jueves, 22 de mayo de 2014
La disputa por el agua del Nilo, una crisis que viene
La reciente disputa entre Egipto y Etiopía por el agua del Nilo es un ejemplo de los conflictos que se avecinan en el Medio Oriente por el derecho a este recurso esencial. Cam McGrath/IPS
Thomas W. Lippman*
El conflicto aparentemente sinfín de Medio Oriente desvía la atención y los recursos de una amenaza más grave que se cierne sobre toda esa región a largo plazo, la creciente escasez de agua. Y la situación va a empeorar antes de mejorar, si alguna vez lo hace.
Años de guerra, la gestión descuidada de las reservas de agua, el crecimiento demográfico descontrolado, políticas agrícolas imprudentes y subsidios que fomentan el consumo transformaron una zona básicamente árida del mundo en una voraz consumidora de agua. La trayectoria no es sostenible.
Esas fueron las conclusiones, sombrías aunque no sorprendentes, de una conferencia de tres días sobre el tema celebrada en Estambul este mes. En el territorio que abarca desde Libia hasta Iraq y Yemen, demasiadas personas y animales utilizan los recursos de agua más allá de sus límites.
Algunos países donde la urgencia es mayor, como Siria y Yemen, son los menos equipados para evitar crisis de gravedad.
Jordania, siempre con escasez de agua, está abrumada por la avalancha de refugiados de Siria. Irak, que en el pasado tuvo recursos más que suficientes, perdió reservas fundamentales debido a la guerra y a las presas que Turquía construyó sobre los ríos Tigris y Éufrates.
Egipto, con sus 86 millones de habitantes, tiene una población dos veces mayor que hace 50 años pero sin recursos de agua adicionales.
La aislada franja de Gaza lidia con una crisis hídrica desde hace años. Y las escasas reservas de Yemen son absorbidas por la producción descontrolada de cat (Catha edulis), un cultivo especial de la zona tropical africana y arábiga que consume mucha agua y posee un valor nutricional nulo. Masticar la hoja ligeramente narcótica de cat es el pasatiempo nacional yemení.
“Si les das más agua, solo cultivarán más cat”, se lamentó un participante de la conferencia.
Pero no todas las noticias son malas. Países estables con mucho dinero, liderados por Arabia Saudita, exhiben avances notables en sus reservas, la gestión y la educación del consumidor.
En otros lugares, sin embargo, el pronóstico es poco alentador. Nadie predice que se desencadenarán “guerras por el agua” o conflictos armados por las reservas, un fantasma que se evoca con frecuencia pero nunca se materializó.
Pero en algún momento del futuro no muy lejano la escasez de agua podría provocar grandes migraciones, penurias, malas cosechas y una selección de prioridades en las poblaciones a medida que los gobiernos se ven obligados a asignar las reservas de agua, dijeron los conferenciantes, cuya identificación no es permitida por las normas de la conferencia.
Todo esto no pasó desapercibido. El problema del agua en Medio Oriente ha sido objeto de noticias, análisis de organismos como la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), y estudios realizados por centros de investigación y grupos humanitarios durante años.
En la cita más reciente, científicos, analistas políticos y académicos de ocho países se congregaron en una isla del mar de Mármara para la conferencia de Estambul titulada “A secas: Cómo abordar el reto del agua en Medio Oriente”, organizada por el Centro Hollings y el Programa de Estudios Estratégicos Príncipe Muhammad Bin Fahd de la Universidad de Florida Central, de Estados Unidos.
Pero este tipo de encuentros han logrado poco porque la región no tiene la estabilidad suficiente para que una solución integral y multilateral sea posible.
Según análisis realizados por el Banco Mundial, el Departamento de Estado de Estados Unidos y otros, la mayoría de los países definidos como “pobres en agua” – con un acceso inferior a 1.000 metros cúbicos por persona por año – se encuentran en Medio Oriente y el norte de África.
