martes, 31 de diciembre de 2013
«Cuando una ley es injusta, lo correcto es desobedecer»
Mahatma Gandhi decía que «cuando una ley es injusta, lo correcto es desobedecer». Sea como sea, antes de adherir o rechazar la proposición sugiero tener en cuenta algunas importantes implicancias en contexto histórico, ya que sin ello podría suceder, por ejemplo, que un razonamiento radical nos condujera a una resolución simplista: romper todo y volver a la edad de piedra, tal como lo propone el anarquismo primitivista. Cómicamente un razonamiento simplista podría conducirnos a radicalizar el postulado adjudicando criminalidad a toda manifestación de rebeldía contra la tiranía de los poderes establecidos. Ambas posturas antihistóricas, pero la última además de destacar por su cortedad, sólo puede proceder de personalidades mezquinas y cobardes que se encuentran acomodadas en el monstruoso esquema social actual.
La ley
Para bien o para mal, la gente que defiende «el respeto de las leyes sobre todas las cosas», debería tropezarse (y golpearse fuertemente la cabeza) con ciertas realidades históricas. A pesar de los avances técnicos y científicos la humanidad no ha superado aún el paradigma de dominación primitivo del esclavismo. El feudalismo y el capitalismo, si bien muestran un sistema tecnológicamente superior y refinado en su regulación, no escapan de la lógica del control y sometimiento de las mayorías para sustentar el esquema de acumulación de riquezas de las elites dominantes. Además, por ejemplo: –En la antigüedad era legal poseer personas, es más, incluso en la actualidad en algunos lugares sigue siendo legal1. –En la Alemania Nazi, entre otras diligencias, era legal discriminar, torturar y asesinar judíos. –El absolutismo monárquico es un periodo muy particular donde se osó fundamentar la legalidad celestialmente otorgando (a través del clero) derechos divinos ilimitados a los monarcas, que (entre otras cosas) los facultaban a disponer de la vida y la muerte de las personas sin tener que brindar explicación alguna. –Hasta la promulgación de la Ley de Derechos Civiles de 1964 en EE.UU. era legal y estaba reglamentada la segregación racial. Por cierto que en todos los casos mencionados era ilegal cuestionar dichas legalidades y su desobediencia era castigada hasta con pena de muerte. Todo esto deja al descubierto que la ley cambia con la opinión de los tiempos2, y siendo esto así creo que en este campo no hay nada de lo cual asirse. Por demás está decir que con tales antecedentes toda persona decente debería encontrarse con serios problemas argumentativos a la hora colocar la jurisprudencia como incuestionable sistema de regulación social.
La institucionalidad
Otro sustento ilusorio de la legalidad se encuentra en aquel expediente que asume de forma tácita la irrebatibilidad de la autoridad que supuestamente concedemos a nuestros gobernantes. Me parece cómico que una cuestión de sentido común sea tan difícil de explicar a un adulto común, por ello me remito a una anécdota que podría clarificar el tema desde una perspectiva que no produzca convulsiones en los sistemas nerviosos débiles: De camino a casa, en el colectivo, escuché la charla de dos niños y en una parte de la conversación uno le preguntó a otro: «¿Es legal hacer un golpe de estado?», a lo cual su interlocutor respondió: «Depende de quién gana». Me pareció maravilloso el nivel de claridad y precisión de la respuesta, más teniendo en cuenta que la mayoría de los adultos se encontraban perplejos y ante la duda sobre la legalidad del reciente golpe de estado parlamentario en Paraguay. Con suerte de la anécdota anterior podría desprenderse la comprensión de que es la situación previa de poder la que instala una determinada ley que a su vez legaliza al poder3. O sea, aquel o aquellos que detentan el poder son los facultados para adjudicar la legalidad o ilegalidad de su autoridad y sus acciones. Siendo esto así, y teniendo cuenta la inercia de miles de años de violenta dominación que nos preceden, creo poco probable que los poderes establecidos asuman la tiranía y la ilegitimidad de su mandato.
Con respecto a la supuesta «democracia» que legitima a los poderes del estado y a sus autoridades a través de las urnas, creo que los adjetivos que mejor calzan son «farsa», «engaño», «mentira» y «patraña». El plebiscito en los tiempos que corren no pasa de ser un simulacro en el cual se hace creer a la gente que elige a sus representantes. Obviamente no es conveniente abandonar la lucha de los partidos políticos de la izquierda progresista, sería un suicidio dejar el paso libre a los partidos fascistas de derecha, pero, si desde la máquina partidaria los grandes intereses financian candidatos y dictan las políticas que éstos deberán seguir, es evidente que hay que replantear el concepto y la implementación de la representatividad. Una democracia real no puede ser posible mientras existan leyes que subordinan candidatos independientes a partidos políticos, o bien, subterfugios y limitaciones económicas para presentarse ante la voluntad de la sociedad. Además, una democracia real sólo sería posible si existiera una real independencia de poderes, respeto a las minorías y, a través de las nuevas tecnologías de comunicación, consultas populares que den participación directa a la gente en decisiones de urgencia4 y en temas importantes como la elaboración del presupuesto nacional y la elección de los gravámenes fiscales. No obstante, para que esto último sea posible, el estado deberá brindar un sistema de información y sondeo versátil, masivo y a tiempo real, de modo a que no haya asimetrías que puedan ser aprovechadas por los medios masivos de desinformación5.
No Violencia Activa
«La Historia nos enseña que los pueblos avanzaron reclamando sus derechos frente a los poderes establecidos»6, sería poco prudente sentarnos a esperar que un puñado de psicópatas que controla el mundo actúe en beneficio de las mayorías. Es de gente sensata y valiente la actitud incondicional de apoyar todo reclamo de atropello a los derechos humanos y toda reivindicación justa que se esté llevando adelante. Por otro lado, es realmente desafortunado que mucha gente aún piense la revolución en términos de pólvora, más aún teniendo en cuenta el gran ejemplo que han dado algunos grandes precursores de la No Violencia Activa como Gandhi, que con su política de no-cooperación logró liberar a India y Pakistán de la tiranía de uno de los imperios más poderosos de la época, y Martin Luther King, que con sus campañas de boicot y desobediencia civil logró eficazmente la abolición de las leyes segregacionistas estadounidenses. La No Violencia Activa es una metodología de acción social y personal. Es mucho más que simplemente no ser violento ya que lleva implícita en su esencia la no pasividad, la apertura y aptitud de transformación del mundo hacia la superación de las condiciones oprimentes, una herramienta que, dada la imperiosa necesidad de los pueblos, día a día se hace más poderosa, como lo demuestran las multitudinarias protestas de indignados que con acciones no violentas están poniendo en jaque a los poderes en todo el mundo.
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