martes, 31 de diciembre de 2013
El día que no amanecimos gringos, sino encapuchados
A 20 años del levantamiento armado del EZLN contra el Ejército Mexicano, las cosas no han cambiado mucho, pero en la sierra se respira felicidad, libertad y armonía, afirma Salvador Díaz, documentalista del movimiento.
Salvador Díaz junto a un zapatista (Facebook @Salvador Díaz Sánchez)
Salvador Díaz, un alegre profesor de la Universidad de Chapingo y cineasta ganador de dos arieles por los documentales “Los encontraremos: represión política en México” (1983) y “Juchitán, lugar de las flores” (1984), platicó con Milenio Digital sobre su experiencia con los indígenas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional durante estos últimos 20 años.
Hace 20 años cuenta Díaz…
“El 1 de enero de 1994 un enracimado regimiento de indios chiapanecos rezongones y para acabarla de amolar, con fierros y pólvora. ¡Y además todos con pasamontañas!, le dijo ¡ya chole!, al gobierno del orejón, tracalero y tunante Carlos Salinas de Gortari, y ¡que le declara la guerra al Ejército Mexicano!.
Estos alzados se hacían llamar el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, pa’ servirle asté y a toda la concurrencia. O sea el que sería el famoso EZLN.
Todos nos quedamos de a seis. No era posible, el mero día en que muchos mexicanos pensaban que íbamos a despertarnos gringos con los ojos azules, cuando menos, o a participar ya desde ese momento de las delicias del primer mundo con la entrada en vigor del renombrado Tratado de Libre Comercio. ¡Zaz! que nos despertamos en Guatemala, donde las guerrillas estaban de a peso.
Y bueno, arrobados, asombrados ante ese ejemplo de valentía, heroísmo, decoro, prodigio y lucha, nomás recibíamos las noticias que retumbaban por todo el mundo”.
El también periodista texcocano recuerda así los primeros días del levantamiento zapatista, motivado por la marginación y el abandono, en el que se encontraban y (lamentablemente, dice él) aún se encuentran los indígenas del sureste del país.
A 20 años las cosas no han cambiado mucho, cuenta Díaz, las comunidades indígenas tzotziles de la Selva Lacandona chiapaneca continúan viviendo en la pobreza y el abandono, pero con la frente en alto y en pie de lucha, aunque aún no logran ser completamente autárquicos.
“En la selva se puede respirar la alegría y la esperanza y en la mirada de los zapatistas se vislumbra el orgullo de ser una comunidad autónoma dentro de la República Mexicana”.
El profesor, quien también tiene una maestría en Sociología Rural, afirma que los indígenas zapatistas viven igual que todos los campesinos del país, pero tienen una mayor conciencia política.
“A veces en mis tiempos libres, que generalmente son vacaciones, me escapo a la selva con mis queridos zapatistas, ahí las jornadas empiezan desde tempranito, antes de que salga el sol, como a eso de las 5 de la mañana y a esa hora también los niños ya andan despiertos.
El desayuno puede ser pozol o café con tostadas, en contadas ocasiones hay galletas marías, esas más bien se reservan para cuando hay invitados.
Después de desayunar los niños van al río por agua para sus casas o dan de comer a los animales, si es que los tienen.
En el campo ayudan todos: mujeres, niños y hombres adultos, y hay unos que trabajan en los talleres de zapatos o confección de ropa.
Ahí no hay diferencias entre Marcos, Tacho o Ramona (fallecida en 2006), todos son lo mismo, todos hacen lo mismo”.
El cineasta recuerda que alguna vez le tocó ver como el comandante Tacho les decía a los niños cómo y en dónde podían atacar a los militares “péguenles en los huevos, ahí no llevan protección y con resorteras y flechas jugaban y le pegaban a siluetas de cartón”.
Díaz también cuenta que alguna vez tuvo la oportunidad de platicar con una viuda que perdió a su marido durante los 12 días que duró el movimiento armado, “ella decía, a mi marido le tocó y también le pudo tocar al Sub o a Tacho”.
Entre las anécdotas que con más cariño recuerda el profesor Díaz está la del “segundo himno zapatista”, que según él, es la canción del moño colorado.
“Llegó la primera gran cita de apoyo popular al EZLN, en Guadalupe Tepeyac, a unos 90 kilómetros de Las Margaritas, en el corazón de la Selva Lacandona.
El 6 de agosto comienza la Convención de Aguascalientes, ahí en Guadalupe. Y ahí voy yo con mi handicam a filmar la Convención zapatista. Y… una chingonería, mis zapatistas, yo y otros compas, ahí, con ellos, platicando, filmándolos y luego entre las consignas revolucionarias voy escuchando, escucho, escuchamos la del moño colorado en marimba, y luego yo tarareándola, y luego milicianos zapatistas bailando la del moño colorado, y otra vez escucho y oigo, oigo y la del Moño 100 veces repetida”.
A 20 años, dice el profesor, las cosas no han cambiado mucho, pero en la sierra se respira felicidad, libertad, armonía, pues a pesar de sus carencias materiales los indígenas zapatistas sonríen por saber que cada día que pasa su autonomía va creciendo y se hace más sólida.
“A 20 años, el movimiento zapatista sigue vivo” y eso según él, quedó demostrado el año pasado con la marcha del silencio.
“No necesitaron gritar consignas, su silencio gritó mil veces su lucha”.
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