miércoles, 26 de agosto de 2015
Desahuciados, 17 templos en el Centro Histórico, según Conaculta
LA CRÓNICA Peregrinar por los templos del Centro Histórico capitalino es escuchar un crujir de huesos, lamentos de piedra y adobe. Por lo menos diecisiete de ellos están desahuciados, según la última lista entregada por Conaculta a la Comisión de Arte Sacro de la Arquidiócesis Primada de México (APM). Y pasma no sólo la encrucijada de grietas y polillas, los hundimientos malignos, sino el desgobierno con el que los propios feligreses combaten día a día la ruina del patrimonio histórico.
Señoras con brochas, abuelos con espátulas, muchachos con cincel y solventes…
Aunque según la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos nadie puede intervenir un bien patrimonial sin la asesoría técnica y consentimiento del INAH, la urgencia y desatención oficial han propiciado el uso anárquico de martillos y escobetas, de barniz y cepillos.
“Los edificios antiguos deben restaurarse con métodos similares a los que su construcción original, pues materiales modernos incrementan los daños. Las pinturas e impermeabilizantes comerciales impiden la respiración de muros de piedra y adobe, y se vuelven más susceptibles a la humedad”, advierte el maestro Ilan Vit, de la Escuela Nacional de Restauración, Conservación y Museografía del INAH.
Doña María Eugenia y doña Esther llegaron casi de madrugada al Templo de Santo Tomás La Palma, agobiado por los mercachifles de La Merced, pero todavía único por su barda perimetral de rojo tezontle y sus reminiscencias agustinas del Siglo XVI.
El candelabro del altar principal se desplomó el año pasado. Sus lienzos desempotrados y muros descarapelados huelen a decadencia. La orden del párroco fue reunir las ganancias de los últimos meses por la venta de estampitas, rosarios y otros objetos religiosos. Con eso, contratar andamios y un trío de desempleados, además de comprar cubetas con pintura blanca para ocultar las heridas en la mampostería. Una colección de brochas y resanadores se unieron en el remiendo.
—El INAH tendría que supervisar cualquier trabajo -se comenta a doña María Eugenia-.
—Ni hacen caso, y a nosotros nos disgusta ver nuestra iglesia toda descascarada…
PINTURA SOBRE ORO. Es la misma talacha en otras parroquias, también fracturadas, tambaleantes y consumidas por el moho, como la Santísima Trinidad -en la esquina de Santísima y Emiliano Zapata-, financiada en el Siglo XVIII por el gremio de los sastres y generosa en querubines, flores y otros rasgos churriguerescos. A los vecinos de la zona —chambones en el arte de la restauración— se les ocurrió recubrir el oro genuino de algunos ornatos y santos con esmalte dorado, comprado a precio de ganga. Fue el caso de la imagen de Alfonso María de Liguori, fundador de los Redentoristas, la cual debe ser ahora rescatada con instrumentos dentales, en un proceso que tardará meses.
“Hay iglesias que no son supervisadas: el cura o los fieles hacen lo que pueden. A veces el rajueleado entre piedra y piedra se resuelve con cemento. Algunos párrocos son muy cuidadosos y otros nos lanzamos así nada más al ruedo. Muchos techos son de madera antigua, pero con los años el comején la pudre y mejor ponemos viguetas de concreto. Se pierde originalidad”, reconoce el padre Ricardo Hernández, de la Diócesis de Campeche, mientras su colega José Hernández Schafler, de la Comisión de Arte Sacro de la APM, reprocha: “Hay gente que piensa que con pintar y poner rayitas doradas soluciona el problema, pero en realidad lo agrava”.
Además de las 17 iglesias ya referidas en el primer cuadro del DF, otras cinco en diversas delegaciones están clasificadas como puntos rojos. “Ponen en riesgo la integridad física de fieles y turistas”, alerta el Semanario Desde la Fe.
—¿Representan tanto riesgo? -se pregunta a Hernández Schafler-.
—El problema es muy serio, esperamos ya una respuesta de la Secretaría de Hacienda para poner las obras en ejecución. A lo mejor una cornisa puede desprenderse y caerle a alguien en la cabeza, pero no es que creamos que se puedan venir abajo en cualquier momento.
SIN NORMAS NI PROGRAMAS. Según la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos del INAH, pese a su riqueza arquitectónica e histórica, nuestro país carece de una norma oficial de conservación del patrimonio cultural, así como de un manual o documento de referencia -vademécum- para la intervención de espacios monumentales. Tampoco hay certidumbre sobre el número de monumentos inmuebles a nivel nacional -y menos de muebles-. Cada dependencia tiene su propio catálogo, y su difusión electrónica con fines de consulta e investigación es quimera:
El INAH, que lleva más de 30 años catalogando inmuebles históricos, asegura contar con un acervo integrado por más de 110 mil fichas…
Conaculta refiere entre 15 mil y 20 mil…
La Dirección de Arquitectura del INBA habla de mil 369 sitios con valor artístico…
Y entre la melcocha de cifras, el Registro Público de Monumentos Históricos Inmuebles tiene alrededor de 11 mil inscripciones: 7 mil 800 de propiedad privada y 2 mil 200 de propiedad federal o estatal…
“En nuestro estado catalogamos 382 templos en 42 de los 58 municipios, con una inversión de tres millones de pesos. El problema fue que no hubo continuidad presupuestal y nos faltaron 16 municipios… Hace falta una política de Estado para asignar recursos anuales, es el telón de Aquiles. Hay que hacerlo ya, porque el deterioro se acelera”, sugiere Rafael Sánchez Presa, presidente de la Junta de Conservación y Protección de Monumentos y Zonas Típicas de Zacatecas.
Y coincide Sergio Tovar Alvarado, delegado del INAH en Guanajuato: “No hay un programa nacional que nos permita dar atención preventiva a templos. Si sabemos que cada año viene la temporada de lluvias, habría que establecer protocolos de protección. Otro problema es la falta de personal: aquí somos 109 empleados, básicamente custodios, gente de oficina y sólo seis arquitectos. No nos damos abasto, por eso es importante la denuncia púbica”.
La arquitectura: edificios y monumentos, son testigos insobornables de la historia, decía Octavio Paz. Y viven… “Que cada parte: Iglesia, autoridades civiles, ciudadanos y cristianos, hagan lo que les toca -resume el padre Hernández Schafler-: la primera obligación que hoy tenemos es resguardar estos bienes, ya vendrán generaciones futuras que desentrañen todos sus misterios y enigmas”.
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