martes, 3 de diciembre de 2013
“En México somos cálidos con el extranjero siempre que sea rubio”
‘La fila india’, de Antonio Ortuño, describe el infierno que atraviesan miles de centroamericanos que viajan miles de kilómetros para llegar a EE UU
VERÓNICA CALDERÓN Guadalajara.
La fila india (Océano, 2013), de Antonio Ortuño, es un libro lleno de rabia. Rabia por la injusticia, la corrupción, y un país que devora como un procesador de carne a miles de inmigrantes centroamericanos. Pese a que su tragedia era cotidiana en México desde hace ya varios años, no fue hasta el hallazgo de 72 cadáveres en San Fernando (Tamaulipas, al noreste del país) que salieron a la luz las miserables condiciones con las que hombres, mujeres y niños intentan llegar a EE UU. Pero la rabia de Ortuño, de inicio, no la disparó ninguno de los macabros sucesos que involucraron a inmigrantes desde el inicio de la guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón. Fue el racismo de su país. “Creo que después de alguna de las derrotas de la Selección mexicana leí alguno de los millones de tuits xenofóbicos contra los centroamericanos”.
El libro de Ortuño, finalista del premio Herralde en 2007 con la novela Recursos Humanos, es una suerte de novela negra que describe el infierno al que desciende una funcionaria con una misión: repatriar a las víctimas de una masacre en un pueblo perdido (la ficticia Santa Rita) en el sureste de México. Y la parte más oscura del desolador panorama no son los macabros crímenes descritos, sino la absoluta indiferencia que los rodea.
Ortuño nació en Zapopan, un municipio colindante con Guadalajara, en 1976. La ciudad, la segunda del país, se ha convertido en un punto de descanso de miles de personas que atraviesan México para intentar llegar a EE UU. Y cada vez más después de que la ruta más corta, la que atraviesa las costas con el golfo de México, se convirtiera en un auténtico hoyo negro devora-inmigrantes. “Como sociedad no estamos ni siquiera en el camino de entender y defender los derechos de inmigrantes. Siempre hay gente más sensible y que empatiza, pero en términos generales, diría que Guadalajara prefiere esconder los problemas debajo de la alfombra. No fue hasta que el gobernador dijo que los inmigrantes venían a robar que se hicieron visibles. Y no es un problema que sea sólo de Guadalajara, es de todo el país”.
Porque Ortuño describe a un México al que le encanta contarse lo generoso y cálido que es con los extranjeros, pero que es al mismo tiempo una sociedad clasista, racista y gandalla (mexicano para abusivo). “Existe en todo el país: desde Tijuana hasta San Cristóbal de las Casas. Oficialmente México no es un país racista, nos gusta contarnos que somos muy cálidos, pero eso es siempre y cuando los extranjeros sean güeros [rubios]. Y somos una sociedad completamente fértil para tratar a los centroamericanos como los tratamos. Cuando escucho que alguien se refiere [a los indígenas] como oaxacos, quiero retorcerle el pescuezo a la gente. Hay muchos mexicanos que hablan de los centroamericanos como los sheriff de Arizona hablan de los mexicanos”.
"Cuando escucho que alguien se refiere [a los indígenas] como oaxacos, quiero retorcerle el pescuezo a la gente"
El joven autor tiene un sentido del humor filoso y despiadado. “En México tenemos el racismo que no se atreve decir su nombre”. Recuerda una frase de Pérez Reverte –“y vaya que no me gusta citarlo”, subraya- sobre que en México los asaltantes piden las carteras “por favor”. Menciona una anécdota de un amigo diplomático, que preguntó a un hindú cómo era el sistema de castas. “El hindú se partió de la risa y le dijo: ‘¿Y cuándo fue la última vez que cenaste con un albañil?’. Descendiente de inmigrantes manchegos y vascos, reconoce que su herencia influyó en que escribiera este libro. “Aquí estoy yo porque una familia salió corriendo de España. Y no todos eran José Gaos”.
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