El Departamento de Estado también prevé que el cambio climático agrave el problema al provocar “niveles consistentemente más bajos de lluvias.”
Ningún gobierno ni organismo internacional puede aumentar las precipitaciones. Pero los congresistas de Estambul señalaron que el ejemplo de Arabia Saudita, el país más grande del mundo sin ríos, muestra que los estados con mucho dinero y tiempo suficiente para dedicarle a un tema pueden hacer mucho.
Arabia Saudita centralizó la planificación y la gestión del agua en la década de 1990. La mayor parte del agua del país se utiliza con fines personales y el abastecimiento doméstico lo realizan plantas de desalinización cuya construcción comenzó en los años 70.
Pero la construcción y operación de las plantas tiene un alto costo, lo que las deja fuera del alcance económico de países como Yemen.
Arabia Saudita lidera la región en la recaptura y la reutilización de aguas residuales. Una norma adoptada el año pasado, por ejemplo, exige que sus granjas lecheras funcionen con agua reciclada adquirida a la Compañía Nacional del Agua y no con las aguas subterráneas como se hacía en el pasado.
Ese país llegó a ser la quinta o sexta exportadora mundial de trigo, cuya producción requiere grandes cantidades de agua, pero ahora ese cultivo estará prohibido a partir de 2016 y el reino reorientará su agricultura a la producción en invernaderos de frutas y verduras.
También prohibió los cultivos forrajeros para ganado, como la alfalfa. Los productores ganaderos deben comprar forraje importado, señalaron participantes de la conferencia.
Arabia Saudita perdía hasta 25 por ciento de su agua por fugas en sus tuberías de distribución. Para resolver el problema privatizó su red de distribución y fomentó la participación de empresas de ingeniería y de gestión extranjeras.
El reino subió el precio del agua a las empresas e instituciones, pero no deja de subsidiar el agua destinada a las viviendas. Así, el elemento vital es barato y hay pocos incentivos para limitar su consumo.
Acabar con los subsidios sería políticamente arriesgado en un país donde los subsidios del agua, la gasolina y la electricidad son esperados por la población, que no tiene voto ni otro tipo de influencia sobre el gobierno.
Egipto, por lejos el país más poblado de la región, tiene un problema diferente de actitud de los consumidores. Los egipcios dan por sentada la disponibilidad del agua desde que se construyó la presa de Asuán en 1970. Como consecuencia, la utilizan a discreción en el hogar y bombean más de la necesaria para el riego de sus campos.
Presa en Sudán, que junto con Egipto acapara el 90 % del agua del Nilo. Foto: Reuters
Presa en Sudán, que junto con Egipto acapara el 90 % del agua del Nilo. Foto: Reuters
Pero la mayor preocupación actual de Egipto es el plan de Etiopía de construir una enorme presa hidroeléctrica en la cabecera del Nilo, lo que reducirá la corriente y la cantidad de agua almacenada en el lago Nasser, detrás de la presa de Asuán.
Cuando al canciller egipcio Nabil Fahmy se le preguntó recientemente si su país estaba en negociaciones sobre la distribución del agua del Nilo con los países río arriba, respondió “no. Me gustaría que sí lo estuviera”.
Los participantes en Estambul coincidieron en que no existe una solución única para la crisis del agua. Las respuestas existentes van desde lo simple y evidente, como la educación de los consumidores y la instalación de accesorios de baño de bajo caudal, a lo que se podría aspirar, como el desarrollo de plantas desalinizadoras que funcionen con energía solar.
Como es habitual en este tipo de eventos, los organizadores prepararán un documento con sus recomendaciones. Pero será difícil aplicar las soluciones hasta que cesen los tiroteos, los refugiados encuentren hogar y los gobiernos tengan una estabilidad suficiente como para ponerlas en práctica. Y eso no ocurrirá pronto.
*Thomas W. Lippman es investigador adjunto del Middle East Institute y autor de “Saudi Arabia on the Edge (Arabia Saudita al límite)”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario