sábado, 15 de abril de 2017
A 60 años de su muerte, Pedro Infante sigue siendo inmortal
"Es tonto aquel que no se ría”, decía el actor mexicano Pedro Infante al entrar a cada estudio en que filmaba durante los 18 años que tuvo de carrera. Ése era su saludo distintivo y todos los presentes le respondían a carcajadas. El sentido del humor era el motor de la vida de aquel que es el ídolo más grande de México.
Sus personajes de ranchero lo convirtieron en la imagen más idealizada de lo que un mexicano debía ser: Hijo respetuoso, amigo incondicional, hombre de honor, amante romántico; era un macho que no necesitaba ser violento para mostrar su hombría, era un pícaro simpático, y lejos de los escenarios también era así.
Para ser estrella de cine en el firmamento más grande del cine nacional, era una criatura rara, no perdía los pies del piso y también era amigo del pueblo. Dentro de las tantas historias de su vida hay detalles como el del sarape de Saltillo, una hermosa prenda que él tenía y que todo el mundo le pedía: artistas, amigos, hermanos y hasta dos generales de división. Un día caminando junto a su amigo José Alfredo Jiménez, en Guadalajara, se detuvo en un puesto de comida atendido por un anciano que tiritaba de frío: “Ándele jefecito, váyase a dormir; ya no es hora de que esté aquí”, le dijo Pedro Infante después de darle el tan codiciado sarape.
Posiblemente, esa humildad la aprendió de su familia. Pedro fue el cuarto de 15 hijos que tuvieron Delfino Infante García y Doña Refugio Cruz Aranda. Él nació el 18 de noviembre y trabajó desde niño. La vena musical la traía de su padre, quien tocaba el contrabajo en bandas y orquestas de Sinaloa y además enseñaba. Infante estudió guitarra con el maestro Carlos R. Hubbard, entonces dejó la carpintería para cantar en clubes y en la radio a diez centavos la pieza. Con el tiempo, llegó a formar una pequeña orquesta a la que bautizó como La Rabia y en 1932 entró a la Orquesta Estrella de Culiacán.
“Jamás pensé en ser actor, me agarró de repente (…) Eduardo Quevedo, productor mexicano, me conoció en una emisora de radio. Yo trabajaba de carpintero y, a ratos, cantaba. Me llevó para el cine y allí me quedé”, dijo Pedro Infante sobre su afortunado descubrimiento, cuando en la Ciudad de México comenzó a cantar en 1939 en la emisora XEB (que después también marcó su inicio para su primer disco, en 1943), y que en ese mismo año Eduardo Quevedo y Luis Manrique le dieron la primera oportunidad en el cine en un corto titulado Puedes irte de mí (que contó con la música de Agustín Lara). Además fue extra en la película En un burro tres baturros, junto a Carlos Orellana y Sara García. Entonces su incursión al cine estaba lejos de convertirlo en leyenda.
Comenzó a trabajar en el cine con papeles secundarios; su primera aparición fue en La feria de las flores (1942). Pero fue gracias al cineasta René Cardona, que le dio la primera oportunidad de un protagónico en 1942 en la cinta Jesusita en Chihuahua y fue hasta 1944 que logró éxito con ¡Viva mi desgracia! y Escándalo de estrellas, justo cuando la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) estaba por concluir y el cine mexicano se distinguía en la llamada Época de Oro.
Conocer al director Ismael Rodríguez fue el mayor hallazgo de su vida. Fue él quien le dio los mejores papeles de su carrera. Luego de filmar Mexicanos al grito de guerra (1943), Ismael Rodríguez tuvo su primer contacto profesional con Pedro Infante en la comedia urbana y musical titulada Escándalo de estrellas (1944), una sátira del mundo del cine. De ahí, Ismael Rodríguez lo invitó en Cuando lloran los valientes (1945), un melodrama sobre la revolución en el norte.
