viernes, 20 de diciembre de 2013

¡Salvemos nuestros bosques!

Estudios de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) indican que, en las últimas dos décadas, la principal causa de la deforestación mundial fue y sigue siendo la conversión de bosques a tierras para agricultura y pastoreo1. Se podría suponer (tal como pregonan sus defensore) que este «avance» agroganadero es el precio que hay que pagar por el progreso y la erradicación del hambre en las regiones pobres. No obstante, ya que en la práctica resulta exactamente lo contrario, vale la pena esclarecer el asunto. Deforestación histórica Se estima que a lo largo de los últimos 5.000 años la desaparición total de terreno forestal en todo el mundo ha ascendido a 1.800.000.000 de hectáreas2, significando la pérdida de 1/3 de los recursos forestales del planeta. La situación se hace más alarmante teniendo en cuenta que en los últimos 10 años el promedio anual neto de desaparición de bosques se aceleró llegando a los 5.200.000 hectáreas3, equivalente al desmonte de la superficie de 22.259 campos de fútbol por día, cifra que a pesar de su espectacularidad ni siquiera muestra la deforestación real por contemplar la reforestación artificial que, dicho sea de paso, está lejos de reemplazar la biodiversidad de los bosques originarios. Hasta principios del siglo XX, las mayores tasas de deforestación se registraban en los bosques templados situados en América del Norte, Asia y Europa. Esto se debió a la expansión agrícola de estas regiones, contribuyendo significativamente el aclamado «desarrollo económico» en boga y el consiguiente uso indiscriminado de los bosques para extracción de materias primas y combustible. Esta pauta fue cambiando en el siglo XX, de modo que a mediados de siglo la deforestación prácticamente había cesado en la zona templada, mientras tanto el ritmo de deforestación en los bosques tropicales de todo el mundo aumentaba, y sigue en aumento, como consecuencia de la dependencia de actividades económicas realizadas en las tierras4. La FAO afirma que las sociedades agrarias en desarrollo han sufrido a menudo presiones para suministrar materias primas destinadas al desarrollo industrial de otros países, esto combinado con la corruptibilidad y ansias de riquezas de las oligarquías, obsecuentes a las exigencias de las potencias mundiales, llevó al debilitamiento de las leyes y regulaciones ambientales de los países agrarios facilitando la explotación irracional de los recursos forestales de sus territorios. Por otro lado, como las tasas de deforestación mostraron aumento en períodos de desarrollo económico y se estabilizaron o incluso disminuyeron cuando algunas sociedades alcanzaron cierto «nivel de riqueza», erróneamente muchos «eruditos», no se sabe si por cortedad o mala intención, asociaron «la pobreza» como causa principal de la deforestación. Siendo que para salir de toda duda bastaría difundir la comparativa del uso recursos forestales de parte de «los pobres» frente al desmadre de las grandes empresas agroganaderas, no queda duda de que los medios de comunicación (especialmente los grandes) tienen su cuota de complicidad en el asunto. Más aún, gracias al tendencioso martilleo de estos últimos, dicho «error de apreciación» efectivamente permeó en la inteligencia débil de amplias capas de la población para instalarse como creencia, la creencia de que los pobres son los causantes principales de la destrucción de los bosques en todo el mundo. Obviamente la industrialización y el crecimiento demográfico han jugado un papel preponderante en lo que hace a la progresiva deforestación de bosques a nivel mundial, esta es una realidad innegable. Pero no por ello deberíamos concluir que no hay responsables directos en la cadena de perjuicios medioambientales que acarrea el modelo de producción-consumo actual. Si uno investiga un poco encontrará un alto grado de premeditación en el uso irracional de recursos naturales. Se topará además con instituciones, leyes y autoridades que garantizan la maximización de ganancias del sector privado por encima de las consideraciones sociales, sanitarias y ambientales más fundamentales. Esto es así desde hace mucho tiempo, no debería extrañarnos que los grandes poderes económicos guíen a su antojo los vaivenes de la «democracia», teniendo a su disposición presidentes, parlamentos, jueces y, por sobre todo, medios masivos de comunicación para realizar impunemente todo tipo de atrocidades, comprensión última que debería darnos la perspectiva adecuada para responder una importante pregunta que nos compete en esta ocasión. ¿Quién paga los costos ambientales? «Externalización» es un concepto que explica grandes crímenes que la mayoría desconoce. Se refiere a la práctica, generalmente realizada por grandes empresas, de no asimilar costos de producción transfiriéndolos a agentes externos. En otras palabras, es hacer que otro se haga cargo de los gastos que uno no quiere asumir. Esto va desde la subcontratación de empresas especializadas, pasando por la destrucción de los ecosistemas y llegando incluso hasta genocidios reales, pudiendo afectar bienes públicos, comunales, privados y la vida misma de la gente. Lo más interesante es que gran parte de esta «externalización» puede ser realizada sin el consentimiento de los afectados, metodología que la hace especialmente atractiva para los psicópatas que dirigen las grandes corporaciones internacionales. La lógica de la «maximización de ganancias» capitalista impulsa e incluso obliga a las corporaciones a superponer el lucro sobre cualquier otra consideración6. Por ejemplo, si una corporación se enfrenta con el dilema de contaminar un río o invertir en un sistema de vertido de residuos, los accionistas de dicha empresa tienen «derecho» por ley de exigir que el directorio opte por la opción más lucrativa, que en este caso significará la polución del río y la transferencia del costo del daño ambiental al todo social o «externalización», de manera a eludir (con todos los medios a su alcance) las responsabilidades que correspondan al caso. Bajo la misma lógica las grandes empresas agroexportadoras de los países agrarios adquieren millones de hectáreas de bosques y las convierten en grandes extensiones de monocultivos destruyendo a gran escala la biodiversidad acumulada por millones de años. Es importante resaltar que, inversamente a lo que pregonan sus defensore$, este modelo de producción no genera ningún tipo de «progreso», por lo menos no para la mayoría de la gente, al contrario, a su paso va mostrando con toda claridad (si se quiere ver) una brutal concentración de riquezas y un aumento de pobreza insólito. Casi está demás decir que para demostrar la falsedad de la supuesta «lucha por la erradicación del hambre» que pregonan los voceros de las grandes empresas agroganaderas, no hace falta más que observar las variaciones ascendentes de los índices de desnutrición en los países dónde hacen sus incursiones. Agroecología El profesor Bill Mollison, precursor de la permacultura, opina que el problema de la agricultura actual es que no es un sistema orientado a la producción de comida, sino a la producción de dinero. Siendo lo esencial la apropiación individual y el enriquecimiento sin límite, resulta hasta mediocre pensar un sistema capitalista sustentable. Más valdría concretar un nuevo modelo socialmente equitativo basado en paradigmas agroecológicos y, por qué no, una revolución espiritual de la conciencia que nos acerque a una Nación Humana Universal.

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