lunes, 3 de noviembre de 2014
Desentierran de fosas una tragedia en Iguala
Fotos que la UPOEG subió a facebook ayudaron a que familiares identifiquen a su pariente desaparecido desde 2013, en este municipio
Claudia Solera/ Enviada-EXCELSIOR.
En Iguala, por primera vez una familia levantó la mano identificando los objetos de Felipe de Jesús Parra, entre las credenciales, ropa, carteras que se han asomado en las fosas clandestinas que se destaparon en el último mes, como parte de la búsqueda de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Poco después de que Felipe de Jesús volvió de Estados Unidos a su ciudad natal, Iguala, desapareció mientras manejaba un taxi. Aunque su familia desconoce su paradero desde 2013, no se ha atrevido a denunciar ante el Ministerio Público, por las amenazas y el terror que les sembraron los criminales que se lo llevaron.
El pasado 24 de octubre, mientras la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG) reportó el hallazgo de entre cuatro y cinco fosas en el paraje de La Joya y decidió fotografiar la cartera e identificaciones a medio quemar de Felipe de Jesús.
“Gracias a que las tarjetas de crédito no se quemaron completamente logramos ver el nombre del propietario y sobre eso nos guiamos para reportarlo en nuestra página de Facebook”, comentó a Excélsior Miguel Ángel Jiménez, integrante de la UPOEG.
Después de regresar de La Joya, a las 19:22 horas, los policías comunitarios publicaron las imágenes de las tarjetas en la página Frente Igualteco Por la Dignidad, para ver si se ponía en contacto alguien que conociera a Felipe.
Al campamento, ubicado sobre la Alcaldía de Iguala, donde los policías comunitarios pernoctan desde hace casi un mes, llegó la familia Parra 24 horas después de la publicación en Facebook, para indagar más sobre las pertenencias halladas de Felipe.
Para los Parra ésta era la única información que habían recibido sobre el posible paradero de su familiar. El 3 de septiembre de 2013 Felipe de Jesús salió de su casa a las 8 de la noche para trabajar el taxi, y aunque esperaban su regreso a medianoche, desapareció entre las avenidas de Iguala.
“Era en la tardecita cuando me gritaron: ‘Oye Migue, ahí están los familiares del propietario de las pertenencias que encontramos’, y aunque tenían mucho miedo, dijeron que se atrevieron a venir, porque estos objetos representan una esperanza para encontrarlo”, contó Jiménez.
Pero no sólo los Parra se llenaban de esperanza por tener al fin un indicio sobre el posible paradero de Felipe; los policías comunitarios también comenzaban a encontrar algún sentido al trabajo que han realizado adentrándose en los montes de Iguala y ríos de Cocula, bajo un sol caliente de más de 30 grados, buscando a los normalistas.
Miguel Ángel Jiménez, campesino corpulento y de movimiento toscos, cuando narró este logro de la UPOEG, simplemente debía restregar sus ojos para enjuagarse las lágrimas que brotaban por la emoción.
“Tengo sentimientos encontrados, porque detrás de un desaparecido hay tanto dolor, hay tanto miedo”, aseguró.
Esa tarde, cuando los Parra visitaron a Miguel, había sido un pésimo día para los policías comunitarios. A pesar de que madrugaron, cruzaron la maleza en huaraches y sin almorzar, tampoco encontraron a los normalistas.
Miguel se sentía cansado, frustrado, porque desde que inició la búsqueda se había preguntado para qué servía tanto trabajo y haber abandonado sus tierras y a su familia por escarbar el monte, si los normalistas no aparecían y si todas las personas que había encontrado en hoyos clandestinos iban a terminar en una fosa común.
Así que cuando Miguel se sentó con los Parra pudo dar un rostro a los objetos que halló.
