• Habitantes de la cabecera municipal claro que sí, vivimos
en nuestro tiempo una impactante cosmovisión de los mitos, sueños y demás
legados que nos dejaron los míos y tus abuelos
• De nueva cuenta, recordar aquellos momentos que,
indudablemente marcaron nuestra infancia y la de muchos que socializamos en el
Naucalpan, centro y sus barrios
Por Mario Ruiz Hernández
Naucalpan, Méx., noviembre del 2023.- Creo que aún y todavía
muchos vecinos y amigos de la época, no olvidamos aquellas historias y pláticas
nocturnas de miedo y espanto y traerlas al aquí y al ahora en tan significativa
fecha.
De ésta y otras generaciones que aquí en el legendario San
Bartolo habitamos, no podemos despreciar esas notables leyendas que francamente
nos atrapaban todas las noches.
Sin duda, dentro de las comunidades y barrios cercanos, La
Colonia “El Conde” llegó a alcanzar entre sus mitos, la más extraordinaria
narrativa de aquellos tiempos de frailes, vampiros, brujas y hasta “La
Llorona”.
Quizá, el río y su puente originalmente de madera para
atravesar de un lado a otro del lugar, ya daba escalofríos a cada hora y de
sobre manera, precisamente en las noches.
Aún y todavía en estos tiempos, al otro extremo de la calle
Abasolo antes de llegar a las vías, la oscuridad es algo así como de tenebra y
que decir de la inseguridad que completa el contexto.
Sin embargo, claro que las una y ciento de leyendas, ahora
que “la planchada”, apareció en el Hospital de las vías, o en el de color Rosa
del Seguro Social (IMSS), o la Clínica 61 en lo que fue el Rancho Urbina.
En otro orden, y del señor Conde, todos comentaban y
aportaban algo posiblemente verídico y en ocasiones, relataban episodios de
ficción o quiméricos que sonaban creíbles.
En un complejo arqueológico descubierto entre 1907 y 1908
por Manuel Gamio, refiere una enmarañada historia, la cual, al explorar
diversos montículos en las antiguas llanuras de Naucalpan, encontró que uno de
ellos, en cuya cima un señor llamado Manuel Conde hubo construido su
residencia, ocultaba una pirámide, la hoy llamada Pirámide del Conde.
Esta pequeña cimentación que, aun cuando mezclada con otras
culturas, está considerada de origen Chichimeca.
Su meseta superior mide 2, 242 metros cuadrados más o menos,
que invita al mundo cósmico y también real.
La Pirámide del Conde se encuentra localizada casi en el
corazón territorial de Naucalpan. En sentido de sur a norte, a la izquierda y
muy cerca del boulevard Manuel Ávila Camacho (carretera México-Querétaro), y
próxima a la Avenida Primero de Mayo, por un lado, y las instalaciones de la
Unidad Cuauhtémoc del Seguro Social.
La estructura está limitada: al norte, por la calle de
Ozumba; al sur la de Amecameca; al oriente por la de Chalco, y al poniente por
la de Texcoco.
No obstante, la mutación de un mundo de ficción al real,
claro que dejó sinnúmero de hechos imborrables en cada crónica que nadie
desmentía en toda la colonia.
Los retos de niños y jóvenes presumían de enfrentar “los
miedos” que provocan esas historietas y/o leyendas en igual, el universo de los
fantasmas y las almas en pena.
Salidas diversas epopeyas del propio panteón de San Andrés
Atoto enclavado en uno de los extremos de la colonia, según “espíritus del más
allá”, emergieron temidos monstruos, vampiros, brujas y hasta nahuales que no
nos gustaría encontrar en algún paraje solitario en medio de la noche en esta
zona.
El terreno que donó don Enrique Jacob Gutiérrez, en 1813 de
lo que antes era el Rancho de San Andrés Atoto, para la creación del panteón,
alberga una parroquia de descanso que da miedo en serio.
