domingo, 11 de octubre de 2015

Raza de Bronce

- Con la evolución histórica que ha venido sufriendo el pueblo de México y a los propios cambios de status, modos de vida e incluso territorios, poco a poco se vienen extinguiendo diversos grupos étnicos que, desde luego, en las contradicciones de la vida no hemos podido ser capaces-ahora más que nunca- de darles una mejor calidad y esperanza de su existencia.
Mario Ruiz Hernández No es por demás, presentar una real radiografía de la historia de los pueblos indígenas que en más de las ocasiones está cubierto con la piel de la infamia y la vergüenza. Del exterminio prácticamente al genocidio de las praderas; altas montañas, selvas y en el pleno desierto, sobreviven en brutal encuentro con las civilizaciones modernas, múltiples grupos de todos los tiempos y de todas las razas. Quien sabe y no lo sabemos, cuál historia contar o la que cuenta. Más que una reseña de esos amplios daños en muchos de los sentidos que no acaban y preocupan. En México sobreviven poco más de 4 millones de indígenas que pertenecen a 56 grupos étnicos, que han navegado siempre contra la corriente y pese al tiempo han resistido de todo. El escenario en que sobreviven está decorado y cubierto de incomprensión y hostigamientos infinitos, pobreza y hambre. Su respuesta ha sido quizá, la misma, la introspección; su recurso, el silencio y su fuerza, la fe. Empero no así, igual no, alcanzamos por ninguna parte a hacerlos nuestros y comprenderlos si también ellos son México y Mexicanos. Nadie pudo y ha podido comprender, en algún momento como lo decía Octavio Paz; la propuesta del dilema de si el mestizaje fue un acto de amor o el inevitable e indeseado producto de miles y miles de violaciones. Sin embargo, ahí están en todas las regiones del país resistiendo aparentemente la insalvable condición de pobreza permanente, soportando más de medio milenio de injusticias con la fuerza de sus culturas, tradiciones, y el sollozar de sus mitologías. En ocasiones, al parecer son vistos como ”bichos raros” que no se logra entender, esa gran fuerza que los une y entre el misticismo y el concepto de “lo moderno”, en donde no se comprende la paradoja, que los mantiene vivos, Evidentemente que ahora, existe una nueva actitud hacia el indígena. Hoy se le procuran beneficios de los que antes fue ajeno. La convivencia intercultural, la producción artística, su talento y demás apoyos en su empecinada vida, ha movido a muchos a la reflexión. Es el momento de revalorar su papel en estas generosas tierras y si ya han pasado demasiados años de desprecio y abuso, habrá que dar la oportunidad de hacerles justicia, con quienes tienen tantas cosas que compartir: el respeto, la honestidad, la difícil sencillez, la naturalidad y su fuerza. Claro está, que en ello, basta saber llegar hasta donde se quiera, pero con el alto sentido de majestuosidad que los caracteriza, tener la oportunidad de lograr la convivencia y el encuentro fraterno. En medio de la naturaleza, algunos más escondidos que otros, en donde al parecer, ya no hay más que recorrer y distancia que los separe, se presentan uno a uno poco a poco, algo así como observándoos o midiéndonos. Haya en las altas y frías montañas, separados por barrancas y colinas, incluso bastantes de ellos viviendo en cuevas, otros en chozas improvisadas y lejos de aquello que los mueve e intimida, asisten y sobreviven en su mundo natural y cósmico. El Sol, Las Estrellas, El Agua, La Noche, El Día; El Viento, El Norte, El Sur, El Este y El Oeste; con aromas de incienso, o copal, el olor a leña y otras esencias nos sorprenden y animan a estar en ese ambiente sagrado y místico. De alguna forma, cada una de las etnias en sus cantares melancólicos, sus rituales, su organización y estructura social, aunque con ciertas variaciones, es la misma. El Chamán, el anciano, “el tata” y “el compadrito” dan la certeza que existe un poder y un respeto por todos. Magia, tradiciones, costumbres, en fin, un caudal de cultura indígena permanece escondido en los lugares más inhóspitos y remotos del país; entre profundas y calurosas barrancas, heladas montañas de firmamentos inconmensurable, desiertos sacralizados por su adoración centenaria o selvas de sobrecogedora vegetación. Más allá de su ancestral postración y miseria, de vivir “en el espinazo de la pobreza”, de no saber a ciencia cierta cuántos son-poco más de 4 millones de para el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI). Nueve millones para el Instituto Nacional Indigenista (INI), de 12 a 15 para investigadores de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), de significarse en las estadísticas por las cifras más dramáticas, poseen una “sabiduría atavística y mitológica” (Carlos Fuentes). Con los mixes, en la serranía de Oaxaca; los lacandones, tzeltales, choles y tzotziles, en el sureste maya; los raramuris (los de pies ligeros), en plena Sierra Tarahumara; los seris, en la Isla Tiburón, y su visión cósmica del mundo; los purepechas en la cadena montañosa de la Sierra del Centro. Son también los mexicanos de Durango, los llamados “poseedores de la palabra” y que según la tradición oral peregrinaron a la Gran Tenochtitlán y que huyeron, años después, en la sangrienta Conquista, hacia la Sierra Madre, mientras otros se dispersaron a demás lugares. Con una riqueza y diversidad de costumbres como los yakis o yoremes (hombres-persona), habitantes de antaño de la franja costera y el valle sureste de Sonora, y hoy reducidos a la sierra de Bacatete, a la bahía de Lobos y al disputado – con sangre y fuego-valle fértil e irrigado Yaqui. Las cifras frías, pero elocuentes a más de 500 años, originadas por la Conquista, nos hablan de igual forma de los estudios y debates sobre su número y los criterios lingüísticos para definir con exactitud la población. En ese sentido hay muchos grupos que no mantienen la lengua materna, pero sí su identidad y patrimonio cultural. Se sabe que hay entre 68 lenguas e idiomas diferentes con muchas variables dialectales, como el náhuatl, con un millón 200, 000 habitantes y el ópata, con sólo 12. Las lenguas más importantes de las etnias más sobresalientes por su genialidad y deseos de persistir son 17; destacan el náhuatl, maya, zapoteco, mixteco, otomí, y tzeltal. Sin embargo y aún y cuando en todo el país hay población indígena, en la última década y media, el Distrito Federal, el estado de México, Baja California y Sinaloa se han convertido en centros receptores. Es también significativo que en 10 entidades se concentra 87 por ciento del total de la población étnica, siendo Oaxaca, Chiapas, Veracruz, Yucatán, Puebla, estado de México, Hidalgo, Guerrero, San Luis Potosí y Michoacán donde se localizan los municipios con mayor concentración, sólo que éstos se ubican en zonas de menor desarrollo económico, de enormes rezagos sociales y deficientes vías de comunicación. Nuestros indígenas viven en los altos y norte de Chiapas, en las montañas de Guerrero, en las Huastecas, en la Sierra Norte y en las regiones de los Chenes; zonas de prodigiosa belleza natural, pero también accidentada. Cabe hacer mención que en cada comunidad se presentan altas tasas de natalidad, morbilidad y mortalidad, muy por encima de los promedios nacionales, lo que ha conformado una población en su mayoría joven. Tienen además un elevado número de analfabetos, 38. 4 por ciento de la población de 15 años o más no sabe leer ni escribir, cuando el promedio nacional es de 12.4. La desnutrición es una eterna compañía. Las condiciones de vivienda son sumamente precarias, y la mayoría carece de luz, agua potable o drenaje. Casas de un solo cuarto donde se hacinan hasta 5 personas bajo techos de palma, lámina y paredes de adobe, madera, carrizo o bambú. Sin embargo, en ellos, en los indígenas, se da la abrumadora contradicción, pues, de todos los mexicanos, son los de mayor riqueza cultural en situación inadmisible de pobreza. Finalmente, las etnias son notablemente distintas entre sí; cada una posee sus propias costumbres, tradiciones, ritos, religiosidad; cada una ha aportado al patrimonio cultural nacional una importante contribución que, pese a todo no acaba…

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