• La Gran Fiesta que combina de todo e incluso se transita en un plano espiritual contemporáneo, aquí y en todos lados es impresionante.
Por Mario Ruiz Hernández
VALLE DE MEXICO., a 1° de noviembre del 2018.- Nadie como nosotros, y en cualquier país del mundo, la muerte ha tenido un cierto ambiente extraordinario de festividad inimaginable.
La muerte ritual y heroísmo en el mundo y cultura azteca. Sacrificios humanos de los indios de México, no han causado extrañeza en los estados precisamente causi-salvajes en medio de danzas y otras ceremonias dedicadas al Dios Sol y La Luna.
La epopeya; lo otro, lo diverso, ajeno, exuberante, lo que violentaba la norma y la imaginación; la ley conocida y la historia, lo primitivo y lo insólito, lo que finalmente estremece y da riqueza a la cultura mexicana.
Así, los sueños que florecen en las tierras de incalculables promesas, exageradas y fantasiosas para “convivir en el otro mundo” desbordado de veracidad con el cosmos.
En el México de hoy, envuelto en una liturgia que apenas tiene que ver con misterios de fe, es posible volver al tiempo y transitar en un plano espiritual contemporáneo.
Entre inciensos; música, aromas del pasado, danzas, flores, fruta, ropas, dulces, aguardiente, mole y cigarros, esqueletos, calaveras y bailes, se profetiza el Paráclito del fuego para llegar al pueblo del Sol a construir el Lago de la Luna.
Más a la par de ese conjunto de sensaciones oscuras, la añoranza y la fe en los días comunes persiste más que otros días.
Por eso la nostalgia de los camposantos; en las iglesias y parroquias, mercados, plazas públicas y altares, presentan año tras año una glosa de los tiempos en el mago calendario de la historia.
En el fresco de la vida interior de nuestra cultura; los gritos entre ruinas, los vivos se escudaban con los muertos.
Lo que si es indudable, es el olor a antaño, a los velos y a lo eterno, que maquillan las formas aprendidas de un ayer que sabe por todos lados de nosotros.
"Según la creencia de la civilización mexicana antigua, cuando el individuo muere su espíritu continúa viviendo en Mictlán, lugar de residencia de las almas que han dejado la vida terrenal.
El calendario ritual señala dos ocasiones para la llegada de los muertos. Cada una de ellas es una fiesta de alegría y evocación.
Llanto o dolor no existen, pues no es motivo de tristeza la visita cordial de los difuntos. La exagerada hospitalidad de los mexicanos es proverbial.
Desde remotas épocas hasta la actualidad, el “banquete mortuorio”, resplandece en todas las moradas nacionales, desde los humildes jacales o casas rústicas, hasta los palacios y mansiones.
La comida ritual se efectúa en un ambiente regiamente aderezado en el que vivos y muertos se hacen compañía.
Cada pueblo y región ofrece variados diseños e ideas para este evento, pero todos con la misma finalidad: recibir y alimentar a los invitados, y convivir (o tal vez “conmorir”), con ellos”.
Para los mexicanos el Día de Muertos o Día de los Fieles Difuntos representa algo más que la veneración de sus muertos, podría decirse que para los mexicanos a diferencia de otros países, lo reflejan burlándose, jugando y conviviendo con la muerte.
Haciendo un repaso de la historia, en las culturas mesoamericanas los nativos consideraban a la muerte como el paso a seguir hacia una nueva vida y fue hasta la llegada de los españoles que trajeron consigo las nuevas creencias con respecto a la vida y la muerte.
En la cotidianeidad del mexicano la muerte aparece salpicada de picardía, y en este día en particular, todos los cementerios del país se llenan de gente que está ansiosa de compartir esta sagrada fecha con sus difuntos.
VALLE DE MEXICO., a 1° de noviembre del 2018.- Nadie como nosotros, y en cualquier país del mundo, la muerte ha tenido un cierto ambiente extraordinario de festividad inimaginable.
La muerte ritual y heroísmo en el mundo y cultura azteca. Sacrificios humanos de los indios de México, no han causado extrañeza en los estados precisamente causi-salvajes en medio de danzas y otras ceremonias dedicadas al Dios Sol y La Luna.
La epopeya; lo otro, lo diverso, ajeno, exuberante, lo que violentaba la norma y la imaginación; la ley conocida y la historia, lo primitivo y lo insólito, lo que finalmente estremece y da riqueza a la cultura mexicana.
Así, los sueños que florecen en las tierras de incalculables promesas, exageradas y fantasiosas para “convivir en el otro mundo” desbordado de veracidad con el cosmos.
En el México de hoy, envuelto en una liturgia que apenas tiene que ver con misterios de fe, es posible volver al tiempo y transitar en un plano espiritual contemporáneo.
Entre inciensos; música, aromas del pasado, danzas, flores, fruta, ropas, dulces, aguardiente, mole y cigarros, esqueletos, calaveras y bailes, se profetiza el Paráclito del fuego para llegar al pueblo del Sol a construir el Lago de la Luna.
Más a la par de ese conjunto de sensaciones oscuras, la añoranza y la fe en los días comunes persiste más que otros días.
Por eso la nostalgia de los camposantos; en las iglesias y parroquias, mercados, plazas públicas y altares, presentan año tras año una glosa de los tiempos en el mago calendario de la historia.
En el fresco de la vida interior de nuestra cultura; los gritos entre ruinas, los vivos se escudaban con los muertos.
Lo que si es indudable, es el olor a antaño, a los velos y a lo eterno, que maquillan las formas aprendidas de un ayer que sabe por todos lados de nosotros.
"Según la creencia de la civilización mexicana antigua, cuando el individuo muere su espíritu continúa viviendo en Mictlán, lugar de residencia de las almas que han dejado la vida terrenal.
El calendario ritual señala dos ocasiones para la llegada de los muertos. Cada una de ellas es una fiesta de alegría y evocación.
Llanto o dolor no existen, pues no es motivo de tristeza la visita cordial de los difuntos. La exagerada hospitalidad de los mexicanos es proverbial.
Desde remotas épocas hasta la actualidad, el “banquete mortuorio”, resplandece en todas las moradas nacionales, desde los humildes jacales o casas rústicas, hasta los palacios y mansiones.
La comida ritual se efectúa en un ambiente regiamente aderezado en el que vivos y muertos se hacen compañía.
Cada pueblo y región ofrece variados diseños e ideas para este evento, pero todos con la misma finalidad: recibir y alimentar a los invitados, y convivir (o tal vez “conmorir”), con ellos”.
Para los mexicanos el Día de Muertos o Día de los Fieles Difuntos representa algo más que la veneración de sus muertos, podría decirse que para los mexicanos a diferencia de otros países, lo reflejan burlándose, jugando y conviviendo con la muerte.
Haciendo un repaso de la historia, en las culturas mesoamericanas los nativos consideraban a la muerte como el paso a seguir hacia una nueva vida y fue hasta la llegada de los españoles que trajeron consigo las nuevas creencias con respecto a la vida y la muerte.
En la cotidianeidad del mexicano la muerte aparece salpicada de picardía, y en este día en particular, todos los cementerios del país se llenan de gente que está ansiosa de compartir esta sagrada fecha con sus difuntos.
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