jueves, 2 de enero de 2014
La pensión pilló al mafioso
Domenico Rancadore llevaba 19 años oculto en Londres junto a su mujer e hijos
Escapó de Italia y se cambió el apellido antes de ser condenado por asociación mafiosa
Su avaricia por cobrar la jubilación le delató, y ahora está entre rejas
BARBARA CELIS
Retrato de Domenico Rancadore durante su comparecencia ante el juez el pasado mes de agosto. / ELIZABETH COOK (CORDON)
A Domenico Rancadore se lo tragó la tierra hace 19 años. “Es un hombre muy peligroso, lo sé porque yo lo crié”. Gaetano Lima, un pentito (arrepentido) de la Mafia, lo dijo varias veces cuando se le interrogó en Italia años después de su desaparición. De la noche a la mañana, Rancadore, un cargo menor de la Mafia que llegó a estar al frente de la Cosa Nostra en el pueblo de Trabia (Sicilia), se había evaporado. Meses después, también su esposa, Anna María Macaluso Culcasi, hija de una británica y de un cónsul italiano que vivió destinado en Londres, y los dos hijos de la pareja, Giuseppe y Daniela, se esfumaban sin dejar rastro.
En Trabia a nadie le extrañó: Rancadore había vivido en los ochenta bajo arresto domiciliario mientras esperaba un juicio por asociación mafiosa que acabó, como muchos otros, dejándole en libertad. Pero tras los asesinatos de los jueces Falcone y Borsellino, en 1992, la ofensiva de la policía italiana contra la Mafia se intensificó y Rancadore, pese a no ostentar grandes poderes dentro de la organización, volvió a verse amenazado por la justicia, aunque esta vez, ante la lluvia de pentiti tras aquellos atentados, parecía bastante claro que no se libraría de la cárcel. Había pruebas más que suficientes para condenarle por extorsión y asociación mafiosa, y muchas voces dispuestas a acusarle. Así que en 1994, antes de arriesgarse a perder su libertad, U Profissuri (el profesor), como se le conocía en su pueblo —enseñaba educación física—, decidió dar una lección magistral: desvanecerse y además desconectarse por completo del mundo de la Mafia, algo muy poco habitual en su entorno.
Pero a Rancadore, de 64 años, se le acabó la suerte el 8 de agosto, cuando trató sin éxito de escapar de la policía a las puertas de su casa en Londres, donde fue arrestado ante los ojos atónitos de su mujer, a la que sus amigos británicos conocían como Anne Skinner, apellido que tomó prestado de su madre y bajo el que vivía Rancadore como Mark Skinner. Desde 1998 pesaba sobre él una condena in absentia de siete años de cárcel por asociación mafiosa, un delito que no existe en el código penal británico y que podría complicar su extradición.
El lunes se celebró la primera vista de un juicio que decidirá si se le extradita, y el juez, que en agosto le negó la libertad condicional, parecía ablandarse. Pero la fiscalía apeló. En un giro dramático de los acontecimientos, el miércoles Rancadore sufría un infarto no grave y el jueves su libertad condicional quedaba definitivamente revocada. “Pese a sus problemas de salud, las probabilidades de que intente escapar son demasiado altas”, proclamó el juez del Tribunal Superior de Londres.
Pero ¿cómo pudo Rancadore vivir durante tantos años al margen de la justicia? ¿Y cómo fue descubierto? Su pensión de jubilado, que cobraba tranquilamente del Estado italiano desde que cumplió los 60, es la clave.
Llevaba 19 años viviendo en el barrio de Uxbridge, en Londres, donde sus vecinos le observaban sacarle brillo con fruición a su Mercedes-Benz y a su Jaguar, una costumbre típica del sur de Italia, pero poco habitual en Londres. “Pensábamos que era un chófer, ya que dedicaba mucho tiempo a sus coches y siempre iba vestido con trajes elegantes”, comentaba tras su arresto una vecina. “Le conozco muy bien y es uno de los mejores vecinos que se pueda tener. Lleva años en el barrio, sus hijos han crecido junto a los míos”, decía otra en la prensa británica.
Pero Rancadore no era chófer, sino un mafioso reconvertido en amo de casa huyendo de su pasado. Su esposa trabajaba al frente de una empresa de alquiler de coches exclusivos, según explicó a este diario en conversación telefónica el periodista y escritor Attilio Bolzoni, uno de los mayores especialistas en la Mafia de Italia. Según él, el mayor pecado de este “mafiosillo de segunda” ha sido su avaricia. “Solo un enfermo de avaricia puede hacer algo tan tonto como reclamar la pensión cuando la justicia te persigue. Y eso puso a la policía italiana sobre su pista. Si no, quizá nunca lo hubieran encontrado. Lo que resulta escandaloso es que, pese a estar en la lista de los prófugos mafiosos más buscados del Ministerio del Interior, haya estado cobrando su jubilación durante años sin problemas”.
Pero tampoco es tan fácil desaparecer sin ayuda, y a juzgar por el circuito de vídeo y la altísima valla que rodeaba su casa, Rancadore siempre temió que le encontraran. “Seguramente su mujer, al ser hija de un cónsul, tenía buenos contactos en Reino Unido y solo así pudieron cambiar de nombre y no dejar rastro”, sugiere Bolzoni.
Domenico y Anna se enamoraron en los setenta en Trabia, donde ella ejercía como profesora. No le importó de dónde venía su marido, hijo de Giuseppe Rancadore, un capofamiglia mafioso local. El mayor alegato en su defensa durante el juicio lo hizo precisamente ella: “Queríamos que nuestros hijos vivieran en una atmósfera diferente, ya que allí [por Sicilia] de lo único que se habla es de la Mafia. No había nada contra él cuando nos fuimos. Queríamos huir de nuestro apellido”. Pero no renunciaron a él para cobrar su jubilación y la codicia acabó con ellos.
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