domingo, 15 de diciembre de 2013
Regreso a un inmenso baño de sangre
El inminente centenario en 2014 del inicio de la Primera Guerra Mundial provoca un renovado interés por el conflicto y la edición de numerosas y valiosas revisiones
JACINTO ANTÓN Barcelona.
La terrible apoteósis de la trinchera y la alambrada. Fue una carnicería a gran escala y significó el hundimiento de la civilizada Europa en una barbarie como no se veía en el continente desde la Guerra de los Treinta Años. A punto de entrar en el año del centenario de la Primera Guerra Mundial, que comenzó en verano de 1914 y se extendió hasta noviembre de 1918, una nueva remesa de libros llega para revisar aquella hecatombe, aquel largo túnel de sangre y oscuridad, como lo denominó André Gide, que supuso el fracaso de los ideales de una generación y una cosecha de destrucción y muerte inimaginables.
Cuatro imperios, el ruso, el austrohúngaro, el turco y el Reich alemán habían desaparecido al acabar la contienda, junto con 9 millones de combatientes, sin contar a los civiles. Fue una guerra que empezó fuerte: solo en los primeros cinco meses de guerra de 1914 el ejército francés tuvo ya más de un millón de bajas y los alemanes 80.000 únicamente en octubre en Ypres.
¿Quédan cosas por explicar de aquella guerra? Indudablemente. La senda que condujo a ella no está aún clara. ¿Se podía haber ido en otra dirección? ¿Porqué el internacionalismo proletario no pudo vencer la corrtiente de patriotismo nacionalista? Algunos teatros de operaciones han sido muy poco estudiados, como el de la invasión de Serbia por el ejército austrohúngaro; y otros merecen ser revisados.
En la nueva guerra tres hombres y una ametralladora podían detener a todo un batallón de héroes
Dos de los grandes (y apasionantes) libros que han abierto el fuego en la frontera del aniversario son 1914. De la paz a la guerra, de Margaret MacMillan, y 1914, el año de la catástrofe, de Max Hastings, ambos reconocidos historiadores —y los dos lectores que, como muchos de los interesados en la Gran Guerra, recuerdan (recordamos) con placer Los cañones de agosto (1962), de Barbara Tuchman— . De acuerdo en muchas cosas, como en que los terroristas serbios mataron al hombre equivocado aquel 28 de junio de 1914 pues el archiduque Francisco Fernando se hubiera opusto a la guerra, en destacar la estulticia del káiser Guillermo II, cuyo perfil psicológico bordeaba la insanidad, el papel de la opinión pública (un factor nuevo en la Historia) y en buscar los puntos de conexión con la actualidad, los enfoques de MacMillan y Hastings son diferentes. Si la primera huye de maximalismos, se centra de manera puntillista en intentar entender (y explicar) la cadena de acontecimientos y decisiones que condujeron a que fracasara la paz, y afirma que la guerra no era en absoluto inevitable, el segundo no duda en responsabilizar a Alemania y afirma taxativamente que moralmente era justificable ir a la guerra contra las potencias centrales como lo fue luchar contra los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Hastings explica detalladamente los movimientos de los ejércitos mientras que MacMillan, que resalta la importancia de los individuos en la Historia, profundiza en las personalidades y sentimientos de los hombres que tomaron las decisiones (recalcando de paso que no hubo ninguna mujer).
El aniversario nos pone de nuevo en el doloroso pero apasionante umbral de aquel mundo de polius, pickelhaubes y bayonetas, de vieja guerra (“Le pantalon rouge, c'est la France!”) devenida la nueva, tan letal, en la que como dijo un general “tres hombres y una ametralladora pueden detener a un batallón de héroes”. Un mundo en el que la temeridad política, que tantos réditos había dado antes, el miedo mutuo —se atacaba en defensa propia— y el patriotismo condujeron al desastre. Un mundo lleno de lecciones
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