miércoles, 23 de julio de 2014

La opinión de...Salvador Ferrer i Paradeda (Paisajes)

PAISAJES Salvador Ferrer i Paradeda.
Por razones en cada caso diversas, - predicamentos, nostalgia, curiosidad o ganas de observar -, he recorrido durante algunos días los paisajes de "mi" región. Los paisajes de este pequeño país pueden empezar en el centro de su ciudad principal, Jilotepec; donde ahora los encargados de obras públicas cubren la tierra de asfalto, rotondas, carreteras y una cercana autopista. Pero, poco a poco, mirando y observando, he encontrado extensas vistas de tierra llana, montes, áridos rincones, fértiles campos, viejas haciendas - ya casi desconocidas con sus restos retando a la historia y el paso de los años - ranchitos abandonados, otros recién construidos, bueyes y caballos arando, hombres trabajando el campo con una mano en la espalda envolviéndose en las riendas y la otra guiando a los animales, observando de reojo al cielo en busca de aquella nube que anuncie la llegada de la lluvia. Campos donde los surcos forman líneas rectas interminables, es un lugar donde la tierra se trabaja como trabajan los orfebres: con una perfección, una delicadeza, una suavidad de textura y de efectos que tienen más relación con la estética que con la economía agraria. Esta agricultura es una forma de arte. Líneas puras, bellamente racionales, nada de exuberancias, trazos barrocos ni otras fantasías que los ignorantes ¬los que miran sin ver y piensan poco, atribuyen al agricultor. Es un prodigio de severidad. Es un paisaje humano, como un tablero de ajedrez. En las cercanas presas de Danxho, Santa Elena, Xhimojay..., se pueden contemplar rincones donde comparten vecindad las secas tierras y el agua, lugares para conservar y disfrutar, recorrerías es hacer un viaje muy remoto a un lugar escondido, un paisaje increíblemente cercano con una fauna que a muchos sorprendería; garzas reales que esperan en sus riberas y alzan un vuelo lleno de solemnidad, aves venidas de lejanos países, de paso entre nosotros. En sus cercanías se alzan casas donde los habitantes parecen ser distintos a sus vecinos. También cuentan esas tierras, con lugares muy áridos, donde parece un milagro que crezcan los nopales, el maguey, el capulín, el tejocote y otras variedades, aunque sigue siendo el maíz la base de sus siembras. Aún hay más; la piedra y la tierra reseca, compañera del polvo durante todo el año, allí donde otra especie humana nunca hubiera prosperado como esta raza, eminentemente otomí, acostumbrada a luchar contra el lugar donde pisan. Consigues ver y disfrutar el verdor de los árboles, el pasto, las piedras, el polvo y las montañas que circundan el “pequeño país". Las Peñas siguen majestuosas, como vigilando el lugar, inamovibles, sus frondosos bosques rompen, en ocasiones, el encuadre del valle, un aroma intenso las envuelve, pasear entre sus árboles, milenarios algunos, sintiendo el olor a humedad, es una rara delicia. Sus caminos te llevan a continuas sorpresas; montañas respetables y espesas. Somos ricos, somos inconscientes, viajamos poco: dejamos plásticos y papeles, pero aún nos queda una esperanza Cada rincón nos muestra huellas de culturas ya lejanas, nombres que hoy en día ni tan siquiera muchos saben, no tan sólo la confección, sino su significado; el otomí y el náhuatl bautizaron sus asentamientos: Jilotepec, Oxthoc, Xhisda, Xhixhata, Dexcaní, Doxhichó, Huantepec, Mataxhi..., ellos y muchos más han formado lo que hoy podemos contemplar diariamente, aunque si lo observamos con detenimiento nos daremos cuenta que nos falta mucho para conocer la tierra que nos envuelve y que tanto nos puede enseñar. Simplemente hay que tener una razón, predicamento, nostalgia, curiosidad o ganas de observar...

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