viernes, 13 de junio de 2014

Los caminos minados que recorre un migrante en México

Por Hashtag . Elisabet Ramírez / @EliRamirezH - “El que no arriesga no gana”, afirma Darwin con la contundencia que sólo puede manifestar el que ha arriesgado todo. Salir de la zona de confort siempre representó un reto para el ser humano, que desde su nacimiento vive bajo una rutina de horarios, de alimentos y actividades. Sin embargo, es necesario conocer cuáles son nuestros límites, asegura Félix, quien al igual que Darwin decidió migrar y enfrentarse a lo que significa atravesar México siendo extranjero. Desde siglos atrás, el ser humano dejó su lugar de origen en busca de una mejor vida. La historia data de generaciones en las que los padres veían nacer en una ciudad a sus hijos, crecer en otra y casarse en una tercera opción. De acuerdo con la Organización Internacional de Migraciones (OIM), en el mundo 3.1% de la población es migrante. Académicos proponen la idea de migrar como un derecho fundamental, no obstante, no siempre se migra con garantías. Los países cierran sus puertas a las personas de un color distinto, de un acento diferente, pero sobre todo, con la cartera vacía y sin una credencial que los identifique. Al que viaja sin un permiso para pisar tierras distintas a la suya, se le llama indocumentado o migrante irregular. Cada que autoridades y medios de comunicación dan a conocer sobre un nuevo atentado en contra de migrantes a su paso por México, que además queda impune como el caso de la masacre de San Fernando en 2010 (se encontraron al menos 193 cuerpos y que se repitió en 2011), hace pensar que en pleno siglo XXI un documento es igual a ser merecedor de un trato digno. Darwin lleva tatuado en su brazo derecho ‘Yariel’, el nombre de su hijo. Viaja con sus primos Antonio y Denis, quienes salieron de su país natal Honduras en un intento por llegar a los Estados Unidos y conseguir trabajo para mejorar la calidad de vida de sus familiares. Dicen que hasta a su país llegan las noticias de centroamericanos asesinados, secuestrados o extorsionados a manos del crimen organizado, pero a pesar del peligro y desgaste que representa el viaje, deciden hacerlo porque “de estar en Honduras sin hacer nada vale la pena un intento”, asegura Darwin, el más platicador de los tres. Sin embargo, no toda historia tiene final feliz, menos en un país como México. Iliana Martínez, académica del Iteso y especialista en temas migratorios, puntualiza que “no puedes cruzar por ningún lado de la frontera mexicana si no pasas por el crimen organizado”. Ya mucho se habla sobre el abuso a los derechos humanos de los migrantes y la violencia a la que están expuestos. Para viajar en el tren se tiene que pagar una cuota, si no la pagan los avientan, o “les dan un tiro”, recuerda Edwin Antonio, el más serio, el de la mirada prudente y expectante, pero que no deja de agradecer que ellos lo pueden contar y no como muchos otros que se quedan en el camino. Y para seguir contándola, decidieron regresar a Honduras, pues Mexicali y el crimen organizado le pusieron un alto a su meta de llegar a los Estados Unidos. Al igual que Felix y André, resolvieron quedarse unos días en Guadalajara para trabajar, conseguir algo de dinero y seguir su viaje. André y Felix, coinciden en que sólo ellos entienden la fuerza de voluntad que amerita la decisión de seguir aunque el cuerpo diga lo contrario, y aun cuando la naturaleza decida jugar con ellos. La lluvia sin un techo, el frío sin un abrigo, el calor sin un vaso de agua fresca, o los días enteros que pasan sin comer, son factores que los hacen querer desistir, pero André, a quien los minutos no borran su sonrisa ni el brillo en sus ojos, recuerda un dicho de su país natal, Brasil: “Pobre de los ricos que tienen una cena harta y no conocen el valor de un pan”. Valor que sin duda Darwin y sus primos conocen bien, ya que después de estar perdidos durante 6 días en el desierto de Sonora, sin poder llevar nada a su boca más que los frutos que dan los cactus. Con las piernas acalambradas, casi sin poder moverlas, lograron llegar a la carretera donde un trailero les dio “raite”. Después de pasar horas sin comer, una coca cola y un chocolate saben a gloria, “no necesitamos mucho para ser felices”, reflexiona Felix. Aunque la migración existe desde siempre, comienza una mayor apertura al migrante irregular dentro del espacio público y una mayor interacción con la ciudadanía. Según Iliana Martínez, es imposible medir el flujo de la migración irregular a través de México, “no podemos saber si hay un incremento o no”, señala. Por otro lado, el padre Alberto Ruiz, quien dirige el albergue El Refugio en Guadalajara, nota un aumento de los dos últimos años a la fecha. De 5 a 10 migrantes que llegaban a diario, en la actualidad el refugio recibe entre 10 y 15 personas todos los días. André y Felix que también llegan a las ciudades sin saber que esperar, siempre encuentran familias que les abren la puerta de su hogar y la del refrigerador. En cambio, Darwin, Antonio y Denis, reciben monedas de algunas personas que transitan por las calles. Cuando se viaja en condiciones como las de los primos hondureños, con muchas expectativas, pero sin mucho dinero, pueden pasar semanas tras semanas sin tener comunicación con sus familiares. Es la incertidumbre en la que viven cientos de personas en Centroamérica al no saber nada de sus hijos, hermanos, padres, migrantes. A Denis, el más joven de los primos, de ojos marrones y brillantes, le prestaron un celular para que pudiera hablar a Honduras. Cuando se despidió se alcanzó a escuchar del otro lado de la línea un “Dios te bendiga”, la voz era de una mujer de edad avanzada. Por el contrario, André puede comunicarse a Brasil o Felix a su casa ubicada en Alemania en el momento que les plazca. Los paisajes que los migrantes ven, nuevos para ellos y lejanos para la mayoría, son paraísos que muy pocos conocerán. De nuevo André recuerda cómo un día un anciano lo felicitó por la aventura que había emprendido, ya que muchos no lo iban a hacer jamás, ni iban a poder maravillarse de lo que ellos conocen. André y Felix recorren las entidades en bici, Darwin, Antonio y Denis en tren, y decidieron viajar por distintas razones, pero a ninguno de los 5 se les borrará de la memoria las imágenes que la naturaleza les ofrece. -¿Cómo son las despedidas? –se le pregunta a Darwin, quien agacha la cabeza y con una sonrisa que disimula más bien la tristeza que hay en sus ojos, dice que es mejor “hacerse loco”. “Si uno se despide llora y no se va, mejor hacerse loco”. Sin embargo, los primos veían como necesario salir de su país e intentar dar una mejor vida a su familia. “Así es esto, tenemos que buscarle por otro lado si no se puede”, porque la similitud existente entre el gobierno de México y el de Honduras, según Darwin, es que “todo lo que agarra es para ellos”. André, por otro lado, resume su despedida con un fuerte abrazo y un hasta pronto. Mientras los ciclistas -André y Félix- contaban su experiencia, un niño guatemalteco de 12 años con su mochila y cobija en la espalda, se acercó a pedir una moneda. Dijo que viajaba con su hermano menor y que ese día a las 9:30 de la noche pensaban subirse al tren y seguir su ruta rumbo a los Estados Unidos. André y Felix también se iban a esa hora, en bici. Empero, la única verdad en el camino de todos los migrantes es lo incierto de sus destinos cuando se dirigen hacia EU…. En el artículo Derecho a migrar, el académico mexicano Miguel Carbonell, puntualiza que “la migración es uno de los rasgos que definen al mundo del siglo XXI”. Y es que la migración no es el problema, sino la falta de políticas adecuadas que permitan el tránsito seguro. En tren, en bici, o en avión, todos somos migrantes. Aunque Darwin, Antonio y Denis se dirigen hacia Centroamérica al igual que André y Felix, ni la vida ni la gente los ha tratado igual. Foto: Revista Ecclesia

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