jueves, 29 de mayo de 2014
Xochiquétzal y Tlazoltéotl, diosas mexicas de la sexualidad
Andrea Bastien Galván / Cultura Colectiva.
Quizá sea poco lo que conocemos de mitología, pero es seguro que hemos escuchado de Afrodita, quien fue en la cultura griega la diosa del amor, la belleza, la sexualidad e incluso de la lujuria; o su equivalencia en la cultura romana: Venus, quien también se relaciona, y cómo olvidar a Eros, el dios primordial de los griegos, responsable de la atracción sexual, el coito y, claro, el amor. Las mitologías, a lo largo de las culturas antiguas, varían en las atribuciones a sus dioses; los egipcios tenían Anuket, los nórdicos a Freyja y los hindúes a Kãmadeva, quienes también eran una divinidad encargada de proveer amor y sexualidad. Pero posiblemente no suenen tan familiares los nombres de Xochiquétzal y Tlazoltéotl, diosas de los mexicas que también representaban estos elementos.
Y es que la mayoría de la información que tenemos sobre las divinidades de este pueblo la hemos conocido a través de las crónicas de fray Bernardino de Sahagún y fray Diego Durán, los evangelistas que llegaron al Nuevo Mundo tras la Conquista española. Ellos fueron quienes, en sus narraciones, explican las investigaciones y observaciones que hicieron sobre las diosas femeninas.
Los aztecas, el pueblo elegido por los dioses para proteger el Sol y cuidar la continuidad del Universo, nombraron a diversas deidades para ser autores del erotismo, pero dentro del pueblo politeísta destacan las diosas mencionadas. Atribuir el amor y la sexualidad a un ser divino es una muestra de la importancia de estos, algo tan significativo debía estar en manos de las deidades reguladoras de todo lo existente. Pero se sabe que no sólo los mexicas hacían esta labor, pues era necesario que todo lo incomprensible para las sociedades antiguas necesitaban a una figura divina que justificara lo inexplicable.
Xochiquétzal es la diosa del amor, la belleza, las flores, la fertilidad, la patrona de las jóvenes, del embarazo, los partos y de los oficios femeninos, un mito dirigido en su totalidad a la integridad y peso que tienen las mujeres. Xochiquétzal era estupendamente bella, simbolizaba los encuentros espontáneos juveniles y la tentación que hace caer a los hombres castos; su imagen se personaliza con un tocado de plumas de quetzal unidas en oro y piedras preciosas. Por otra parte, Tlazoltéotl fue denominada como la diosa de la sexualidad, de la lujuria y la pasión, la provocadora de amores prohibidos y del adulterio, de las pasiones carnales y la transgresión moral. En algunas ocasiones, Talzoltéotl fue conceptualizada como hombre; sin embargo, su común atuendo era una banda de algodón en la cabeza con dos husos textiles en los costados. Su boca se pintaba de negro, como se caracterizaba a las prostitutas.
La interrogante es, ¿por qué estas divinidades tienen tantas misiones? Probablemente sea por la simple razón de que una cosa desencadena a la otra. A pesar de ser conocidas sólo como las diosas del Amor y la Sexualidad respectivamente, los historiadores han acordado que ambas deidades son responsables de la sexualidad, pero desde miradas diferentes y ninguna es en realidad la del amor. Los cronistas citados nunca hablaron del sentimiento en concreto, quizá porque la idea del amor es algo culturalmente reciente. En las religiones prehispánicas, el sexo no se consideraba un tabú, al contrario del catolicismo, pues la sexualidad era algo divino y sagrado, Sahagún narró sobre cómo los mexicas la vivían y cómo las diosas incitaban el placer y perdonaban los excesos.
Se conocen más mitos de Xochiquétzal, además de su insoportable hermosura. Flor preciosa nació del cabello de su madre, y a pesar de haber tenido varios amantes fue la mujer de Piltzintecutli, hijo de la primera pareja homosexual. Su hijo fue el dios del maíz: Cintéotl. Por otra parte, se cuenta que también dio a luz a Nanahuatzin, quien se sacrificó en el fogón divino para transformarse en el Quinto Sol.
Xochiquétzal habitó en Tamoanchan, “cerro de la serpiente”, considerado uno de los paraísos y parte del primer cielo: el Tlalocan, ubicado en la cima del Cerro de la Malinche. Este recinto era naturalmente majestuoso y en él se podía hacer actividades recreativas mientras que enanos, payasos y otros personajes entretenían a la diosa con música y danzas, mientras que otras la atendían y la acompañaban para que ningún hombre la pudiera ver. Dentro de su edén se encontraba un árbol florido, del que se dice: si alguien podía coger una de sus flores, o era tocado por una de ellas, sería un afortunado enamorado.
Para rendirles culto, la fiesta de Ochpaniztill era dedicada a Tlazoltéotl, en ésta desollaban a una mujer que la representaba, y vestían a un hombre con sus vestimenta para que participará en un ritual. Entretanto, a Xochiquétzal le preparaban un rito con sacrificios, principalmente de muchachas y niñas.
Posiblemente, tachado como un pueblo de clima lujurioso, las creencias de los mexicas, se han reflejado a lo largo de la historia de la humanidad, pero la importancia del poder femenino y lo que éste supone, manifestado en sus mitos y diosas, son el resultado de lo que somos hoy.
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