lunes, 7 de abril de 2014

Precariedad, riesgo: los rostros del empleo juvenil

Alí Sánchez Navarro / elTOQUE Todo indica que los jóvenes mexicanos no caben en la economía formal del país. La precariedad de los empleos y la informalidad, han dejado al descubierto la terrible incertidumbre en la que éstos viven, teniendo que aceptar las migajas de un modelo económico feroz y sumamente excluyente.
Desde hace muchos años el discurso gubernamental ha sido el mismo: habrá más y mejores empleos. Sin embargo, el día a día muestra una cosa totalmente distinta. La realidad es que para la mayoría de las familias es imposible vivir sólo con el salario de uno o dos de sus integrantes, lo que obliga, especialmente a los jóvenes, a moverse para conseguir un empleo que les permita aportar algo a su casa y, en algunos casos, seguir estudiando. A pesar de que, según las cifras oficiales, el desempleo ha disminuido en los últimos años, ni las condiciones laborales, ni los salarios se han visto favorecidos. Por el contrario, estas condiciones de inseguridad laboral y sueldos sumamente limitados han obligado a los jóvenes a aceptar puestos y ocupaciones temporales donde, en muchas ocasiones, no existen contratos, y mucho menos prestaciones. “De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo, el 59 por ciento de aquellos que se encuentran en la llamada “edad productiva” están insertos en la informalidad, y de éstos, son los jóvenes de entre 15 y 24 años los que principalmente se encuentran bajo esta condición”. Este sector de la población se está enfrentando a un mercado que cada vez limita más las oportunidades, porque ya no se trata sólo de tener las aptitudes y conocimientos para poder aspirar a un puesto o a un trabajo estable. Las opciones se reducen y la necesidad de trabajar es apremiante. Hoy, más que nunca, estamos siendo testigos y no sólo de la falta de oportunidades, tema que desgraciadamente sigue prevaleciendo. Ante el panorama de lo incierto, los jóvenes han terminado por enrolarse en trabajos que reúnen características fatales: precarios, riesgosos e informales. Desde hace tiempo la principal insatisfacción o descontento estaba en aquellos jóvenes que durante años se habían esforzado por terminar sus estudios profesionales y que, al salir, se encontraban en la lamentable situación de no encontrar algún trabajo que correspondiera a su área de estudio. Es común que nos encontremos profesionistas que tienen que trabajar como taxistas, comerciantes, despachadores o en alguna otra actividad totalmente lejana a sus intereses. Ahora presenciamos a una generación que no ha tenido más remedio que asumir y agregarse a la dinámica del mercado. Precariedad: la asfixia a los derechos humanos y laborales Son los espacios donde los jóvenes carecen de cualquier forma de inclusión social por medio del empleo. Se les obliga a trabajar más de la jornada establecida, no hay pago de horas extras, los salarios son ridículos, no hay ningún tipo de certeza sobre la permanencia en el empleo y las prestaciones sociales o de jubilación son impensables. Los jóvenes aceptan un contrato que no tiene rumbo, la falta de experiencia, y sobre todo la necesidad, los empuja al abismo del mercado dominante. Riesgosos: la vida de por medio Son los trabajos que ofrecen todo a cambio de entregar la vida, de un solo golpe o poco en poco. Hasta hace algunos años, eran los empleos relacionados con la calle, pero recientemente, el narcotráfico, el crimen, la prostitución y demás acciones al margen de la ley, se han convertido en la opción. Conscientes de la dificultad que implica conseguir un empleo estable, legal y formal, la desilusión ha provocado que estemos presenciando que miles de jóvenes hayan optado por el dinero difícil, porque aunque muchos le llamen fácil, finalmente han apostado toda su vida por un ingreso. Informales: sin registro, sin historia A pesar de los planes y proyectos, la informalidad se mantiene vigente. Empleos al alcance de muchos, pero que no cumplen con las formalidades legales y, por lo tanto, no representan ninguna garantía laboral. “Los jóvenes han encontrado a través de estos empleos temporales una forma de subsistir de manera permanente, aunque muchas veces caminen en lo ilícito o lo incierto: vendedores ambulantes, piratería, abrir algún negocio pequeño, y hasta algún oficio. Obviamente, sin derecho a prestaciones, y mucho menos generar antigüedad.” Esos son los rostros de los empleos a los que muchos jóvenes tienen acceso, sean muchos o pocos, las condiciones son sumamente desalentadoras, digamos que son una estaca clavada en la esperanza, y por lo tanto, en el futuro. Es bien sabido que el crecimiento del bono demográfico traerá bajo el brazo una gran demanda laboral para los próximos años, es decir, millones de jóvenes estarán listos para ingresar al mercado laboral, pero tal vez, este mercado ya dio suficientes señales de no estar listo para recibir a las nuevas generaciones. Para muchos. puede parecer un tema ambiguo o trillado, pero seguir dejándolo a un lado, como si no pasara nada, pensando que el propio sistema económico acomodará a los jóvenes como piezas en un engrane perfecto, es vivir en el error. Quizá la disminución del desempleo represente un avance, pero eso no significa que existan mejores condiciones económicas para los individuos. El gran reto no es generar muchos empleos, sino que estos dejen de estar marcados por la ferocidad y la exclusión del mercado dominante.

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