martes, 24 de junio de 2025

El grito de Evaristo volvió a estremecer a México: Una noche de punk, memoria y resistencia




La Arena Ciudad de México fue epicentro de una sacudida emocional y sonora que quedará marcada en la memoria de toda una generación. El pasado fin de semana, Evaristo Páramos, ese poeta rabioso del punk ibérico, volvió a pisar tierras mexicanas, y lo hizo con la fuerza incendiaria de todos sus proyectos: La Polla Records, Gatillazo, The Kagas, The Meas y Tropa do Carallo. Más que un concierto, lo vivido fue una ceremonia laica de insumisión, un acto de amor colectivo, una cátedra de honestidad brutal dictada a gritos por uno de los últimos profetas del descontento.

Desde su llegada al país, Evaristo se mostró cercano, afable, generoso con sus seguidores que lo esperaban como quien aguarda el regreso de un exiliado querido. Con más de seis décadas sobre el lomo, el cantante navarro demostró que la edad es una cifra inútil frente al fuego que todavía arde en su pecho. Las cámaras apenas captaban su llegada cuando ya estaba sonriendo, firmando discos, abrazando la nostalgia de los que llevan tatuadas sus letras en el alma.

A las nueve de la noche, bajo un cielo lluvioso que parecía conspirar contra la ocasión, las luces de la Arena se apagaron y comenzó el asalto. “Nuestra alegre juventud”, de La Polla Records, abrió la faena como un puñetazo en el pecho, recordándonos por qué seguimos necesitando a Evaristo en estos tiempos de simulacro. Luego, sin respiro, vinieron “…O esclavos” de Tropa do Carallo y “Otra canción para la policía” de Gatillazo, trazando un mapa crudo, irreverente y vital de cuatro décadas de historia punk.

Fue una velada construida con esquirlas de todas sus etapas, donde las canciones no eran sólo canciones: eran heridas abiertas, himnos callejeros, fragmentos de una ideología que nunca se rindió. Sonaron los clásicos de La Polla Records —“Delincuencia”, “Así es la vida”, “No somos nada”, “Salve”, “Ellos dicen mierda”— como ráfagas de metralla emocional, mientras los temas de sus otros proyectos como “Come libertad”, “Poesía” o “Carne pa’ la picadora” tejían una narrativa que confirmaba lo evidente: Evaristo no pertenece a una sola banda, sino a una causa.

Y en el centro de todo, su figura: delgada, incansable, encorvada por el peso de los años pero erguida en dignidad, encendiendo un cigarrillo entre canción y canción como quien fuma en medio de una barricada. Su voz, afilada como navaja oxidada, no perdió potencia. Cantó sin adornos, sin artificios, con la urgencia de quien sigue escribiendo en tiempo real el manifiesto de los inconformes. Mientras tanto, el slam en la pista parecía un torbellino de cuerpos poseídos, una celebración tribal del desmadre y la hermandad.

Más de cuarenta canciones desfilaron como balas de plata. Cada una fue recibida con la euforia de quien se reencuentra con su adolescencia, con su rabia, con la parte más honesta de sí mismo. Cuando sonó “Ellos dicen mierda”, el público respondió con un coro atronador que hizo vibrar las paredes del recinto. Fue el colofón de una noche que, para muchos, fue mucho más que un concierto: fue un ajuste de cuentas con el pasado, una redención colectiva, un rito de despedida o de bienvenida eterna, según se mire.

¿Y qué decir del silencio entre canciones? Ese momento en el que Evaristo, con la mirada perdida y una sonrisa irónica, soltaba una frase como “los sitios son todos iguales, como es una discoteca tenemos que aprovechar”, y parecía resumir toda su filosofía vital: pasar por el mundo dejando huella, incomodar, cuestionar, resistir. No hacía falta más. Las canciones hablaban por él, y eso bastaba.

Ver a Evaristo Páramos en La Arena CDMX no fue solamente asistir al regreso de una leyenda. Fue abrazar la memoria de una generación que nunca dejó de creer en el poder de la palabra, en la música como trinchera, en el punk como forma de estar en el mundo. Fue llorar de emoción, sudar rabia y bailar con los puños en alto. Porque mientras existan voces como la suya, la mierda seguirá teniendo quien la nombre, quien la enfrente, quien la transforme en canción.

Y eso, en estos días de impostura, no tiene precio.

Una metamorfosis de sonidos llega con "Bouquet": El nuevo trabajo larga duración de Revegian

 

  • Atrevidos conceptos trae este nuevo álbum de pop experimental junto a un consolidado proyecto de dimensión internacional.

22 minutos con 23 segundos de disco, pop experimental y toques de funk componen el nuevo trabajo de Revegian titulado "Bouquet", nueve canciones con las cuales el multiinstrumentista penquista quiere desligarse de sus primeras creaciones musicales apegadas al post punk.

Atrás quedaron los tiempos de "Piénsalo" su single más reproducido en las plataformas para traernos un popurrí de estilos este 2025 con un larga duración que incorpora atrevidos singles como "Allright" o " Metamorfosis", el cual tuvo su adelanto en enero a través del videosingle "Junto a ti" que cuenta con más de 42 mil visitas en YouTube.

Según Gian Franco, líder del proyecto, este nuevo disco respecto de sus trabajos anteriores "tiene algo más de una historia, es un álbum conceptual donde el antiguo Revegian muere y se recibe otro”.

Mientras afinaba los últimos detalles de este nuevo material discográfico, Revegian se presentó en diversos recintos de concepción, como Bar Callejón y, en la capital, en el Santiago Músic Video del GAM respectivamente. También bajo el apoyo de SurPop Records, realizó dos shows en Perú y ya se encuentra planificando una nueva gira internacional.

El proyecto es actualmente un cuarteto de grandes artistas que además de su vocalista Gian Franco Compagnon; contempla al baterista Nicolás Nosoy, a la cantante Javiera Jara y al bajista Elías Espinoza.

“Cuando me presentaron el proyecto de Gian, lo primero que consideré, fue los estilos que tenía derivados del pop y el post punk, pero sentía que necesitaba mucho más groove, lo que se consolidó en Bouquet al mando de la producción IVANEWBIE”, expresó por su parte, Elías.

Revegian a sus cortos 17 años cuenta además con dos EPs; Encerrado (2022) e Incoherencia Adolescente (2023), material que junto a Bouquet puedes revisar en Spotify, Apple Music o Deezer.

Tzofo, documental que cuenta la historia, el dolor, la entereza y la dignidad de una mujer otomí

La película surgió como una necesidad del director para hacer una catarsis familiar y hablar de temas muy cercanos e íntimos, que duelen a nivel emocional y que creyó necesario externar para poder soltar, perdonar y liberar.

  • Ópera prima del cineasta Salvador Martínez Chacruna
  • Se filmó en Malinalco y Toluca, en el Estado de México
  • Contó con apoyos de ECAMC y EFICINE del IMCINE

Tzofo (siembra en otomí) es un largometraje documental y ópera prima de Salvador Martínez Chacruna, el cual se centra en la vida de Juliana Martínez, su madre, quien hace un recorrido introspectivo al pasado, en el cual habla de sus dolores, sueños y su existencia en general.

El documental se filmó en las regiones otomíes de Malinalco y Toluca, Estado de México, y fue posible gracias a los apoyos Estímulo a la Creación Audiovisual en México y Centroamérica para Comunidades Indígenas y Afrodescendientes (ECAMC) y el Estímulo Fiscal a Proyectos de Inversión en la Producción y Distribución Cinematográfica Nacional (EFICINE) Producción, además de formar parte de la selección Largometraje Mexicano del 22° Festival Internacional de Cine de Morelia.

