viernes, 16 de mayo de 2014
Carta a Felipe, un campesino que murió desangrado
Felipe, rumbo a su tumba. Foto: Arturo de Dios Palma.
CHILAPA, Guerrero, 15 de Mayo de 2014.
Arturo de Dios Palma.
La única vez que te vi estabas tendido sobre un petate, en el piso de tierra de un cuarto con paredes de otate y techo de lámina. Estabas rodeado de flores silvestres, alumbrado por veladoras, cubierto con una sábana blanca. Sí, estabas muerto.
Un día antes te habías rendido a una hemorragia nasal que no pudiste atender. No había centro de salud o médicos en tu comunidad, San Marquitos, Chilapa.
Moriste, luchando sin armas contra la enfermedad, como muchos otros jóvenes indígenas, en ese pedazo duro que puede ser la Montaña de Guerrero.
Pasaste peleando seis meses contra la anemia aplásica que te detectaron. Habías cumplido 14 años de vida. Apenas 14, Felipe Vivanero Martínez. En vida eras un muchacho de rostro redondo, de piel morena y con un cuerpo lleno de vida.
Después de que comenzaste a sufrir desmayos, y un sangrado constante por la nariz y las encías, anduviste de un hospital a otro por toda la región. Te internaron en el Hospital General de Chilapa, donde no pudieron detectar lo que tenías. De ahí te mandaron al Instituto de Cancerología de Acapulco, donde te hablaron de eso de la anemia aplásica: las células de tu médula ósea estaban defectuosas y no permitían el buen desarrollo de tus glóbulos rojos, blancos y plaquetas.
Estabas condenado, Felipe. Y tu cuerpo te lo decía: antes de morir estabas flácido, pálido y tu rostro delgado, escurrido.
Tu hermana mayor, Josefina, murió igual que tú, por una hemorragia, en el 2001. Y también tu mamá, María Francisca Martínez de Jesús, y tu hermano Margarito. Todos con los mismos síntomas, por las mismas causas.
Tu madre y tus hermanos comenzaron a morir después de que regresaron de Culiacán, donde trabajaron en el campo Bella Vista, en el corte de chile.
Tú lo recordabas: en el año 2000, allá en Culiacán, Josefina tuvo una hemorragia nasal que obligó a tus padres a regresar a Chilapa para internarla en el hospital. Ahí le dieron unos medicamentos que sólo pudo tomar un tiempo. Justo un año después, murió por un profuso sangrado. En cuestión de horas, y con 12 años de edad.
Un año después falleció tu madre, por una hemorragia vaginal. Y Margarito, tu otro hermano, anduvo igual que tú, de un hospital a otro. Al final, por la falta de dinero para el pasaje, tu papá no lo pudo llevar a Acapulco y se quedó en San Marquitos, para esperar la muerte. Tenía 15 años. Vivió un año más que tú.
Lo que no supiste, a fin de cuentas, fue que la anemia pudo haber sido provocada. Alguna sustancia tóxica que quizá ingeriste.
Tampoco, de seguro, supiste que en el 2012, a través de un boletín, el número 116, el Instituto Mexicano del Seguro Social alertó que tener contacto frecuente con ciertos productos químicos de uso cotidiano en el campo, como los insecticidas, está vinculado con ese tipo de anemia.
Sí, tú y tu familia, la mayor parte de su corta vida, la pasaron trabajando en el campo, en la siembra. Tú papá, Tomás Vivanero Barrera, se preguntaba continuamente: ¿quién puede saber cómo se enfermaron?
Tus últimos seis meses de vida fueron intensos, Felipe, como puede ser el tiempo que se acompaña fielmente con dolor, marginación y pobreza.
Todo lo sabías mejor. No habría forma de no ver cómo tu padre, quien sigue viviendo en San Marquitos, se resistía a perder la esperanza de que los cinco hermanos que te quedan no mueran de la misma manera.
Hoy que te escribo, porque pienso que a tu casi década y media de vida, en medio de la pobreza, tal vez nunca te sentiste condenado por una mala suerte.
Apenas hace unos cuantos años conociste la luz eléctrica, aunque no lograste ver cómo caía el agua por una llave. Ni viste los caminos vestidos de asfalto, ni a tus cuatro hermanos pequeños metidos en una escuela amplia, con salones limpios, con pizarrón y, sobre todo, con profesores todos los días. Tampoco pudiste ver una clínica o una casa de salud.
De seguro te moriste sin ganas de verlos. ¿Quién puede añorar lo que nunca ha conocido?
Fue tu vida, Felipe, como la vida de tantos millones de mexicanos: desde antes de que nacieras, unos cuántos hombres, aquellos que mandan en este país, ya te habían condenado a la miseria.
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