viernes, 8 de agosto de 2014
La opinión de... Salvador Ferrer i Paradeda (Que leer, no nos haga perder el escribir)
QUE LEER, NO NOS HAGA PERDER EL ESCRIBIR.
Salvador Ferrer i Paradeda.
Las calles que piso diariamente, son calles de barrios ordenados en los cuales la vida cotidiana y las caras de la gente, no se alejan mucho de las vivencias que tengo y de los comentarios que hago. Esta gente lee los periódicos, ve las noticias, escucha la radio, trabajan y van haciendo. Son gente que ha vivido la infancia, la adolescencia o sus vidas de adultos, en tiempos un tanto extraños políticamente y que hoy se sorprenden que, liberados de aquel juego y en democracia activa, aún existan determinadas actitudes. En definitiva, seguido nos sorprende que haya intolerancia. Pero la cuestión es que la sorpresa viene del poco tiempo que dedicamos a reflexionar sobre nuestra realidad.
Salimos poco de nuestra cotidianidad, de las tiendas del barrio, de las fiestas con amigos y vecinos y de todos aquellos elementos que nos identifican con la vida de los personajes de una telenovela. Fuera de nuestro entorno inmediato hay otras realidades que ignoramos muy seguido. Podríamos decir que todo se mantiene en una perfecta armonía distante, hasta que un día se produce un hecho turbador que modifica esta cuestión de ignorancia mutua.
La reclamación de los documentos de unos, que estaban en casa de otros, es un buen ejemplo. De pronto, la situación hace que exista un contacto entre aquellas dos realidades que, civilizadamente, se han podido ignorar hasta el presente. La armonía distante se rompe, y el descubrimiento de lo que sucedía en el otro barrio, de cómo pensaban aquellas gentes que viven, trabajan, leen otros periódicos, ven la televisión y oyen la radio, diferentes a los nuestros, desaparece y se convierte en conflicto delante del alud de reacciones, quizás violentas, - ahora se han convertido en bandos-, de otra realidad. Es el principio de una situación de entendimiento, de una situación de intolerancia. Este es un país que diariamente convive con el binomio tolerancia - intolerancia. Quizá no buscadamente, pero circunstancias históricas y desafortunadas lo han llevado a ser un espacio en el que " el ir sólo ", es aún discutido. Las naciones como la nuestra, - Catalunya- que no han conseguido la soberanía política, tienen su manera de vivir y su cultura está sometida a consideraciones alienas a su identidad. Son consideraciones de otras personas hechas desde otros puntos geográficos. Estas consideraciones valen la pena escucharlas, intentar entenderlas, sin perder de vista quien las hace y con que conocimiento histórico. Pero como decían nuestros abuelos , que leer, no nos haga perder el escribir Tolerancia no quiere decir transigir en todo.
Nuestra capacidad de escuchar y de entender no nos puede hacer volver a actitudes y derechos que vigilan por la integridad de aquello que es nuestro. Entendamos que en un día la Avenida F. Franco se haya rebautizado como Avenida de la Generalitat, no quita que el día que los representantes democráticos de nuestro pueblo pudiesen cambiarla de nombre otra vez, con esta misma serenidad, sería bueno que, prescindiendo del apasionamiento con que se transmiten estos hechos turbadores, todos diésemos soporte a una resolución racional e inteligente del conflicto que surge cuando un colectivo " X “decide que un colectivo " Y " ha violado uno de sus derechos.
Las personas que a pesar de todo viven juntas, son empujadas a ir asimilando comportamientos de los unos y de los otros y a encontrar un equilibrio. Son absurdos los intentos de esparcir dialécticas apocalípticas sobre situaciones que están destinadas a confluir. Es querer atizar un fuego que se apaga sin virulencia. Por suerte, éste es un país en que, a pesar de la obstinación de algunos políticos y de intelectuales para destruirlo, la tolerancia es una palabra que va acompañada del sentido común, también llamado "seny".
Somos una mezcla de juicio y alegría; la alegría tal vez sea el sentimiento que nos entozudece a querer ser, pero el juicio es la brújula que nos permitirá mantener nuestra identidad sin destruir otras. Esperemos que todos lo queramos entender así.
Se evitarían actos lamentables como la polémica de aquellas ataduras de memoria tan triste para muchos de nuestros abuelos y la lucha actual de un barrio vecino ante la injusticia.
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