sábado, 22 de febrero de 2014

La crisis de confianza en México y en su instituto electoral

La crisis de confianza en México y en su instituto electoral Desconfianza en el IFE y las elecciones.
Francisco Bedolla Cancino* La desconfianza creciente en los organismos electorales y el desánimo progresivo de la participación electoral son los dos elementos que distinguen la coyuntura electoral que enmarca el surgimiento del Instituto Nacional de Elecciones y, al mismo tiempo, el proceso de designación de los 11 consejeros electorales. Puestos en perspectiva histórica, saltan a la vista las diferencias en cuanto a su origen. Grosso modo, la confianza en el IFE exhibe un movimiento constante a la alza en el período que va de 1990 al año 2000. De hecho, en las mediciones promedio de las encuestadoras más prestigiadas, con entre 70 y 80 puntos porcentuales, habría alcanzado su punto más alto a raíz de las elecciones presidenciales ganadas por Vicente Fox y, tras las elecciones de 2003, habría empezado su desplazamiento a la baja, acelerado por su poco afortunado papel en las controversiales elecciones presidenciales de 2006 y 2012. Hoy, pese a los ostensibles esfuerzos para influir en los métodos, instrumentos y resultados de las mediciones de confianza de las encuestadoras, el IFE deambula entre los 40 y los 50 puntos porcentuales. La participación electoral, por su parte, con una tasa superior al 77%, alcanzó su punto más alto en las elecciones presidenciales de 1994. Tras alcanzar su techo histórico, salvo en las elecciones de 2012, lo demás ha sido un andar en reversa. Lo cierto es que hoy la participación se sitúa en el 63%. Balances y cuentas alegres al respecto, queda la duda de cuál sería el tamaño de la participación electoral si se descontara la cantidad de electores que son movilizados el día de la jornada electoral por las estructuras de todos los partidos, a través de incentivos y promesas. De igual modo, si se cruzan los resultados de la votación presidencial en los municipios con mayor pobreza y marginación con los de menor, queda la duda sociológica de cómo es posible que los electores pobres sean más atentos al ejercicio de sus deberes y derechos electorales que los ciudadanos con mayores ingresos, información y educación. Interpretaciones teóricas aparte, menos motivos a la duda provoca el hecho de que, una vez que emergen y se consolidan, las tendencias a la desconfianza y el desánimo participativo tejen una sinergia viciosa, que socava la legitimidad del régimen y de los representantes populares, de la cual es difícil escapar mediante los mecanismos socorridos de la simulación. Si uno revisa las narrativas de las dirigencias políticas relevantes y de los consejeros electorales de los últimos diez años, el aspecto más sintomático y preocupante es la reticencia a hacerse cargo de que cada vez es menor la proporción de ciudadanos que confía en el árbitro electoral y cada vez es mayor la proporción de electores que intercambia su voto por un pago en especie o en dinero; o bien, que se inclina hacia un partido o candidato en razón de las promesas o amenazas de los promotores del voto. Hoy, el vaso comunicante entre ambas tendencias disruptivas, sin lugar a dudas, es la partidización cruda y abierta de la composición y funcionamiento del Consejo General, que ha terminado por entronizarse también en las estructuras técnicas y ejecutivas del IFE. A entender propio, es en el contexto delineado por los desafíos de construcción de confianza y ciudadanía que ha de ser colocado el surgimiento del INE y la integración seminal de su máximo órgano de dirección. Y al respecto, el dilema es claro: o más de lo mismo, es decir consejeros designados mediante el procedimiento de reparto por cuotas partidistas, con los consecuentes costos en desconfianza y mercadeo burdo de votos; o un procedimiento de selección imparcial y por méritos profesionales, que esté en condiciones de hacerse cargo de dos de las herencias más negativas dejadas por el IFE. Frente a este dilema, con el respeto que me merece José Antonio Crespo lo menos relevante es si los cuatro consejeros en funciones se quedan o se van. En lo personal, no tengo la menor duda de que si usan su experiencia para hacer lo que han venido haciendo, resultan absolutamente prescindibles. Desde una perspectiva de interés público, resulta fútil traer a cuento el tema de la justicia o injusticia de acortar el lapso por el que fueron designados. Más consistente con tal perspectiva sería evaluar su continuidad en términos de lo que realmente importa: sus contribuciones al fortalecimiento de la confianza y la credibilidad institucional. El horno del régimen político nacional, valga la paráfrasis, no está para bollos. Las instituciones políticas nacionales, incluyendo las electorales, atraviesan por una profunda crisis de incomunicación, que es necesario y urgente atender. Por desgracia para el INE y para el futuro de la democracia nacional, el escenario que se vislumbra hoy es mucho más complejo que el vivido por el IFE de hace 23 años. Del IFE de inicios de la década de los noventa podían decirse muchas cosas. Por ejemplo, que sería incapaz de revertir una larga historia de fraudes electorales y de aprendizajes colectivos, pero no que fuese corrupto o ineficiente. Hoy, la historia es cualitativamente diferente. El IFE, por su gestión controversial de los últimos 10 años, ha pasado a ser un protagonista de primera fila en la batalla por la confianza electoral, porque precisamente su probidad está cada vez más en tela de juicio. La moneda está en el aire y el futuro es incierto. No obstante esa situación, poco lugar hay a la duda de que la superación de los complejos desafíos de la democracia electoral mexicana exige un INE altamente profesional y plenamente autónomo. El principal obstáculo para ello, sin duda alguna, es la férrea indisposición de los partidos para apartarse del método cortoplacista de reparto por cuotas. Postdata. Salvando a México. Más allá de la interesante cuestión de si los encargados del marketing presidencial tuvieron injerencia directa en el contenido de la portada de la versión internacional de la revista Time, el tufo mesiánico es inocultable. Ante el sospechoso silencio, la pregunta para la intelectualidad orgánica de las derechas es si en realidad son contrarios a las posturas mesiánicas o sólo a las de las izquierdas. * Analista político

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