martes, 31 de diciembre de 2013
¡La educación es un derecho, no una mercancía!
S. Ferreira .
El Artículo 26 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos inicia con «Toda persona tiene derecho a la educación». Esta gallarda proposición, que explícitamente consagra a la educación como un derecho, fue ratificada por más de 150 estados del planeta. Sin embargo, a pesar de que como derecho ha sido consagrado en numerosos tratados y los gobiernos han reconocido que es fundamental en la procura del desarrollo y la transformación social[1], su goce, en consonancia con el capitalismo bestial de la época, queda cada día más reducido a los sectores económicos privilegiados, resultando de ello la marginación progresiva de grandes contingentes humanos.
Educación Pública
La instrucción organizada y estructurada tiene orígenes bastante antiguos. Se sabe, por ejemplo, que entre los años 2257 y 2208 a.C. existió en China algo parecido a una universidad, la Escuela Superior Shang Hsiang. Más adelante, a lo largo de lo que se considera la «antigüedad clásica», como en el caso de la famosa Academia de Atenas fundada por Platón hacia el 388 a.C., se erigieron gran cantidad de instituciones educativas. Ya desde Aristóteles se plantea como indispensable la acción educativa del estado; el filósofo, cuya influencia histórica es indiscutible, en su Política proclamó que «la educación debe ser objeto de la vigilancia pública y no particular», opinión compartida en gran parte del mundo grecorromano. En el Medioevo, a pesar de que todo avance era considerado peligroso y era premiado a través de la «Santa Inquisición», el desarrollo de los sistemas de enseñanza evolucionó fortuitamente en algunos campos tales como la gramática, la dialéctica, la retórica, la música, la aritmética y la geometría, pero obviamente sus beneficios fueron restringidos al clero y la nobleza. Llegado al siglo XV, la invención de la imprenta favoreció la creación de los libros de texto y el humanismo renacentista impulsó la idea de la educación popular por toda Europa; no obstante los grandes esfuerzos desplegados, la lectura y la escritura continuaron como privilegio de una minoría social. La idea de «educar a las masas» tuvo otro gran impulso en el siglo XVIII, «Siglo de las Luces», donde algunos filósofos de la Ilustración como Voltaire, Rousseau, Diderot, Condorcet, Helvetius y D'Alembert lograron internalizar socialmente el paradigma de prosperidad y libertad a través de la razón y el conocimiento, perspectiva que posicionaba a la educación como esencial medio de liberación para la humanidad. Sin embargo no fue hasta la consolidación de los estados nacionales que surgió la posibilidad de instaurar fácticamente un modelo educativo que beneficie a las mayorías. Luego de la Revolución Francesa y la independencia de los pueblos americanos, las monarquías fueron sustituidas por las repúblicas y la inherente separación de la Iglesia y el Estado permitió cierta democratización de las recaudaciones provenientes de los impuestos. En aquella época los estados de la recién formada Unión Americana proclamaron la «educación pública libre para todos» cuyo fin principal no era otro que programar masivamente a las poblaciones (de características muy diversas) en pos de la unificación y funcionalización de la nueva forma de gobierno instalada. Así, de la mano de Tomás Jefferson, se promovieron las llamadas common schools, reguladas desde los estados y financiadas por los impuestos de todos los ciudadanos, prototipo del sistema de educación pública de la mayoría de los países en la actualidad.
Nuevo Orden Mundial
Aprendidas algunas nociones de historia, los líderes corporativos, en afán de someter a toda la humanidad, han dispuesto grandiosos recursos en su principal estrategia geopolítica: la privatización de los servicios públicos. Y así como en la instauración de las nacientes repúblicas se requirió de un sistema de adoctrinamiento sólido y masivo, el «Nuevo Orden Mundial» que se apresta necesita entre otras cosas controlar los sistemas educativos de los países para unificar y funcionalizar un poder global, empresa complicada mientras dichos instrumentos no se encuentren totalmente a su merced, razón que explica el gran esfuerzo realizado en aras de la privatización de la educación pública en todo el mundo.
Durante varias décadas, organismos internacionales como el Banco Mundial han promovido la participación protagónica de las empresas privadas en la educación pública e incluso han coaccionado a los gobiernos con sus políticas para posibilitar esta reconversión, pero, esencialmente gracias a que la mayoría de los docentes y sus sindicatos en todo el mundo defienden firmemente el concepto de educación como derecho fundamental, estas intervenciones en el mayor de los casos han sido realizadas de manera disfrazada bajo el lema de «Reforma Educativa», con la excusa de algún tipo de adaptación o modernización para los tiempos que corren[2], metodología utilizada para la importación de ideas, métodos y prácticas del sector privado, a fin de allanar el camino haciendo que el sector público sea compatible a la dinámica corporativa con procesos progresivos de concesiones y tercerizaciones subsecuentes. En otros casos no se corrió la misma suerte y la imposición de políticas neoliberales arrasaron con privatizaciones salvajes, erradicando grandes conquistas democráticas en el sector, lo cual conllevó a la desastrosa situación que retrata icónicamente el Chile actual[3].
Pedagogía de la intencionalidad
Ingenuamente se podría llegar a creer que hoy en día las graves deficiencias de los sistemas educativos resultan de simples conflictos metodológicos aislados unos de otros. Tal parece que es la postura de muchos ilustres profesionales que han reducido la pedagogía al desmesurado desarrollo de propuestas «tecno-didácticas» sin siquiera sondear las raíces estructurales de las falencias sistémicas, actitud que por cierto no debería sorprendernos teniendo en cuenta las «sofisticadas» tendencias de la época. En contraposición a este simplismo, una pedagogía crítica, la Pedagogía de la Intencionalidad, ve la crisis educativa tan profunda como la crisis de valores que en este momento afecta todas las ramas del quehacer humano. Una crisis global producto de la imposición del dinero como valor central, donde los poderes económicos dictan las reglas del juego, y, yendo al caso que nos compete, restringen el desarrollo de la educación a su conveniencia, de modo a reproducir mecánicamente la estratificación social acomodada al presente normalizado, obviamente guiada por una matriz ideológica pensada en la ampliación del capital, más no en la mejora de la educación[4]. Esta revolucionaria pedagogía descansa sus fundamentos en los principios del Humanismo Universalista propiciando la ubicación del ser humano como valor central, la afirmación de iguales derechos y oportunidades para todos, el reconocimiento de la diversidad personal y cultural, la tendencia al desarrollo del conocimiento por encima de lo aceptado como verdades absolutas, la libertad de ideas y creencias, y el repudio a la violencia en todas sus manifestaciones[5]. Entendiendo la educación como derecho fundamental y no como simple mercancía, la Pedagogía de la Intencionalidad se proyecta como herramienta destinada al desarrollo integral del ser humano en pos de habilitar a las nuevas generaciones en el ejercicio de una visión plural y activa de la realidad, de manera que su mirada tenga en cuenta al mundo no como una supuesta realidad objetiva, sino como el medio en el cual aplica el ser humano su acción, transformándolo y humanizándolo.
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