”…
—¿Y para qué quieres ser presidenta? -se le pregunta.
—Pa’ darle trabajo a todos —balbucea.
Su mamá: Blanca, de 35, atiende una abarrotera en la cual percibe 130 pesos diarios. Cuando puede ahorra 10 o 20 pesos, pues no pierde la ilusión de que sus hijos tengan algún día un cuarto propio.
Carla, quien vive con sus suegros, su esposo y un bebé, amasa todas las mañanas dos cuartillos de maíz: salen más de tres kilos de tortilla que vende entre el resto de los apretujados. Son las tortillas que ha comprado doña Guillermina para sus nietos, que ya se frotan las manos. “Hay que rezarle antes al Niño Jesús”, pide la abuela.
—¿Por qué tanta fe al santo? -se le pregunta.
—Me lo dieron unos patrones hace 45 años. Un día mi esposo enfermó y lo desahuciaron. Le supliqué al niñito que si lo curaba le pondría unas pestañas muy largas. Hizo el milagro y le compré sus pestañotas.
—¿Y ahora qué le pide?
—Que le dé cabeza a mis nietos en los estudios, para que se compren su casita y no vivan como nosotros: amontonadas, como gallinas enjauladas…
Datos
Millones de personas en hacinamiento: 10.2
En zonas urbanas: 6.2
En zonas rurales: 4
2014
Los estados con más hacinados por porcentaje de población
1. Guerrero: 24.5
2. Chiapas: 20.4
3. Campeche: 16.5
4. Quintana Roo: 14.5
5. Yucatán: 13.4
6. Puebla: 13.3
6. Oaxaca: 13.3
7. Baja California Sur: 12.5
8. Veracruz: 10.3
9. Morelos: 10
10. Tabasco: 9.7
Los estados con más hacinados por miles de personas
1. Estado de México: un millón 302 mil 200
2. Chiapas: un millón 61 mil 200
3. Guerrero: 868 mil 200
4. Veracruz: 822 mil
5. Puebla: 818 mil 900
6. Oaxaca: 528 mil 800
7. Guanajuato: 427 mil 300
8. Distrito Federal: 398 mil 100
9. Jalisco: 391 mil
10. Michoacán: 377 mil 300
Fuente: Coneval
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