martes, 3 de diciembre de 2013
Tepito: El barrio bravo
“Con cuidado porque aquí te asaltan” es una de las recomendaciones que he escuchado una y otra vez para recorrer el barrio de Tepito en la Ciudad de México. Tantos estigmas y estereotipos sobre los tepiteños no generan más que curiosidad o morbo. Sólo he estado ahí una vez, y de lo único que me acuerdo es que me compraron unos tenis entre el “pásele, pásele”, cantado con el acento característico de los defeños, y las manos de mi madre apretando las mías. Puedo asegurar que si hubieran sido mis pulmones, me habría asfixiado. Tepito, invariablemente, genera morbo o curiosidad. Así que desde el momento en que se planteó que ahí podríamos realizar nuestro Foro Nacional de la Red Juvenil VIRAL MX, fue sencillo: “la curiosidad mató al gato”.
Este barrio, de acuerdo con Rocco, ex integrante del legendario grupo de rock La Maldita Vecindad, rompió su propio ghetto durante el terremoto del 85 cuando los chavos banda, que entonces (y todavía) eran etiquetados como delincuentes, fueron los primeros en andar entre los escombros ayudando a llevar agua. “Las doñas les daban, literal, las llaves de sus carros y ellos los regresaban”. El mismo Rocco, quien antes era vecino del barrio de Santa María la Rivera, recuerda que fue en Tepito donde inició, allá por los 80, uno de los movimientos artísticos y culturales más importantes a nivel nacional, y la calle fue su espacio de expresión inmediato:
—Comenzamos a ganar la calle. Nos dimos cuenta que podía ser de todo: cancha de fútbol, de volibol, comedor, galería de arte… Entendimos que el espacio público es nuestro.
La cultura callejera es lo que le da “color” al barrio. Se huele, se come, se toca, puedes ver la bravura de su gente en prácticamente todo. Pero no sólo su cultura ha sido un medio para la cohesión e identidad.
—Nosotros contribuimos a la economía. De los precios de Tepito se establecen los precios de la Ciudad de México. Que ni te digan que no porque mienten, que Tepito es un barrio fayuquero es cierto —dice doña Lourdes Ruiz entre una risa como de burla y orgullo al mismo tiempo.
La reflexión que hacen Rocco y doña Lourdes se refleja en la infraestructura. Se va construyendo la ciudad en sus calles, el gran patio de los tepiteños. Afuera está la diversión, las artes, las ventas, los cortes de cabello, el sexo, la comida. Los diseños diversos entre una vecindad y otra, proponiéndoselo o no, es la parte más íntima del barrio. Las bardas y rejas —incluso al interior— le dan un aire de laberinto bien diseñado. Quizá con eso se dan cuenta si uno viene de fuera; cualquiera se perdería con facilidad entre tantos caminos. Pero esas fortalezas no sólo pierden, también unen y protegen el vecindario.
Una de las jóvenes que trabaja para el Instituto de la Juventud del DF dice tajante:
—Acá somos bravos, nos gusta ser así. Si queremos te atacamos, pero sólo o porque eres muy mamón o muy pendejo; no nos cae bien la gente así.
Las madres de los jóvenes desaparecidos del Heaven, crimen de lesa humanidad ocurrido hace algunos meses, también han sido un factor de unión. Su acompañante, la defensora de derechos humanos Mayra Valenzuela, es una de las encargadas de llevarnos por el barrio. En Tepito el dolor existe, pero las miradas de los habitantes y enjugar de lágrimas lo arrancan de un solo golpe. Desconozco qué diagnóstico clínico podrían emitir los psicólogos de estas reacciones individuales, pero Tepito definitivamente no es un lugar para plañideras. Acompañando a madres de desaparecidos las escucho decir que “nada ni nadie nos detendrá” con voz firme, tajante, como si las impulsara el ímpetu de la revancha.
—Nos dijeron no te metas, y en Tepito decimos sí, sí me meto, y en eso nos hemos convertido —afirma una de ellas.
“A calzón quitado” o “al chile”, como decimos para pretender hablar con la verdad. Martín Camarilla, quien vive en la Morelos —considerada de las zonas más peligrosas del país—, pide un favor que para él es importante:
—Compas, digan lo que pasa de adeveras en Tepito. Los medios andan diciendo que nuestros muertos son del narco. No todo es como lo pintan. Somos gente, así como ustedes, que sale todos los días a rajarse la madre.
En su silla de ruedas, consecuencia de un accidente delincuencial, él quiere apoyo para que no se pierda el Memorial de los Ausentes, donde están simbólicamente representados los muertos de Tepito.
La muerte ronda por las calles y las fortalezas, pero también la vida. La gente que conocimos nos recibió con lo mejor que han podido ofrecer para hacernos sentir cómodos. Se han acercado también porque quieren proponer cosas para mejorar su barrio. No es que lo quieran bonito, pero a las personas les preocupa que los niños aprendan los oficios que están en desuso, que los jóvenes se queden con los negocios de sus padres, que la reparación de la iglesia más antigua se complete, que los gobiernos se comprometan no sólo en la palabra y la verborrea política, sino de verdad, trabajando como ellos lo hacen: con los cuerpos, la materia, lo tangible.
Porque si hay un orgullo de pertenecer a un barrio, de vivir en él, de sentir la comunión en sus calles, sólo se puede encontrar en el barrio bravo de Tepito.
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