martes, 29 de abril de 2014
La canonización de Karol Wojtyla
En Polonia, la canonización de Juan Pablo II. Foto: Getty Images
Patricia Barba Ávila*
Los vocablos latín y griego (sanctus) y αγίος (hagios) para “santo” transmiten la idea de puro o limpio, apartado de la corrupción. En este tenor, ¿qué califica a una persona como «santa»? Sería la pregunta indispensable en el tema de la canonización de un personaje religioso, o la calificación de santo para un laico.
La historia del cristianismo mundial registra las posturas, ideologías y convicciones de personajes tan relevantes como Giordano Bruno, filósofo italiano de la Orden de Predicadores que con una visión que trascendió su propia época, reflejada diáfanamente en su libro Del Universo infinito y los mundos, desafió los dogmas impuestos por el Vaticano, lo que le valió ser torturado y quemado en la hoguera por "hereje". Por otra parte, en la antípoda filosófica de monjes, obispos y pontífices como Giordano Bruno, Óscar Arnulfo Romero y, por supuesto, Juan XXIII, se colocarían jerarcas como Juan XII, Clemente VIII, Alejandro VI y Juan Pablo II, modelos indiscutibles de la mentalidad que desde un inicio ha distinguido y sigue siendo el sello de las figuras máximas de esta institución político-financiero-religiosa: abusos de poder y vicios de toda índole como la codicia, la hipocresía, la mentira, la gula, la lascivia y la crueldad exacerbadas.
Con base en lo anterior, si fundamentamos el adjetivo de "santo" en características como la honestidad, el amor por el conocimiento --filosofía--, la bondad, el respeto por el prójimo, el nombre que nos vendría a la mente sería, justamente, el de Giordano Bruno. Sin embargo, si para calificar a alguien como "santo" se requiere que haya sido deshonesto, encubridor, indiferente al sufrimiento de miles de hambrientos y cientos de niños violados, enamorado del poder, entonces, sin duda alguna, un candidato a la canonización sería Karol Wojtyla (Juan Pablo II).
"Ni el PRI tuvo esa capacidad de movilizar como lo tuvo Juan Pablo II", comentó Bernardo Barranco en entrevista con Rubén Luengas y es justamente aquí donde habría que detenerse a reflexionar en la razón de fondo de la exacerbada devoción de amplios sectores sociales mexicanos por alguien de quien, en realidad, sabían muy poco y sólo conocían a través del espejismo creado por la mercadotecnia desplegada por los medios de comunicación oficiales y oficiosos.
Aquí hemos hablado repetidamente de la aplastante influencia que ejerce el poder mediático que a base de golpeteo goebbeliano construye santos y próceres y los vende a una sociedad ávida de creer en lo que sea, como si se tratara de la comercialización de un producto chatarra. Es indiscutible que en su mayoría, las grandes mayorías desprotegidas de países como México, Brasil, Estados Unidos, por nombrar sólo algunos en este lado del mundo y en cualquier época de nuestra accidentada historia, han recurrido al único refugio construido con la distorsión del cristianismo, que les ha convencido de que el premio para su docilidad y aceptación de toda clase de abusos, es el paraíso, donde reinarán al lado de Dios Omnipotente que, paradójicamente, al encarnar en hombre, demostró una lamentable y dolorosa impotencia.
Pero no sólo esta distorsionada concepción del cristianismo ha conducido a la miseria material de millones de desheredados en el mundo, sino a la miseria moral de aquellos obligados a mantener un elevado nivel ético. En La voluntad de no saber, Alberto Athie y José Barba mencionan no sólo el comportamiento patológico de Marcial Maciel sino algo igualmente grave: el encubrimiento de los crímenes de Maciel por parte de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, quienes por décadas, con su voluntad de no saber favorecieron la violación brutal de cientos de niños y jóvenes.
"La iglesia católica ha sido infiltrada", acusó un radioescucha del arriba citado programa de Rubén. En este punto toral, es interesante adentrarse en el origen de lo que ha sido y sigue siendo hoy El Vaticano, para poder concluir si, efectivamente, "el mal" infiltró a esta poderosa institución religiosa o si su génesis se derivó de los vicios, crueldades y desviaciones que caracterizaron a las clases pudientes del Imperio Romano y su fusión con el fundamentalismo excluyente y sediento de poder de la secta cristiana que decidió deificar la figura de un líder social conocido como Jesús de Nazaret y al hacerlo, aniquilar al grupo de seguidores de Cristo que mantenían una visión esencialmente humana y humanista de esta fundamental figura de nuestra historia. "Son políticos disfrazados de religiosos", opinó otra radioescucha del mismo espacio radiofónico y qué verdad encierra esta aseveración. Tanto en el ámbito de poderes gubernamentales, dictatoriales y monárquicos dominados por la veneración al dios dinero, como en el ámbito de la Teología de la Liberación, es indiscutible que el quehacer de los integrantes de instituciones religiosas como la católica está íntimamente ligado --para bien y para mal-- a la actividad pública de los distintos conglomerados sociales en cualquiera de los cinco continentes.
En virtud de lo anterior, es indiscutible que libros como la Torá, la propia Biblia (biblia, plural de biblion: libro, papiro para escribir), o cualquier otro texto entendido y aplicado como guía o serie de preceptos a seguir por una determinada comunidad, hablan justamente de lineamientos que deben regir la conducta humana para una armónica convivencia social –o al menos ese parece ser uno de los propósitos de su redacción. En este sentido, algo parecido se estaría buscando con la emisión de leyes o preceptos contenidos en las constituciones políticas de numerosas naciones: la búsqueda de un comportamiento social caracterizado por el respeto y la ética. En este punto, quedan entrelazadas las convicciones religiosas, morales y políticas –tomando aquí la más elevada acepción de la palabra política (del vocablo griego polis: ciudad y politeia: el arte propio de los ciudadanos, el arte social). Pero el vínculo entre lo moral-social-religioso y lo moral-social-político no se constriñe, desgraciadamente, al noble quehacer de fomentar la armónica convivencia dentro de una comunidad, sino que existe entre los practicantes de los peores vicios que han azotado a nuestra endeble especie Homo sapiens: las élites político-financiero-religiosas de todos los tiempos.
Mucho más puede decirse sobre el complejo tema de la ética y la moral en todos los ámbitos de la vida humana; por ahora, hasta aquí dejo la reflexión para lo que pueda servir.
No hay muerte, pero tampoco permanencia de las individualidades numéricas. Sólo permanece la sustancia única (la materia - alma universal) mutándose en nuevas individualidades. Giordano Bruno
*Comentarios: paty.barba50@hotmail.com
Twitter: @setimorena2013
Facebook: Patricia Barba/Comunicación Ciudadana
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