La película surgió como una necesidad del director para hacer una catarsis familiar y hablar de temas muy cercanos e íntimos, que duelen a nivel emocional y que creyó necesario externar para poder soltar, perdonar y liberar.

“Empecé a tener muchas dudas de mi vida familiar, con mi padre, con mis hermanos y necesitaba poner orden en mi historia. Es un poco lo que hago con la película. Se van aclarando muchas preguntas que yo tenía”, comenta en entrevista Salvador Martínez Chacruna.

El trabajo, explica, fue muy valioso porque jugó distintos roles, desde ser el director de la película y, al mismo tiempo, el detonador de cosas familiares. “De pronto olvidé que era el hijo de la protagonista y que la historia era también muy íntima. Fue un proceso de multi disfrute a lo largo de toda la filmación, que duró alrededor de cuatro años y medio hasta su conclusión”.

Juliana Martínez narra en otomí de principio a fin y –aunque nunca aparece a cuadro hablándole al público– su voz se escucha mientras realiza sus actividades cotidianas con momentos performáticos “digamos que como tal no es una película que se centre en su vida, sino en un registro de su subconsciente”.

Recuerda Salvador Martínez Chacruna que la emergencia sanitaria por la COVID-19 fue un momento idóneo para que su madre y él pudieran tener muchas conversaciones; de ahí surgieron las seis entrevistas en audio que utilizó para el proyecto, que en ese momento no pensaba que serían la voz de Tzofo.

“Había pensado en un cortometraje, no más de 15 minutos; algo más simbólico, muy íntimo y personal, pero fue creciendo y lo único que hice fue encaminarlo y cuidarlo en todas y cada una de sus formas”, explica el entrevistado.

La fotografía estuvo a cargo de Diana Garay, quien, de acuerdo con el director, le dio riqueza e hizo crecer el proyecto, como fotógrafa y productora, porque contribuyó a que Tzofo creciera técnica y económicamente, y que tuviera un alcance más profesional.

El uso de voz en off, explica el cineasta, le pareció imprescindible pues, de esa manera, se establecía un diálogo íntimo con su madre a través de las conversaciones en otomí; para ello, se inspiró en el trabajo de Tatiana Huezo, quien lleva mucho tiempo con exploraciones de dicho recurso.

“No suelo hablar mucho con mi mamá en otomí, pero fue necesario para lograr un diálogo más cercano. El otomí tiene una musicalidad como si fuera una sinfonía en sus timbres y en sus pronunciaciones; eso marcó la pauta a nivel narrativo”.

La película Tzofo es sanadora y un abrazo al mundo desde sus mensajes. “Para mí ha sido una mezcla de las experiencias de todos los integrantes creativos de la película: de la música, el diseño sonoro, la fotografía, la animación. También fue un arriesgue, por ejemplo, el trabajo de animación con Esteban Azuela. Fue un reto integrarlo sin que se sintiera de sobra, pero logró algo bastante genuino, se sienten honestas sus intervenciones en los momentos clave”.

Y resaltó el impulso de los estímulos estatales para su desarrollo: “Esta película es la primera del ECAMC que logra un EFICINE, algo que me llevó a una transformación y a un entendimiento sobre qué hacía, dónde quería vislumbrar mi vida creativa como director, como productor, cómo seguir contando historias con el cine”.

Salvador Martínez Chacruna celebró que Tzofo abra una nueva posibilidad de producción entre los pueblos originarios de México y Centroamérica “espero que sirva de inspiración para seguir trabajando en otras comunidades”.

Finalmente, comenta que en el tintero están dos proyectos, uno de ficción y otro documental. “Me lo quiero llevar con calma, porque para mí fue un proceso muy potente concluir Tzofo, y aunque quedé muy satisfecho con el resultado, fue de mucho movimiento interno; por lo mismo, quiero recargar las baterías creativas poco a poco antes de retomar. Los proyectos que vienen implican para mí grandes retos en muchos sentidos, como madurar y crecer en ciertos niveles y esferas de mi vida”.

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