lunes, 28 de abril de 2014

Migrar no debería ser ilegal

Moisés Arévalo / Coma suspensivos. Hace unas semanas una amiga de mi mamá vino de visita a México. Ella es mexicana, casada con un egipcio, con quien tiene dos hijos, de 14 y 10 años, respectivamente. La familia vive en París, donde nació el hijo más pequeño, aunque el mayor nació en EE.UU., durante el tiempo que los padres residieron en Atlanta. A pesar de que llevan más de 10 años en la tierra de la liberté, égalité y fraternité, únicamente el más pequeño tiene la ciudadanía francesa; mientras que la madre, el padre y el hijo mayor sólo tienen la residencia. Este último, por su lado, tiene la ciudadanía norteamericana, egipcia y mexicana; sin embargo, por algunos problemas administrativos, únicamente ha podido obtener su pasaporte egipcio. Es así que para su visita a México, la madre y el pequeño entraron con su pasaporte mexicano y el mayor con su pasaporte egipcio y una visa mexicana que tuvo que tramitar con anticipación. (Resulta que nuestro fraternal país es también un “exigevisas” cuando se trata de gente de países más pobres o “potencialmente peligrosos”). Esta situación absurda es un caso de muchos por el mundo, en los que parejas o familias enteras viven las dificultades provocadas por la legislación sobre migración actual en varios países. Si bien los seres humanos han migrado desde siempre por todo el planeta, es en la época moderna cuando se marcan las fronteras políticas y comienza a constituirse un marco político-legislativo (por llamarle de un modo) en torno a la migración. Los tratados internacionales han hecho hincapié en ideas como integridad territorial y el derecho de cada país a decidir libremente sobre sus asuntos al interior de sus fronteras. Es así que prácticamente todos los países tienen (o creen tener) el derecho de controlar el flujo de población proveniente del exterior, y justificaciones para hacerlo hay muchas, aunque generalmente entran en el tema de seguridad nacional: “La gente de fuera puede presentar un peligro para nuestro país”. Existe un término llamado “securitización”, que hace referencia a cómo las ideas colectivas pueden convertir a ciertos temas en amenazas a la seguridad nacional. Lo que me recuerda a cómo los seres humanos desarrollamos diferentes miedos, según nuestra historia de vida; y así como hay personas que tienen miedo a que la crema de cacahuate se les pegue en el paladar*, hay países que desarrollan fobia al Islam, a las guerras nucleares, a las invasiones yanquis o a que personas de otras nacionalidades establezcan comunidades en sus territorios y empiecen a competir por empleos, adquirir propiedades, comercializar sus productos típicos, hablar su propio idioma y hasta formar pandillas, traficar sustancias ilegales o planear atentados. Aunque podría ser válido que los países pongan cuidado a sus fronteras, me parece que pretender controlar la migración sólo provoca que las personas en busca de mejores oportunidades de vida se vuelvan vulnerables a las violaciones a sus derechos humanos. Académicos como Mirko Bagaric, de la Facultad de Derecho de la Universidad Deakin, en Australia, considera que el control migratorio es un grado superlativo de discriminación, ya que obliga a que la gente nazca y viva dentro de estados que no eligieron, lo que no sólo les limita sus oportunidades de desarrollo como individuos, sino que, en muchos casos, significa la diferencia entre la vida y la muerte. Esto provoca que el destino de muchas personas sea más echado a la suerte, tipo “hay suertudos que tendrán una vida más digna y chida porque nacieron en Vancouver, y desafortunados que llevarán una vida del cocol porque nacieron en Sierra Leona”. Bagaric cree que idealmente el mundo debería optar por una política de fronteras abiertas, argumentando, para empezar, que controlar la migración es una violación a casi todos los tratados internacionales de derechos humanos que estipulan que todas las personas son nacidas libres y en igualdad en dignidad y derechos. Impedir el tránsito entre fronteras es impedir que muchas personas accedan y alcancen esa dignidad y derechos. Bagaric también asegura que el miedo de los países ricos a ser invadidos de gente de países pobres no está bien fundamentado, ya que la gente migra generalmente sólo por necesidades económicas o para escapar de algún conflicto político o social y, además, no todos tienen los recursos para hacerlo. Durante los años 50, por ejemplo, el Reino Unido dio derecho a que los habitantes de la Mancomunidad Británica de Naciones (el 25% de la población del mundo) migrara hacia Gran Bretaña y la pequeña isla no se saturó de gente proveniente de las antiguas colonias. A nivel nacional tampoco ocurre: En México la gente más pobre, que es la mayoría, no ha invadido las zonas exclusivas y nice de Las Lomas, Punta Diamante, Puerta de Hierro o San Pedro Garza, aunque tengamos derecho al libre tránsito, precisamente por los costos de vida. Es decir, es poco probable que las zonas más ricas del mundo se sobresaturen de gente proveniente de zonas más pobres. Además, el que los países con mejor calidad de vida abran sus fronteras, motivaría a que la ayuda hacia las naciones más pobres fluyera con mayor facilidad, precisamente para incentivar a que las personas se queden en sus lugares de origen. Finalmente, para Bagaric el argumento de que una persona tiene más derecho a vivir en una mejor zona sólo porque nació ahí es tan absurdo como creer que linaje nos hace mejores o como presumir la propensión a la diabetes, puesto que todas son características que la vida otorga al azar, no logros propios. Un individuo que nace actualmente en Canadá no contribuyó a construir Canadá y no tendría por qué sentirse mejor persona ni tener más derecho que otros a vivir