sábado, 31 de enero de 2015
“Mis gemelas estaban en una incubadora y ahora no las encuentro”
Los familiares de heridos y desaparecidos se agolpan en la puerta de los hospitales con la esperanza de reencontrarse con los suyos
PAULA CHOUZA México
Foto; Familiares de afectados por la explosión en el hospital infantil en México
María Concepción, de 28 años, está buscando con desesperación a sus sobrinas, unas gemelas que nacieron hace una semana. "Se encontraban ingresadas en una incubadora y después de la explosión no hemos vuelto a saber nada de ellas", explica frente a la puerta del hospital Enrique Cabrera de la Ciudad de México, donde están ingresados nueve adultos y seis bebés que resultaron heridos en la explosión de gas ocurrido en un hospital materno-infantil.
Los familiares de los afectados tratan de encontrar respuestas a las interrogantes que los carcomen desde que a primera hora de la mañana supieran que un hospital de cuna voló por los aires en Cuajimalpa, un distrito limítrofe del DF, donde había más de cien personas dentro, entre pacientes y trabajadores. La enfermera general Lilia Gutiérrez, de 55 años, estaba ahí y su marido Rodolfo Ramírez necesita con urgencia saber dónde está. La sanitaria entró a trabajar esta mañana a las siete, pocos minutos antes de la explosión. Rodolfo llora y pide a los medios que ayuden a buscar a su esposa. Su hija, al otro lado del teléfono, le pide que vuelva a casa: "Vente con cuidado, te necesito aquí, papá". El mensaje engimático de la hija le preocupa: se marcha esperando lo peor.
México amaneció este jueves con la explosión de gas en el hospital materno. Las autoridades cifran provisionalmente en dos fallecidos, así como 60 heridos, siete de ellos bebés, cuya gravedad aún no se ha hecho pública. La deflagración se produjo a las 7.15 durante la carga de gas del centro sanitario, en la zona de cocinas, situada junto a urgencias.
"Estuve diez minutos entre los escombros", cuenta una enfermera que quedó atrapada tras la explosión. Ivonne, de 43 años y 16 de servicio en el centro infantil, abandonó el hospital donde le atendieron de las heridas poco después de las dos de la tarde. Estaba a punto de acabar su turno cuando se vio envuelta en infierno de hierros y cascotes: "Había ocho bebés en mi sala. Gracias a dios pude salir viva. Tengo hematomas, nada grave".
Miguel espera en la entrada de barrotes con taquicardias. Ruega a la seguridad del hospital que le deje pasar a ver a su esposa y a su bebé, Manu, nacido el martes por la tarde. "La felicidad, y después, esto", lamenta su mala suerte. Los responsables del hospital le dicen que se tranquilice, que su mujer y su hijo están estables. Miguel, de 31 años, viste pantalones cortos, camiseta y gorra. Explica que debe cambiarse de atuendo -uno más formal- para entrar en el hospital. Al otro lado espera la ilusión de encontrar a los suyos con vida.
Dora Flores ha recibido hace unos instantes una buena noticia y otra muy mala: su hermana está hospitalizada –está, que no es poco- pero el hijoque tuvo de madrugada, su sobrino, no aparece por ningún lado. “¿Cómo dejan entrar una pipa cargada de gas en un sitio de bebés? No me lo puedo creer”, dice indignada Dora. Más que indignada, furiosa. Se está dando cuenta –lo está viviendo en sus carnes- que no hay peor dolor ni nada más injusto que perder a un recién nacido.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario