martes, 1 de abril de 2014

El ‘sheriff’ del balneario

Forjado entre las balas de Tijuana, Alberto Capella llega a Morelos para combatir los secuestros PABLO DE LLANO Cuernavaca.
A las ocho y media, en una mañana que se levanta soleada, agradable, los escoltas de Alberto Capella se preparan para empezar la jornada con su jefe. Uno se cepilla los zapatos, otro se coloca la pistola en la funda de la cadera. Una furgoneta del equipo de seguridad tiene una puerta trasera abierta. En el asiento se ve un rifle M-4 acostado. Capella sale de casa. Es un hombre de 42 años. Carácter decidido. Corpulento. Se sienta en el asiento del copiloto de una furgoneta blindada y comienza el día. De camino a una charla en una universidad, el jefe de policía se bebe un yogur probiótico. Capella es desde enero el encargado de seguridad pública de Morelos, un estado al sur de la ciudad de México que tradicionalmente ha sido un área de descanso turístico y residencial de clases acomodadas, reputado por sus balnearios. Un detalle del plácido ecosistema que lo caracteriza es que su capital, Cuernavaca, es la segunda ciudad del mundo con más piscinas per cápita, después de Los Ángeles. Y un detalle de que esa placidez está amenazada es que en 2013 fue el estado mexicano con mayor proporción de secuestros: 8,5 por cada 100.000 habitantes. “El secuestro es la puñalada que nos está creando una hemorragia”, dice Capella, de verbo fluido, equipado con un arsenal de figuras retóricas eficaces. Abogado y empresario de carrera, su manera de hablar en público es más la de un profesional de la stand-up comedy que la de un burócrata. Nacido y crecido en Tijuana, como buen hijo de la frontera su estilo no es el de un contenido funcionario mexicano sino el de un salesman –un hombre de negocios– de Estados Unidos. Abogado de carrera, su manera de hablar es la de un profesional de la stand-up comedy, no la de un burócrata policial Nueve y media de la mañana. Universidad de La Salle de Cuernavaca. En el estrado, frente a decenas de estudiantes, Capella explica la diferencia entre Tijuana, la ciudad de la que fue jefe de policía dos veces (2007-2008 y 2010-2013), y Morelos: “En el norte nos tocó combatir a organizaciones que iban con bazucas y en convoyes de 30 o 40 vehículos. Aquí en Morelos no hay una delincuencia tan sofisticada, pero ha habido durante muchos años ineficiencia y corrupción”. Su tesis es que Morelos no se enfrenta a una crisis de crimen organizado sino de una delincuencia micro pero creciente que se alimenta de la podredumbre institucional. Pone un ejemplo: cuando se pusieron a analizar la situación en el municipio de Cuautla, se enteraron de que los mandos le cobraban cada día 1.000 pesos a sus agentes por dejarles patrullar, y patrullar significaba dejarles subir a un coche de policía y salir a buscar ciudadanos a los que pedirles una mordida por cualquier cosa. El plan de Capella para solventar la corrupción de las policías locales y sus nexos con las redes de secuestros es el Mando Único. Consiste en poner bajo su autoridad a todas las policías municipales. De momento ha logrado convencer a 18 de los 33 municipios de Morelos. Su discurso es el de un sheriff con iniciativa e independencia, o, como dicen en Estados Unidos, un maverick, que en inglés refiere tanto a aquel que no sigue las pautas acostumbradas como a una res sin marcar. En Tijuana, Alberto Capella empezó siendo un activista que aglutinó el descontento de la gente por la violencia. Esta relevancia social hizo que le ofrecieran hacerse cargo de la secretaría de seguridad de esta histórica ciudad fronteriza. A finales de 2007, poco antes de asumir el cargo, sufrió un atentado en casa. Un comando roció su vivienda de balazos de AK-47 y él se protegió desde dentro con un fusil de asalto que había dejado en la vivienda uno de sus escoltas. Aquel episodio del que salió ileso fraguó la imagen heroica de un hombre que tiene en su santoral a dos figuras muy ilustrativas: Frank Sérpico, el policía insobornable interpretado por Al Pacino que acabó vivo pero con un tiro en la cara, y Giovanni Falcone, el juez italiano que retó a la Cosa Nostra y al que asesinaron haciendo explotar al paso de su coche media tonelada de dinamita colocada bajo el asfalto. De camino de una conferencia a otra, el jefe de policía responde a la pregunta de si siente seguro en Morelos. “He recibido más amenazas que invitaciones a comer”, dice mientras maneja uno de los siete teléfonos celulares que usa para trabajar. La lucha contra la corrupción es su lema, y la vincula a la “dignificación” de la policía. Capella considera que los agentes municipales tienen que cobrar más –“por 1.000 pesos a la semana, ¿quién le entra a ponerse a salvar vidas?– y ser respetados por la gente. En la primera conferencia de la mañana dijo: “Si preguntas en Estados Unidos en un auditorio como este cuántos querrían tener un hijo policía, la mitad levantaría la mano. Allá, si matas a un policía te van a perseguir todos los policías del país. En México, si nos matan a un policía, nos emputamos, hacemos los honores y nos olvidamos del tema”. En la segunda, pasado el mediodía, repitió una figura no muy delicada que ya había usado en la anterior: “Al policía hay que mostrarle respeto, así sea un indio bajado del cerro a tamborazos con un uniforme puesto”. El jefe de policía dice que antes de 2015 espera haber duplicado el sueldo de los agentes municipales que entren al Mando Único. Al salir de la segunda conferencia, un muchacho se le acerca. Bajan unas escaleras y caminan unos metros hablando cabeza con cabeza. Cuando Capella se separa para entrar en su coche, el reportero le pregunta al joven cuál era la conversación. “Le dije que a los rateros se los tiene que chingar”. Hace años, antes de ser jefe de policía de Tijuana, Capella declaró que estaba a favor de la pena de muerte. Ahora, dentro de su furgoneta blindada contra munición de guerra, procura evitar el tema pero acaba accediendo a dar su opinión personal: “Estoy de acuerdo siempre y cuando el proceso judicial sea perfecto y en temas como el secuestro o que tengan que ver con delitos contra menores de edad”. Capella calcula que tardará al menos un año en “estabilizar” la seguridad de la zona. El punto de partida lo marca con palabras rotundas: “Morelos tiene cáncer, y necesita quimioterapia. Necesita que se la caiga el cabello como estado”, dice en la segunda charla, también en una universidad privada. De esta conferencia se despidió con una serie de fotos de grupo. La primera la terminó de una forma más dramática. “Aquí nos estamos jugando la última oportunidad de recuperar Morelos. Que Dios los bendiga”.

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