Es una pequeña ermita tan oscura que pocos y de años se
atreven a ingresar, y mínimo a persignarse, o a rezar un “padre nuestro o una
Ave María”, y la decora un Cristo con los cabellos sobre su rostro que, al
parecer, es escalofriante.
En otro orden, cientos pues, fueron los acontecimientos,
ideas macabras que presumiblemente sucedían en sus entornos y en la periferia
que, del mismo modo tenían en grave pánico a mujeres que a altas horas de la
madrugada acudían a formarse a la Lechería Conasupo Liconsa en las calles de
Venustiano Carranza y Abasolo en el centro de Naucalpan.
Cuántas fábulas coincidentes de féminas y hombres, de gritos
escandalosos tan aterradores, como increíbles, acompañados de una figura
cubierta de una sábana blanca caminado por encima de las aguas putrefactas del
río y otros que atravesaban el Parque Revolución.
La columna de frailes que de algún lugar salían caminado
sobre la calle Jardín hasta llegar a periférico, cruzar por el puente de
periférico y desaparecer en la media cancha del campo de futbol del estado de
la Unidad Cuauhtémoc, y hay otras del Mulato en el antiguo rastro de Naucalpan
en la calle de 5 de Mayo, al lado de la Casa del Popo y Benito Gutiérrez
Becerril.
Por otra parte, y en el contexto social, la convivencia
vecinal; el nostálgico equipo de Fútbol de “Los Tiburones Rojos del Veracruz”,
La Escuela Primaria, Ángel María Garibay o Enrique Jacob Gutiérrez, Los Campos
de la Bomba de Agua y La otrora “Cascada” de la familia Jacob cercana al hogar
de la familia Mejía, los grandes cuentos de miedo se convertían en nuestra más
grande pesadilla.
En el Conde, no era raro que de tiempo atrás presuntamente
vivían hechiceros, lectores de mano, santeros y seres que realizaban limpias e
incluso, personas con ambición desmedida que utilizaban objetos mágicos en sus
ceremonias y rituales.
Pocas veces, en las tardes-noches incursionábamos sin miedo
a la colonia por el negro antecedente, en contraparte del temor a los vivos y
el respeto a sus residentes que en verdad no se dejaban.
En suma, entre el mundo de la ficción y la realidad, la
comunidad del Conde muestra el rostro poco conocido y en sus entrañas da
testimonio de aquel Naucalpan que prácticamente “nos robaron”.
Un Naucalpan, rico en costumbres, tradiciones y mitos,
poseedor de una cultura milenaria que, en la evolución, no cambia y sigue
asentando un genuino testimonio que se desconoce.
Asentamientos naturales como el San Bartolo, La Ahuizotla,
Los Remedios, San Juan Totoltepec y sus centros de reunión o de abasto, nos
permiten sostener ese arraigo e identidad que tenemos.
Así pues, no podemos dejar pasar sitios, lugares, áreas,
perímetros ahora urbanos que nos conducen al pasado, llenos de gloria, amor y
pasión por estas tierras.
Seguro que en cada comunidad de Naucalpan refieren una de
tantos “cuentos de espanto o de miedo”, de esos que tienen a la gente en la
zozobra o en la incertidumbre.
La periferia al Naucalpan centro-San Bartolo- los cuentos
del volar de “Las Brujas de San Juan Totoltepec”, cual bolas de lumbre
atravesando el Bosque de los Remedios de un lado a otro.
Los nahuales de la zona, lo mismo en Santa Cruz Acatlán como
en Santiago Occipaco o San Mateo Nopala, sus “lloronas” y la lumbre en señal de
algún enterramiento de monedas de Oro y/ o Plata.
Las visiones de algo lejano, una sombra, o un fraile
caminando a pie firme a altas horas de la noche o una monja saliendo de la
iglesia del pueblo después de las 12 de la noche o un jinete sin cabeza.
En fin, relatos de todo tipo existen, cuentos que no acaban porque siempre hay algo que alguien aporta y más en el anuario Tradicional de “Día de Muertos”.
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