• Escapan de sus hogares y difícilmente pueden alcanzar mejores estadios de vida, aunque pocos se superan, no todos llegan a feliz término.
Colaboración especial: Mario Ruiz Hernández
1ª. de dos partes.
VALLE DE MÉXICO., a 29 de abril del 2018.-La experiencia de Antonio, quien tiene escasos 13 años, es una de las variadas historias de vida recogidas en las grandes ciudades o metrópolis.
Al igual que otros tantos, llegan de sus lugares de nacimiento arriba de camiones que transportan frutas o vegetales en la búsqueda de un mejor porvenir.
Pero como suele suceder, luego de trabajar en lo que se pueda y sobrevivir por corto tiempo, en más de las ocasiones caen en las manos de sujetos que los explotan poniéndolos a vender chicles, pedir limosna o limpiar parabrisas.
Frecuentemente en la lucha por la supervivencia, en riñas individuales o colectivas, suelen perder dientes, los ojos, contraen fracturas por los golpes e incluso hay quienes pierden la vida.
Los testimonios son crueles; Antonio nos comparte el suyo y nos dice: “Huí de mi pueblo porque en casa era tratado como a las bestias y en esta ciudad parece que llegué al infierno”.
Dentro de los muchos, pocos son los ayudados por instituciones y casas- hogar que les permite cambiar totalmente de vida.
Hoy, uno de los frutos de una estructura política y social injusta son los llamados popularmente “Chavos de la Calle”, comunidades infantiles y juveniles que huyen del maltrato de familias disfuncionales.
Son hogares destruidos por la droga, el alcohol o el maltrato físico, psicológico o moral. Los signos de destrucción y miedo están por todos lados.
Empero, ellos, no son de la calle, son nuestros, tuyos y míos.
Por ello, es tarea de la sociedad crear mecanismos que prevengan desde las familias mismas, la desintegración familiar y de la calle como una opción de vida a los niños con riesgo de perderse.
La realidad es brutal, ahora, los infantes vienen emigrando de la “Gran Ciudad Madre o Metrópoli” a otros centros urbanos expulsados por la falta de desarrollo y se instalan donde se puede, cotidianamente en municipios del Valle de México.
Pese a que no hay por el momento registros de desplazados, cada momento se observan infantes que han hecho de la calle no sólo su modo de vida, sino, además, el hotel urbano más grande del país.
1ª. de dos partes.
VALLE DE MÉXICO., a 29 de abril del 2018.-La experiencia de Antonio, quien tiene escasos 13 años, es una de las variadas historias de vida recogidas en las grandes ciudades o metrópolis.
Al igual que otros tantos, llegan de sus lugares de nacimiento arriba de camiones que transportan frutas o vegetales en la búsqueda de un mejor porvenir.
Pero como suele suceder, luego de trabajar en lo que se pueda y sobrevivir por corto tiempo, en más de las ocasiones caen en las manos de sujetos que los explotan poniéndolos a vender chicles, pedir limosna o limpiar parabrisas.
Frecuentemente en la lucha por la supervivencia, en riñas individuales o colectivas, suelen perder dientes, los ojos, contraen fracturas por los golpes e incluso hay quienes pierden la vida.
Los testimonios son crueles; Antonio nos comparte el suyo y nos dice: “Huí de mi pueblo porque en casa era tratado como a las bestias y en esta ciudad parece que llegué al infierno”.
Dentro de los muchos, pocos son los ayudados por instituciones y casas- hogar que les permite cambiar totalmente de vida.
Hoy, uno de los frutos de una estructura política y social injusta son los llamados popularmente “Chavos de la Calle”, comunidades infantiles y juveniles que huyen del maltrato de familias disfuncionales.
Son hogares destruidos por la droga, el alcohol o el maltrato físico, psicológico o moral. Los signos de destrucción y miedo están por todos lados.
Empero, ellos, no son de la calle, son nuestros, tuyos y míos.
Por ello, es tarea de la sociedad crear mecanismos que prevengan desde las familias mismas, la desintegración familiar y de la calle como una opción de vida a los niños con riesgo de perderse.
La realidad es brutal, ahora, los infantes vienen emigrando de la “Gran Ciudad Madre o Metrópoli” a otros centros urbanos expulsados por la falta de desarrollo y se instalan donde se puede, cotidianamente en municipios del Valle de México.
Pese a que no hay por el momento registros de desplazados, cada momento se observan infantes que han hecho de la calle no sólo su modo de vida, sino, además, el hotel urbano más grande del país.
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