sábado, 10 de mayo de 2014
Las madres: entre el gozo y el dolor
Ella gritó cuando un grupo de soldados, envueltos en la oscuridad de la noche, entró a su humilde casa con intención de secuestrar a una mujer. La eligieron al azar, pues en la vivienda estaban también su hermana y su madre. Ésta última, impotente para evitar el rapto de su hija, corrió tras el soldado que la subió a su hombro, como si cargara un animal, e intentó desesperadamente ya no liberarla, pues qué podía hacer una pobre mujer contra un pelotón de jóvenes soldados armados hasta los dientes, sino cubrirla con un suéter.
Desgarradora escena de la película “Pecados de Guerra” (Casualties of War), protagonizada por Michael J. Fox y Sean Penn y dirigida por Brian de Palma, basada en hechos reales ocurridos durante la Guerra de Vietnam, y que recuerda una de las funciones vitales de una madre, “la protección”, la otra es su “función nutricia”. ¿Quién no ha oído decir a su madre o a la de alguien más “ponte un suéter” o “ya comiste”?
En una ocasión, quien esto escribe, presenció como una madre trataba de hacer comer a su hijo de 30 años, desahuciado y moribundo, vaciando comida por la sonda que le llegaba al estómago. Su acción pareció frenética e irracional cuando a todas luces no había nada más que hacer, pues su hijo ya no podía retener los alimentos y éstos no tendrían ya el menor efecto en su organismo. Pero ¿cómo decirle esto a una madre que trata de mantener vivo a su hijo contra toda lógica?
Las dos narraciones anteriores son ejemplos de lo que aparentan ser actualmente las dos funciones más importantes de la maternidad, la protectora y la nutricia. Ambas parecen ser una constante en las diversas regiones y culturas del mundo, aunque, desde el punto de vista de ciencias como la sociología, la antropología y la historia, ser madre no es una fatalidad de la naturaleza, ni de la biología, ni un designio divino, sino el resultado de siglos de historia, cultura, tradiciones, costumbres, valores, normas y buenos y malos aprendizajes.
Es así que las formas que adquiere la maternidad dependen de esquemas culturales más amplios, incluso de situaciones ligadas a experiencias individuales concretas. Así por ejemplo, no era lo mismo ser madre en las épocas en que las mujeres pertenecientes a la nobleza y los sectores más favorecidos se desentendían parcial o totalmente de sus hijos e hijas al entregarlos a sus esclavas o sirvientas no sólo para que los amamantaran sino para que los protegieran, criaran, cuidaran, acompañaran sin que eso significase ser una “mala madre”. Que ser madre hoy cuando el amamantamiento es presentado por la ciencia como una necesidad bio-psico-social, ya que la leche materna es considerada como una fuente de energía y ácidos grasos esenciales, relacionados directamente con el desarrollo cerebral de los niños y las niñas y dado que se piensa que la lactancia proporciona alimento, consuelo, ternura, comunicación entre madre e hijo, contacto y traspaso de oxitocina (la hormona del amor) de madre a hijo o hija (y aumento de la misma en la madre). En este contexto, amamantar es parte de lo que se espera de una “buena madre”, por lo que negarse a hacerlo sin justificación de peso si podría ser reprochable.
En corto, poseer un útero y la capacidad biológica de procrear, dar a luz y amamantar, no convierte a nadie en “madre”, ¡la maternidad no está en los genes!, parir un bebé no convierte en automático a ninguna mujer en madre, sino el todo socio-cultural que rodea a la maternidad y la dota de múltiples significados.
Ser madre no puede restringirse a un mero hecho biológico, por el contrario, es un producto histórico, que varía de tiempo en tiempo y de lugar en lugar. Y así como la práctica de la maternidad y la idea de lo que es ser una “buena madre” cambia a lo largo de la historia, cambia también de un grupo humano a otro, más aún cambia de una familia a otra y de una mujer a otra.
Las mujeres aprenden a ser buenas o malas madres en el camino, primero en su núcleo familiar y después a partir de experimentar la maternidad por sí mismas. Por lo que incluso, las funciones de protección y nutrición, al ser históricas, no “vienen con las madres”, no son un instinto milenario que las provee de amor, sabiduría, voluntad de sacrificio, apego hacia sus crías y del famoso “suéter”. Ser madre “no es natural”, de ahí la gran diversidad que supone el ejercicio de la maternidad.
Las mujeres aprenden a ser madres a partir de aquello que viven o han vivido. Bajo esta idea, unas mujeres viven su maternidad como gozo, como deseo, anhelo o bendición, como parte de una decisión propia; otras, por el contrario, la viven como imposición, castigo o fatalidad.