ahí sólo porque a su madre se le rompió la fuente dentro de ese territorio. La migración, más que amenazar un país, lo enriquece. Los inmigrantes, si son integrados adecuada y humanamente, representan fuerzas laborales valiosas y contribuyen al desarrollo económico del país al pagar impuestos o crear empresas. La Sociedad de las Américas, organización que promueve el debate sobre temas de desarrollo, economía, diversidad cultural y la importancia de las relaciones entre los países del continente, asegura que la inmigración es necesaria en EE.UU., ya que los empleadores del país (con todo y la tasa actual de desempleo) están necesitados de personas con conocimientos y aptitudes para desempeñar trabajos clave, sobre todo en nuevas industrias, además de que con sus contactos en otros países pueden abrir nuevos canales comerciales. Durante los meses que se discutió y aprobó la llamada Ley Arizona (y otros estados comenzaron a preparar réplicas) varios dueños de negocios reportaron ante los medios haberse quedado sin trabajadores, debido a que muchos huyeron hacia otros estados. Lo que me recuerda que una de mis amigas norteamericanas alguna vez me platicó cómo los migrantes mexicanos rescataron del abandono al centro de su pueblo natal en Michigan, al establecer nuevos negocios. Mientras, en el hemisferio sur, en Australia, país cuya economía ha crecido mucho en los últimos años, hay un sector de políticos, empresarios y académicos que considera que si el país no quiere estancarse en su desarrollo debe, por lo menos, duplicar su población y la manera más rápida es facilitando el ingreso de personas de otros países. Lamentablemente, en el escenario internacional actual es difícil que haya una política de fronteras abiertas. De hecho, el control de la migración externa se ha endurecido desde el 11 de septiembre de 2001 y a raíz de las recientes crisis económicas en Europa y otros conflictos, como la guerra contra las drogas y los levantamientos sociales en zonas como Oriente Medio. El presidente Obama, por ejemplo, fue recientemente criticado por el diario The New York Times debido a su política de deportaciones y porque no ha logrado consolidar la reforma migratoria que tanto prometió. También, a principios de año, Suiza hizo público un referéndum en el que se reflejó el deseo de su gente de asegurar sus fronteras para limitar la migración proveniente de otros países europeos, lo que escandalizó a la Unión Europea y dejó a Angela Merkel con cara de WTF, porque se las aplicaron, así como ellos se la aplican a los países del “tercer mundo”. Lo anterior contribuirá a que migrar de un país a otro siga siendo difícil o ilegal bajo ciertas circunstancias y permitirá que las personas que buscan mejores oportunidades en otras regiones del mundo continúen expuestas a que se maltrate su integridad y se violen sus derechos, tanto al momento de intentar ingresar a un país, como una vez que haya logrado establecerse. En el Mar Mediterráneo ha habido accidentes de barcos con inmigrantes provenientes de África y que aspiran a llegar a Europa, algo similar a lo que ocurre con los “balseros” de Cuba o República Dominicana que intentan cruzar a Florida o Puerto Rico. En Australia, los refugees que llegan en barcos desde Asia son enviados a campos de detención en las islas periféricas, mientras se evalúa si son o no candidatos a asilo político y muchos de ellos son regresados a sus países de origen. En México, constantemente hay noticias de migrantes de Centro y Sudamérica asaltados, secuestrados, abusados sexualmente o asesinados durante su paso hacia Estados Unidos. En la misma land of freedom, los inmigrantes ilegales soportan jornadas laborales extenuantes, bajos salarios y condiciones de trabajo inseguras bajo la constante amenaza de ser deportados. Incluso aquéllos que logran constituir pequeñas empresas (como mis familiares en Texas —y a mucha honra—) continúan siendo “ilegales”, aunque paguen impuestos. Es irreal pensar que en corto o mediano plazo todos los países del mundo abrirán sus fronteras y todos los seres humanos podremos movernos libremente de un lugar a otro. Claro que es comprensible también que debido a tantos problemas sociales en el planeta haya temor a la migración proveniente del exterior. Sin embargo, es bastante hipócrita que en el escenario internacional, por un lado, los gobiernos, compañías trasnacionales y organizaciones como el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio promuevan y celebren la globalización, la integración económica, el libre mercado, la liberación de monedas nacionales, la reducción de aranceles y la inversión extranjera; pero por el otro se pretenda limitar el movimiento de seres humanos de un país a otro y se continúe discriminando a las personas por su lugar de origen. Pero, aunque la propuesta de fronteras abiertas sea utópica, creo que podríamos comenzar por irnos curando el nacionalismo barato, que no es el nacionalismo que incita a la gente a respetar las leyes y luchar por sus derechos sino aquél que, en el caso de los mexicanos, hace que griten como mandriles en celo y hagan trending topics en Twitter tipo “Me río de Janeiro”, cuando la Selección Nacional de Futbol le gana un partido a un equipo brasileño, o que utilicen términos como “hambrientino”, “taka-taka”, “sudaca”, “gringo” o “gachupín” para referirse a las personas de otras razas o nacionalidades que visitan o residen en el país. Porque no nos hagamos tarugos, no somos tan buena onda como creemos; en realidad somos una sociedad poco tolerante con las personas extranjeras, sobre todo cuando nuestro ego se siente amenazado por alguna de ellas. *Sí existe, se llama araquibutirofobia. Foto: Frontera Reynosa-McAllen, 2012 (Moisés Arévalo)

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