lunes, 12 de mayo de 2014

“Soy hijo de migrantes campesinos, ¿qué más lejos puedo estar de las estrellas?”

Isaac Torres Cruz | La Crónica.
El astronauta de origen mexicano visitó el país en un homenaje realizado en una plaza comercial. José Hernández ha narrado cómo presenciar la misión Apolo 17 a través del televisor cambió su vida a los 10 años. Lo que no sabíamos eran algunos detalles de lo que sucedió en su cocina esa noche cuando compartió su sueño con sus padres. — ¡¿Cómo?! —preguntaría con el debido azoro su padre, Salvador. — ¡Sí, quiero ser astronauta! A continuación, lo citó en la cocina, donde el astronauta de origen mexicano refiere que era el sitio de la casa destinado para tres cosas: comer, hacer la tarea y “corregir” a él y a sus hermanos. “Era noche, ya habíamos cenado y hecho los deberes”. El pequeño temió haber sido imprudente. Pero no era así. Propio de la cocina, Salvador le dio a su hijo una receta con la que podría alcanzar su sueño y que ahora comparte con los jóvenes mexicanos: Define cuál es tu meta; date cuenta de qué tan lejos estás de ella (“soy hijo de migrantes campesinos mexicanos, qué más lejos puedo estar”, pensó); establece una ruta a través de ésta; estudia duro, porque la educación es primordial y “esfuérzate para alcanzarlo”. José lo creyó y funcionó: el 29 de agosto de 2009 viajó en el Discovery como ingeniero de misión. Su historia es uno de los ejemplos más grandes de éxito en la realidad e imaginario de los mexicanos aquí y los que han migrado a EU —tan fílmica que Alfonso Arau prepara un guión cinematográfico basado en el libro autobiográfico de él—, por lo que el ingeniero espacial quiere, incluso sabe que “debe”, de cargar con esa responsabilidad. Su última visita a nuestro país es muestra de ello, puesto que participó como abanderado del proyecto “Grandes Valores de México”, que organizó una exposición fotográfica del astronauta en Plaza Lindavista, así como un encuentro con los asistentes a ésta. En este atípico escenario, donde se anunció además la edificación de una escultura suya en la Plaza de los Grandes Valores, dentro del Parque de los Venados, ofrece una entrevista a Crónica para hablar de su trabajo dentro y fuera de órbita. — Está aquí para promover los valores y compartir su experiencia con los jóvenes. — Sí, y muchos de esos valores para triunfar en la vida son familiares. Quiero contar mi historia y dejar a los jóvenes empoderados, que me vean y digan “si ese cuate pudo ¿por qué yo no?” y crean en ellos mismos. Hay que animar a los jóvenes a que sueñen en grande, pero también a que entiendan que deben estar dispuestos a trabajar duro para alcanzar su meta. — En diversas ocasiones ha referido el valor que sus padres le dieron a la educación, no obstante en nuestro país a veces se desestima como un motor de promoción y bienestar social. — Mi familia, originaria de Michoacán, era humilde pero mis padres creían en la educación y crearon el ambiente para que estudiáramos a pesar de no tener recursos, pero esto último nunca fue un pretexto para dejar la escuela. Si uno tiene las ganas debe de buscar la manera y definir la meta para planificar y llegar hasta ella [receta de cocina paterna]. A veces los papás piensan que no se puede educar por falta de recursos, pero están equivocados porque el mejor regalo que pueden dar es el ánimo, hay que poner el ambiente en la casa para que estudien y, si son buenos, llegarán las becas y otras formas de ayudarse. No se trata sólo de aportar dinero para las colegiaturas. — Ya en su carrera en la NASA, ¿cómo fue su candidatura para ser astronauta? — Fue un camino largo, me gusta contarle a los jóvenes que una de las características que deben de tener es la perseverancia —y que yo agregaría a la receta de mi padre—, porque la NASA no me rechazó solo una, dos o tres veces, ¡sino 11! En la doceava me seleccionaron. No fue fácil, pero tampoco imposible. Hay que considerar que mientras más grande sea el sueño más difícil será lograrlo, pero se puede. Tómenme como ejemplo: falle 11 veces, pero aprendí y mejoré cada año hasta que la NASA puso su ojo en mí y me seleccionó. — ¿Qué fue lo que más recuerda de su preparación como astronauta? — Que fue difícil, dura e intensa. Durante dos años uno repite el entrenamiento e incluso las reacciones se vuelven secundarias porque todo se hace de memoria, empiezas a hacer las cosas así porque las practicamos tantas veces que hasta las llegamos a realizar con los ojos cerrados. — El lanzamiento debe ser una experiencia tremenda y poco agradable. — Imagínese estar en la plataforma de lanzamiento y viajar de cero a 25 mil kilómetros por hora en 8 minutos y medio… “está cañón”. Y es difícil físicamente porque vas acelerando y empiezas a sentir la presión del cuerpo en 3G, donde es difícil respirar porque es como si una persona tres veces tu peso estuviera encima de ti. — ¿Qué sintió estando en el espacio? — Una gran humildad de ver nuestro mundo y nuestro Universo y decir es “muy perfecto para que sea coincidencia, debe haber un poder superior a nosotros que creó todo esto”. Era creyente cuando salí al espacio y regresé aún más convencido. — Ya de regreso, ¿cuál es la sensación? — De lograr la meta diez años después de intentarlo por primera vez. Y para intentar explicar lo que uno reflexiona después de estar en el espacio las palabras no hacen justicia. Reconozco el privilegio que fue estar allá, donde muy pocos seres humanos han llegado [489], es algo exclusivo y me siento honrado de regresar para poder contárselo, en especial, a los mexicanos. — Ahora tiene una nueva misión, que se ha vuelto más moral como lo comenta. — Resultó de forma natural, porque quería ir al espacio y ser astronauta pero era por razones egoístas. Pero al regresar y ver la reacción de nuestros jóvenes en México y latinos en EU —cuando se iluminan sus caras al conocer a alguien con quien se identifican— es como si les diera licencia para soñar. Es una gran responsabilidad que reconozco y acepto. También hay que trabajar duro para inspirar a la siguiente generación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario