- El Movimiento Estudiantil desembocó en una nueva visión del México Contemporáneo.
- De los ideales, cuarenta y siete años después, a la perdida de los mismos.
Colaboración especial: Mario Ruiz Hernández
Han pasado ya poco más de cuatro décadas, y aquel Movimiento Estudiantil del 2 de Octubre de 1968 posiblemente para muchos aún y es memorable.
Es una realidad que, al no vivir de cerca el movimiento, pero que no excluye del mismo por las consecuencias que trajo, irremediablemente que marcó un nuevo paradigma para la naciente generación de los setentas y ochentas.
Evidentemente que el 2 de Octubre del 68 en las Facultades, Escuelas Nacionales, Preparatorias y CCH ‘s., de la UNAM, los análisis respectivos eran materia obligada por el momento histórico que se vivía en ese entonces.
En el ejercicio estudiantil la batalla por la democracia se volvía un combate ideológico en intramuros, y la expresión del Estado era la connotación del adversario a vencer en todo tiempo.
Claro que, para la incipiente matricula estudiantil la carga de inevitabilidad, fatalismo y rebeldía que significa para una generación heredar límites, nos hablaba de alguna manera de enormes ideales y causas difíciles de llevarlas a su claudicación.
En la polémica por el presente, la generación del sesenta y ocho se fue al pasado inmediato que desembocó en una nueva visión del México contemporáneo.
Para los politólogos y sociólogos que efectuaron el tránsito, la permanencia del régimen no era un acto de inmovilidad política, sino una realidad que a lo largo de los últimos sesenta años había cambiado radicalmente, teniendo actores distintos con posiciones diferentes frente al Estado.
Ante ello, apareció una versión inédita de la realidad, la que se forjó con jóvenes intelectuales que empezaron a diseñar los cimientos en los albores de los setentas, constituyéndose en productores sociales del nuevo desarrollo urbano industrial sostenido.
Cada una de las demandas sociales y políticas era precisamente el síntoma del desarrollo. Los sectores medios urbanos habían crecido y se habían diferenciado claramente de la estructura social.
Desde ese momento la nuestra protesta era un reclamo de reconocimiento, pero también en el acto mismo de la contestación, el auto reconocimiento de las dimensiones.
Los nuevos actores que surgimos presionamos a lo largo de la década para abrir el espacio político de un sistema, cuya eficiencia en la dominación sobre los grupos campesinos y obreros, había permitido reproducir y consolidar el bienestar.
Las demandas que se sostenían eran fundamentalmente dos: la primera la democracia, tanto en las formas de organización laboral como de participación ciudadana, frente al corporativismo sindical y el sistema corporativo clientelista de la organización política.
La segunda, el reclamo de las expectativas frustradas de ingreso y status surgidas a partir de la idea de movilidad social a través de la educación media y superior.
El destino y grandeza prometido por sí, por cada uno de los profesionales liberales, empezaba a estrellarse frente a un mercado de trabajo privado, cada vez más competitivo y limitado o frente a un Estado que expandía su aparato de servicios devorando al “joven profesionista” hasta dejarlo convertido en un “lamentable burócrata”.
Nuestras y las otras preguntas después de todo lo sucedido en “el genocidio” y que ponía en cada instante el centro mismo del debate incluso interpretaciones cerradas, creo yo, el último eslabón de la otrora Revolución Mexicana, que se eslabonaba en una cadena sucesiva desde 1910-1968, la cual se omitía, en la represión a las demandas democráticas.
Pedir la Libertad democrática frente a la organización laboral vigente era, abrir la posibilidad del beneficio económico y las prestaciones sociales, pero a condición de enfrentar directamente la burocracia sindical dispuesta a todo.
El marco de referencia o histórica de la década encerraba conflictos en los sectores medios urbanos, pero protagonistas en la sindicalización de los técnicos en PEMEX, empleados bancarios, el conflicto médico, la intensa lucha de la asociación de padres de familia frente al libro de texto gratuito, el conflicto estudiantil de 1968 y muchos otros más no son casos menores y aislados.
Por el contrario, fueron movimientos sociales contestatarios de precisamente, estos sectores medios urbanos en un periodo igual, en el cual surgen los primeros brotes de guerrilla urbana y rural, compuesta también por los sectores medios radicalizados a la izquierda que enfrentaron la represión en Chihuahua y Guerrero.
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