jueves, 5 de diciembre de 2013

La opinión de... Salvador Ferrer i Paradeda

El detalle negro de cada uno de nosotros Salvador Ferrer i Paradeda.
Cuando alguien muere, le inmortalizamos por sus actos, todavía hoy, podemos recordar a Nelson Mandela –Madiba- como alguien que vivió intensamente el siglo XX, 100 años que no se borrarán de nuestra memoria por la cantidad de atrocidades que se cometieron, ni tan siquiera comparables a las crónicas de la edad media, donde el hombre se regía por la fuerza y gobernaba a la fuerza. Nada hemos aprendido y nada sabemos de lo que está por llegar. A pesar de todo, vivieron personajes que han dejado una profunda huella en cada una de nuestras vidas, dejando una profunda huella que jamás podremos olvidar. Mandela, junto con Gandhi, es uno de ellos y como tal permanecerá presente aunque los años quieran poner una barrera de niebla y oscuridad. No hay balanza que pueda medir la lamentable pérdida de un hombre luchador, terco, fiel a sus ideales y lleno de vida, cuando la vida parecía que le iba arrebatando las esperanzas.
Nació en un mundo oprimido, donde el ser blanco era sinónimo de poseer la razón, aún a costa de imperar la violencia. Luchó en una tierra donde el deseo de ser iguales parecía estar alejado de la realidad. Ha muerto después de ver que ser negro en una tierra negra dominada por los blancos, supone poder llegar a gobernar con la calidad suficiente como para tener una igualdad impensable. Considerado durante muchos años un peligro para la África del Sur gobernada por el odio y el apartheid, fundó una democracia y un respeto a las minorías. Se le acusó de terrorista, fue condenado a cadena perpetua en 1962, allí donde las cárceles eran sinónimo de horror, Robben Island se convirtió en su hogar durante casi 20 años, luego, bajo la presión mundial, se le trasladó… siguieron 8 años más de presidio y el milagro de mantenerse vivo en el mundo de los casi muertos. Llegó a convertirse en uno de los presos más viejos por motivos políticos y raciales. En nombre del odio permaneció más de 27 años entre cuatro paredes marcadas por el sinónimo de tener otro color de piel. Nelson Mandela fue el poder del perdón y la fuerza de la lealtad a unos ideales. Aguantó los tratos y vejaciones y se convirtió en la flecha que marcaba el camino hacia lo que parecía imposible, olvidar el apartheid. Nunca fue el antiblanco que querían crear. Mantenía la palabra dicha desde siempre-yo no lucho contra los blancos, lucho por la libertad de los negros-. No tenía a la violencia como arma, quería hallar un espacio independiente de los nombramientos ideológicos. El African National Congress tenía que aglutinar, razas, pensamientos e ideales. Los blancos también consideraba que eran víctimas de sus propias acciones y debían luchar a su lado. Cuando Frederik De Klerk, jefe del Estado sudafricano, junto con Mandela, lograron vencer el apartheid y abolir las leyes raciales en 1991, dio el paso definitivo para instaurar un gobierno sin venganzas. Unas palabras suyas fueron el pilar;” “Si queréis un día olvidar el apartheid, debéis aprender a perdonar”; dijo a los negros. “Si queréis un día ser perdonados, debéis olvidar vuestro apartheid”, dijo a los blancos. Una filosofía como un diamante en bruto, representó la mejor conjunción entre el sentimiento encontrado, la memoria olvidada y la fuerza del perdón.
¿De dónde surgía la sabiduría interna de aquel personaje?. Formado religiosamente y con ideas izquierdistas, espiritual, y profundamente pensador. Habitaba en un mundo plural, blancos protestantes, cristianos de diversas corrientes, judíos, musulmanes, hindúes y una diversidad infinita de antiguas creencias africanas, aprendió de todas ellas y lo tuvo como bandera, fue el reencuentro entre dos mundos que debían abrazarse tarde o temprano. Llegó el momento de ser presidente de negros y blancos en un país dominado por el odio. Una fórmula humanista. Sabía que sellar el acuerdo con los sudafricanos de raza blanca tenía que estar garantizado, eran unos años donde venían de ser derrotados en Angola y Namibia. Los protegió ante su capitulación.
Aceptó ser el presidente de ambas razas, una transición que parecía imposible, dejó a un lado odio y el derramamiento de sangre. Un ejemplo a seguir en el mundo actual donde mayorías y minorías buscan su espacio a base de luchas fraternales en muchos casos. Luego, en el momento que decide hacerse a un lado, nos deja una enseñanza imposible de olvidar y el rechazo de una cómoda vida. Él como Gandhi, puso al descubierto la no violencia que llevamos en nuestro interior y permanecerá en nuestros corazones, nos enseñó que todos tenemos nuestra parte negra.

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