viernes, 7 de marzo de 2014
Los Templarios se adueñaron de rancho y mataron a familia de 13
Daniel Blancas Madrigal |
La historia de la familia Cortés Torres es reflejo de los niveles de crueldad de Los Caballeros Templarios en la Tierra Caliente michoacana…
A mediados de 2013 doña Alicia y don Víctor, junto con sus hijos, nueras, nietos y consuegros, aceptaron la propuesta de trabajo de un ejidatario limonero de la tenencia El Alcalde, en Apatzingán. Se les contrató para vivir en el rancho llamado La Pitaya, donde desarrollarían actividades de limpieza, mantenimiento, cocina, reconstrucción y cosecha. En total, se mudaron ahí 13 personas, incluidos tres niños: de cinco años, un año y cuatro meses de edad. Sus restos fueron encontrados la noche del lunes pasado en una fosa clandestina en el ejido Las Mujeres, ubicado en la misma tenencia donde trabajaban.
Ocurrió el 28 de agosto de ese 2013… Un comando armado de los Templarios invadió y atacó el rancho con la idea del despojo y de montar ahí un centro de operaciones criminales, por su ubicación estratégica entre los municipios de Apatzingán y de Parácuaro. Aunque nadie en la familia puso resistencia, la orden del jefe de sicarios fue acribillarlos a todos: adultos, niños y la bebé.
La casa de los Cortés en la localidad de El Carrizo -límites de Parácuaro- quedó abandonada… Y fue ese abandono el que inquietó a Bonifacio Torres Marín, hermano de doña Alicia, quien en las horas y días siguientes se dedicó a buscar a su familia en solitario, pues las autoridades locales lo ignoraron, lo tacharon de loco. Una a una, rastreó y unió las piezas del caso, las cuales compartiría después con Crónica.
Conoció de la incursión templaria en El Pitayo, del rancho despojado y del levantamiento de sus familiares, aunque nunca perdió la fe de encontrarlos vivos… “Y si es que los mataron, pues al menos enterrarlos como Dios manda y ponerles sus florecitas”.
Pero el lunes esa esperanza se diluyó… Una de sus sobrinas tenía a la bebe en brazos.
Días antes del hallazgo y ante los constantes embates del crimen organizado, Bonifacio sacó a su esposa y sus tres hijas -lo único que le queda- de El Carrizo. Sabía que estaban en peligro. Pero él no se resignó al destierro: volvió por más pistas, y en la desesperación y soledad tomó su rifle y se unió a la autodefensa.
“Uno no entiende cómo los Templarios pueden ser tan despiadados. Mis familiares sólo cuidaban y trabajaban en ese rancho, eran gente de paz, campesinos pobres que buscaban un mejor sustento. ¿Por qué hacerles esto, por qué meterse con los niños y la bebé de meses?”, se pregunta Bonifacio con su carabina bajo el hombro. Ha participado ya en tiroteos para ahuyentar a los mafiosos de la región y propiciar el regreso de todas las familias que, por miedo, huyeron de El Carrizo.
“Perdí a toda mi familia, todo lo que tenía además de mi esposa y mis hijas… Todavía no puedo hacerme a la idea de que mi hermana, mi cuñado y mis sobrinos ya no están conmigo, de que no los puedo ver. Es puro sufrir”.
Dice que no dejará las armas, seguirá en la autodefensa “hasta sacar de Tierra Caliente y de Michoacán a todos los pillos que no tienen corazón. Que Dios los juzgue, pero aquí no permitiremos jamás que causen más dolor”…
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