Ya no nada más veía credenciales y huesos tratando de reconstruir la historia detrás de éstos, sino que estaba escuchando que Felipe de Jesús tenía un hijo de 19 años, que sufre mucho por su ausencia. Miguel se solidarizaba y trataba de darle consuelo a una familia aterrada, que aún no sabe si se armará de valor para ir al Semefo y reclamar que se realicen los estudios de ADN a los restos que aparecieron junto con las tarjetas de su ser querido.
“Por un lado, la familia está cerca de encontrar a Felipe, pero, por el otro, le da miedo seguir con las investigaciones y poner en riesgo la vida de sus integrantes”, explicó Miguel.
En toda la región norte de Guerrero, como si la pérdida de un hijo o el terror a las represalias por parte de los criminales no fuera suficiente pesar para las familias, deben vivir, además, hasta con el desprecio de la gente.
“Los mismos vecinos, cuando se enteran de que una familia fue víctima de la desaparición de un miembro, les dejan de hablar. Les retiran el saludo para que nadie los vaya a involucrar con ellos. Se alejan, como si de repente a las víctimas les hubiera dado una enfermedad contagiosa. Desafortunadamente es lo que viven las familias, y aunque en esos momentos es cuando más deberíamos ayudarlas, cada quien prefiere preservar su vida”, lamentó el sacerdote Óscar Mauricio Prudenciano González, párroco en Iguala.
A María Guadalupe muchos familiares y amigos simplemente dejaron de visitarla después de que se enteraron que su marido desapareció en Chilpancigo, Guerrero, el 8 de junio de 2012.
No sólo vio a muchas personas extinguirse de su lado, también se cayó la reputación intachable que su esposo, un abogado civil y mercantil, mantuvo por casi dos décadas de profesión.
“La gente empieza a decir cosas cuando tu familiar desaparece. A veces comentaban que tal vez le había sucedido eso por hacer tratos con la mafia o porque andaba en malos pasos, cuando nosotros jamás tuvimos dinero malhabido y vivimos pobremente como cualquier familia mexicana”, dijo María Guadalupe.
El único consuelo que las familias podían conseguir antes de que los reflectores se enfocaran en la desaparición de los 43 normalistas, estaba en alguna parroquia. Al sacerdote Óscar los familiares siempre le estaban pidiendo organizar misas y rosarios a nombre de sus desaparecidos.
“Aquí, al menos en mi comunidad parroquial, me ha tocado hacer celebraciones, horas Santas, jornadas por la paz, incluso hemos tenido cursos de atención a víctimas de la violencia, como queriendo ofrecer de parte de la Iglesia un apoyo a las familias que, además, sufren el desprecio de la sociedad”, dijo el sacerdote.
Pero esas personas que se sintieron solas y acorraladas en su dolor ante la ausencia de su ser querido, como María Guadalupe, se están llenando de coraje para exigir justicia, al observar cómo la intensa movilización de los padres de los normalistas logró que el Presidente de la República se sentara con ellos para atender su denuncia.
“Hay muchas personas que estamos sufriendo como los papás de los normalistas, que estamos buscando a nuestros familiares desde hace mucho más tiempo y que las autoridades no nos han atendido. Queremos que a esos cuerpos encontrados en las fosas se les dé una identidad y les regresen la tranquilidad a quienes los buscan”, pidió María.
Entre esas pertenencias y huesos que Miguel Ángel Jiménez halló en las fosas clandestinas, durante la búsqueda de los normalistas, y que por momentos pensó que nadie reclamaría, por lo menos una familia, los Parra, encontró un indicio de dónde puede estar Felipe de Jesús.
Identificación
El Instituto de Ciencias Forenses detalla el proceso de identificación de cuerpos.
Se realiza el estudio de los cadáveres que ingresan como desconocidos, formando un expediente que servirá para realizar confrontas con la información y documentos proporcionados por los familiares que asisten a la institución.
A petición de la autoridad ministerial o judicial, se realizan valoraciones de edad, análisis morfocomparativo de la región facial, clasificación definitiva de lesiones dentales, confronta dactilar de documentos, exhumaciones, participación en juicios penales y de paz, penal, etcétera.
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