Lo dirigió al mismo tiempo hacia 1946 en los melodramas rancheros Los tres García y Vuelven los García, pero fue en 1947 que alcanzó la cima cuando protagonizó ese monumento popular que es Nosotros los pobres (1947), donde Infante interpretó a un carpintero llamado Pepe el Toro. Debido al éxito, un año más tarde se estrenó la secuela Ustedes los ricos, y ese mismo año Ismael Rodríguez hizo Los tres huastecos, en la que Infante protagonizó tres personajes que son hermanos: un macho belicoso de Tamaulipas, un cura potosino y un veracruzano capitán del Ejército Mexicano.
Para 1949, Ismael Rodríguez filmó también al mismo tiempo La oveja negra y No desearás la mujer de tu hijo, con Fernando Soler como un arbitrario padre norteño e Infante como su hijo. Esa era la época de Pedro Infante.
Para los años 50, su fama, sus películas, sus amores y sus canciones se adentraron en el corazón de una sociedad que lo adoptó como al más querido de sus hijos. En películas como Pablo y Carolina (1957), Los Gavilanes (1956), Cuidado con el amor (1954) y El mil amores (1954), entre otras, se le hace fama de mujeriego, pero también se le expone como el tipo de hombre ideal: “A mí ninguna mujer me toma en serio porque dicen que ando con muchas y yo tengo que andar con muchas porque ninguna me toma en serio”, decía su personaje en Dos tipos de cuidado (1953).
“El cine cambió mi vida. Ahora bien, me disgusta no poder sacar más partido de mi trabajo. Quiero dirigir, soy de los que observan con atención las cámaras, decorados y máquinas en general. En fin, quiero superarme en mi trabajo artístico”, explicó en una entrevista el Ídolo de Guamuchil.
Haciendo a un lado la película en la que actuó como extra, los dos cortometrajes, los dos documentales, la película sobre su vida y las tres en las que sólo hizo una actuación especial, resulta que Pedro filmó 55 películas en las que llevó un papel principal. Solamente en Arriba las mujeres, filmada en 1943, no cantó.
Tizoc, fue la penúltima película en su carrera, que el 2 de junio de 1957, le dio el Oso de Plata al Mejor Actor de la Berlinale, superando a actores de la talla de Henry Fonda, pero lógicamente no pudo asistir a recibir su premio porque había muerto el 15 de abril del mismo año.
El actor falleció en un accidente aéreo, el 15 de abril de 1957. Viajaba como copiloto en un B-24 Liberator, que salió de Mérida, Yucatán, hacia la Ciudad de México, y que se desplomó poco después de despegar. Desde su muerte la sencilla tumba de Pedro Infante en el panteón Jardín de la Ciudad de México, es la única que tiene flores frescas los 365 días del año y donde cada 15 de abril la gente del pueblo se vuelca a recordar con cariño al ídolo.
A su muerte también se desprendieron diversos mitos y leyendas a causa de su deceso, que van desde que el productor Antonio Matouk planeó su muerte para quedarse con su fortuna, pasando a que fingió su muerte para desaparecer del escenario porque era perseguido por el gobierno de aquella época, ya que se rumoraba que era amante de la esposa del presidente Adolfo Ruiz Cortinez, hasta que fue asesinado debido a que Pedro les enviaba armas a los guerrilleros de Fidel Castro.
Algunas de sus canciones más populares son: “Amorcito corazón”, “Cien años”, “Te quiero así”, “La que se fue”, “Ella”, “Paloma querida”, “Maldita sea mi suerte”, “Por un amor”, “Mañana”, “Que te ha dado esa mujer”, “Mi cariñito”, “Dicen que soy mujeriego”, etc., de compositores como: Manuel Esperón, Gilberto Parra Paz y José Alfredo Jiménez, entre otros.
“Cuando el tecolote canta, el indio muere”, decía su personaje de Tizoc, uno de los más célebres; pero no Pedro Infante, él es un Ídolo inmortal. (con información de cronica.com)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario