jueves, 7 de julio de 2016
Grabación le sirvió para escapar del abuso sexual de su padre
Una niña de 9 años registró una conversación con su padre en la que éste habla de los tocamientos a los que era sometida.
María acaba de cumplir nueve años y hace meses que se niega a irse con su padre los días que le corresponden, según el reparto acordado por un juzgado de familia.
La policía la espera esos días a la salida del colegio y asiste siempre a las mismas escenas: la negativa de la niña, que unas veces grita y otras se bloquea al ver a su progenitor; las súplicas de éste, que en alguna ocasión han derivado en amenazas de agresión a la madre, que han acabado ante el juez; y los lamentos de la mujer, que implora a los agentes para que no permitan que María se vaya con su padre.
Desde abril, la madre tiene prohibido ir al colegio esos días para evitar enfrentamientos y la policía acude por orden judicial para “allanar la entrega y recogida de la niña.
Hasta el martes 7 de junio, la cría protestó, gritó y se resistió durante más de una hora ante la policía y los profesores, pero acabó metiéndose en el coche con sus abuelos paternos. De vuelta a casa por la noche, le entregó a su madre una grabación en la que el padre admite los abusos sexuales que ella venía denunciando desde hace dos años.
El perito que examinó a María no le creyó y un juzgado de Madrid archivó su caso en enero de este año, una decisión confirmada después por la Audiencia Provincial. La madre ha denunciado ahora la conversación en la que el padre admite los abusos.
El carpetazo judicial no sirvió para que la niña desistiera de sus acusaciones, que empezaron hace dos años, después de que la tuvieran que llevar al pediatra porque sentía escozor al orinar. Cuando le preguntaron desde cuándo le pasaba, contestó: “Desde que papá me clavó la uña”.
Luego fue contando que su padre le hacía “cosquillas” en los genitales y que a ella no le gustaba. En agosto de 2014, después de que varios análisis mostraran restos de infección vaginal, la menor volvió al servicio de urgencias con los mismos síntomas tras estar 10 días con el padre. El diagnóstico médico es “sospecha de abuso sexual”.
Ahí entró la niña en la espiral del sistema de protección de menores: declaraciones ante médicos, policía, forenses y jueces, que le pedían que les relatara una y otra vez qué le hacía su padre. Y ahí empezaron también los gritos y peleas de los padres a las puertas del colegio cada vez que el progenitor acudía con la intención de llevarse a su hija.
Los dos últimos años de María han transcurrido entre denuncias cruzadas de sus padres por los abusos a la menor, incumplimientos de la mujer en el régimen de visitas y amenazas del hombre hacia su exmujer.
Fue que el martes 7 de junio, la niña cogió una pequeña grabadora de su madre y al terminar las clases, se fue al baño y se la metió en el calcetín. Ahí quedaron grabadas las siguientes seis horas, que pasó con sus abuelos y su padre. Cuando habían transcurrido 3 horas y 42 minutos, el padre le recrimina que no esté bien con él.
Tras un pequeño disgusto, el hombre le preguntó. “¿Pero cuándo te he tocado yo?”. “Muchas veces”, contesta la cría. “Pero cariño, eso es para jugar”, replica el padre. “Es que no tienes que hacerme eso nunca, mi cuerpo es mío”. “Tu cuerpo es tuyo, efectivamente (...), cuando tú decías que no te tocara, yo paraba”, le dice el padre, que añade: “Yo lo único que te estaba haciendo era cosquillas y estaba jugando contigo”.
El abuelo intentaba mediar explicándole a la niña que su padre le tocaba para lavarle. “Eso hay que asearlo muy bien y darle pomada”, le decía.
La grabación seguía y se escuchaba lo siguiente:
—“No, no, no, si yo sé por lo que la niña lo dice, si yo sé a lo que ella se refiere”, le corrigió el padre.
Pero el abuelo insistía: “Yo también te lo he lavado, entonces sería igual”.
—“No, si ella no se refiere a eso, si yo sé a lo que se refiere”, insistía el padre.
—“¡Bueno, pues ya está!”, gritó la niña.
—“¡Bueno, pues apechuga, pues apechuga!”, contestó a gritos él.
La discusión entre la niña, sus abuelos y su padre duró seis minutos. Tras dos segundos de silencio, los abuelos desviaron la atención de María hacia sus muñecas Pin y Pon.
Esta es la historia de María, que se le nombró así por cuestiones de seguridad de la menor, estos acontecimientos sucediron en Madrid, España, pero puede estar pasando en cualquier parte del mundo.
La situaciòn ilustra el laberinto burocrático y judicial por el que a menudo tienen que pasar los pequeños que denuncian abusos sexuales de alguno de sus padres.
(Con información de El País)
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