Muy diferente es “nacer” una hija o un hijo deseado, que uno producto de una violación o de una relación destructiva; muy diferente es también traer un bebé al mundo en tiempos de paz que de guerra, en épocas de abundancia que de escasez, en familias donde el amor es una constante, que en familias desunidas por el rencor, los apremios económicos, la violencia o cualquier otro factor, en hogares donde la madre aporta el único ingreso económico, lo que la mantiene muchas horas fuera de casa, etcétera.
Distinto es también ver crecer a los hijos y las hijas, verlos estudiar, casarse, tener sus propios hijos e hijas, que perderlos a causa de una dolorosa enfermedad, un accidente, una guerra, una precaria condición económica, a manos del narco, la delincuencia organizada, fuerzas militares o policiales represoras, saberlos muertos en un asalto, en un enfrentamiento entre narcos y militares o desaparecidos. Que hay más terrible para una madre que no saber dónde están sus hijos e hijas, si están vivos o muertos, si tienen frío o tienen hambre, como comentó una de las madres de migrantes centroamericanos en su paso por México. Es de llamar la atención que no habló de los secuestros, los golpes, los abusos, las violaciones a que los y las migrantes son sometidos, sino de frío y hambre.
Asimismo, en su paso por Veracruz, algunas de las madres que participaron en la novena “Caravana de madres de migrantes desaparecidos”, misma que tuvo lugar en diciembre de 2013, afirmó “Queremos darles las gracias a ‘Las Patronas’ por haberle dado de comer a nuestros hijos” , en alusión a las mujeres veracruzanas que esperan la llegada del tren, conocido como “la bestia” , para dar a las y los migrantes bolsas con comida.
Muy distinto es ser madre, para aquellas que perdieron a sus bebés en el incendio de la Guardería ABC , o en la fiesta donde adolescentes fueron asesinados mientras celebraban una fiesta en Villas de Salvarcar, o de los desparecidos del Bar Heaven Estas madres siguen ejerciendo su maternidad a pesar de que sus hijos o hijas ya no están. La ejercen al exigir justicia y el castigo a los culpables de estos terribles hechos, la ejercen al negarse a dejar atrás a quienes nacieron de ellas, al negarse a olvidar a sus hijas y a sus hijos La ejercen aunque nadie les enseñó a ser madres de una hija o hijo muerto o desaparecido.
La maternidad entonces es una experiencia viva, que se espera, se goza, se anhela, se elige o se rechaza, se impone, se sufre, todo depende si se es madre por elección propia, por destino, por casualidad, por accidente, porque fallaron los métodos anticonceptivos, por imposición religiosa, social o política al tener “todos los hijos que Dios me mande o mi marido o el gobierno quieran”, como ocurre en países como China, donde las mujeres no pueden tener todos los hijos que quisieran y donde la imposición gubernamental de tener sólo uno y ante el menor valor social dado a las niñas, millones de madres han sido obligadas a dejar morir o asesinar a sus propias hijas, para darse la oportunidad de tener un “hombrecito”. Lo mismo que ocurre en China pasa en la India y Pakistán. Según datos conservadores más de 100 millones de niñas fueron abortadas o asesinadas una vez nacidas, tan sólo en Asia.
No faltan tampoco en países considerados “más avanzados” en esos temas, declaraciones de funcionarios gubernamentales intransigentes que consideran a los fondos públicos como patrimonio del gobierno de manera que pueden condicionarlos de acuerdo al número de hijos por familia. Es el caso, de Rosario Robles Berlanga, Secretaria de Desarrollo Social, de México, quien en días previos afirmó que se negaría la ayuda social del “Programa Oportunidades” a aquellas familias que tuvieran más de tres hijos. Al parecer, inconscientemente, esta empleada gubernamental considera que las mujeres pobres e indígenas deben tener los hijos que el gobierno quiera, no así aquellas que no requieren de la ayuda pública para subsistir.
Ideas como ésta datan de siglos atrás en los que se pensaba que los pobres y otras llamadas “minorías” no deberían tener hijos. Habrá que preguntar en Presidencia de la República, hasta cuándo se podrá sostener el “No te preocupes Rosario” a funcionarias como Robles, quien a todas luces no tiene lo que se requiere para ocupar una posición tan importante en una secretaría de Estado encargada de atender las necesidades más urgentes de ciertos grupos de la población, como el formado por las madres de escasos recursos y sus hijos e hijas.
Como se ha visto hasta aquí, ser madre buena o mala es un asunto complejo cruzado por una serie de factores que no dependen solamente de las mujeres que tienen la fortuna o la desgracia de serlo. Ser madre entonces oscila entre el gozo infinito de engendrar y crear una nueva vida y la angustia y el dolor de no querer hacerlo o no poder mantener con vida a quien se ha nacido.
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