lunes, 17 de marzo de 2014
Pudrirla
Mariano Quiroga .
Cuando se habla de los golpes de estado de intensidad moderada o de guerra de cuarta generación se está haciendo referencia a levantamientos "espontáneos" fogoneados desde los medios de comunicación. Estos ataques a lo establecido ahora incluyen una fuerte masificación del daño a través de las redes sociales, operando con una ferocidad que desalienta y aterroriza
Se derrama la gasolina, se esparce la pólvora, se genera un malestar creciente y se comienza a golpear piedras para que las chispas salten. Algunas prenden, otras se extinguen como fuegos de artificio. Cuando alguna prende, se intensifica el trabajo para avivar el fuego. Puede darse que de tanto sobreactuar, la llama se extingue, sofocada, y todo se queda en un humo tóxico. Puede ser que prenda y se mantenga, pero no crezca, en ese caso lo que se busca es que perdure en el tiempo mientras nuevas chispas avivan o crean nuevos focos de incendio.
No todos los malestares son alimentados por intereses externos, siempre hay condimentos propios de cada lugar que justifican los reclamos y las exigencias a las autoridades, que pueden haber sido elegidas democráticamente o impuestas a punta de revólver. Pero la lista es larga: Túnez, Egipto, Bahrein, Yemen, España, Siria, Libia, Qatar, Tailandia, Birmania, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Canadá, Estados Unidos, Grecia, Italia, Brasil, Israel, entre otros.
Cada ejemplo con su particularidad, con lecturas bien diversas. Pero la operatoria desde el poder mediático empresarial siempre ha estado presente. No podemos soslayar el trabajo sistemático de demonización y denuncismo perpetrado contra el gobierno "socialista" español, creando las condiciones para que la derecha filofranquista del PP ganara las elecciones, en medio de multitudinarias convocatorias en las principales plazas de las ciudades españoles, en lo que luego los medios bautizaron como "Movimiento indignado". O la justificadísima movilización para derrocar a los dictadorzuelos Mubarak y Ben Ali, que dieron lugar al advenimiento de gobiernos islamistas, que fueron, a su vez, refutados de la misma manera que los anteriores, en las denominadas primaveras árabes.
Los casos en Latinoamérica tienen variantes en el sentido que se trata de atentados a gobiernos constituidos en democracia y con un gran apoyo popular. Sin embargo hay porciones de la población que son admiradoras de los valores que imponen los formadores ideológicos y culturales de las grandes corporaciones empresariales y mediáticas. Esa referencia de valores neoliberales ganó la batalla cultural en el imaginario de amplios sectores de la sociedad que encuentran en gobiernos populistas (2) el enemigo que impide que los deseos de esas minorías se concreten.
El levantamiento antiindígenas en Bolivia que puso en jaque al gobierno de Evo Morales, el levantamiento policial que atentó contra Rafael Correa, el golpe de estado mediático-parlamentario que dejó fuera del gobierno a Fernando Lugo en Paraguay (3) o la situación de polvorín que vive el pueblo venezolano actualmente son buenos ejemplos de esta conjunción desestabilizadora. Que tiene actores bien definidos: empezando por empresarios generando desabastecimiento; referentes mediáticos que vomitan discursos incendiarios; medios de comunicación que plantean escenarios catastróficos y distorsionan, no solo, las noticias del presente, sino, también, la lectura que se hace del pasado lejano y reciente; politicuchos que, a golpe de efecto, enarbolan los comprobantes de las denuncias que presentaron en los juzgados de los jueces cómplices necesarios; organizaciones internacionales que avalan dichas denuncias o las descripciones infernales de los medios o que aportan la amenaza armada necesaria para que muchos valerosos ciudadanos se lancen a las calles a cometer actos de pillaje y atroces y vergonzosas agresiones.
Dependiendo del calor que desprenden las llamas, las chispas o el incendio, uno puede ser más o menos consciente de lo que pasa alrededor. Pero nadie está a salvo de ser arrastrado en este torbellino incesante que inflama el rencor, la inquietud y que nos torna desconfiados en exceso. Las polarizaciones juegan un rol esencial, erigiendo fantasmales divisiones irreconciliables y atizando los bandos fragmentados (4). Donde pueden prevalecer los comandos de corte militarista que obedecen a una lógica de generar el mayor daño posible sin importar las consecuencias (5).
La Argentina, en este escenario, no ha estado exenta de los vaivenes especulativos, corridas cambiarias o inflacionarias, además de la permanente oposición esquizofrénica y la corporación mediática dispuesta a asestar todos los golpes que su febril imaginación les permita, así como creando condiciones para saqueos, huelgas y puebladas, con disímiles resultados (6).
La difamación, la tergiversación y la invisibilidad de las cosas buenas que pudieran estar sucediendo generan una asfixia que necesita una descarga catártica. El culpable de todos los males debe estar claramente definido para que la deflagración se produzca y los corporativistas monopolistas puedan alcanzar sus objetivos imperiales.
Pero así como las redes sociales e internet pueden utilizarse para sembrar el desánimo, también es utilizado para descontaminar, desmentir y ponderar los ánimos. Las poblaciones ya no son tan ingenuas y hay una mayor capacidad de reversibilidad tanto emotiva, como intelectual, que facilita no entrar en el juego de las provocaciones.
Hoy, más que nunca, es necesario informarse y complementar los datos con experiencias personales y con testimonios de primera mano. La capacidad de escucha y de encontrar los puntos de complementariedad y fortalecimiento colectivo son fundamentales para reconstruir el tejido social destruido por décadas del dominio de la deshumanización. Crear nuevos paradigmas comunitarios, restablecer los lazos y lograr una reestructuración profunda de los valores esenciales es la tarea superadora de esta época de hipnosis, prepotencia y revanchismos (7).
La estrategia que atenta contra el bien común está clara: pudrirla. La respuesta sólo puede ser despierta.
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