viernes, 2 de mayo de 2014
¿Hacia dónde va la juventud Latinoamericana?
Ricardo Martínez
Imagen de referencia | Autor desconocido
En el contexto de la crisis económica global que devino después del crack financiero en 2008 en los Estados Unidos, el declive de la producción diversificada europea y los altos niveles de sobre producción capitalista inter e internacionalizada, la juventud es uno de los sectores más golpeados en al menos tres esferas: empleo, expectativas de vida y seguridad.
En América Latina y el Caribe, la población juvenil suma alrededor de 109 millones de personas entre las edad de 15 y 24 años de una población total de 617 millones de habitantes en los 22 países del subcontinente.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) reveló que el 40% de la población juvenil no trabaja, el 20 por ciento no estudia ni trabaja, más de 16 millones tienen ocupaciones precarias y 7 millones trabajan como “independientes”.
Un panorama desalentador para quienes en el actual sistema del mundo, están más propensos a la multiplicación del consumo simbólico, pero con restricción de consumo material; más acceso a la información, pero menos acceso a tomar decisiones públicas; más expectativas de vida, pero menos opciones para realizarlas.
Se trata de un “espasmo” o contracción dolorosa generacional que hace más visibles las desigualdades de clase, género y etnia en la región. Con todo y los esfuerzos en algunos países para generar opciones alternativas, la regla confirma que aún las condiciones paupérrimas de subsistencia permanecen.
Immanuel Wallerstein, teórico de las crisis sistémicas, señala que el proceso de desarrollo capitalista global se manifiesta como un proceso de polarización. Crisis sociales y políticas anudan el drama económico como esferas caóticas de la actividad humana del presente.
El capitalismo mantiene su hegemonía global. Latinoamérica no escapa a la crisis estructural sistémica. La contradicción capital-trabajo sigue abonando, en medidas diversas según cada país o región, a la tasa general de ganancia.
Sobre las espaldas de la juventud y otros sectores, la crisis se cobra su solución. Contracción de la posibilidad productiva (cierre masivo de ámbitos laborales, precarización o trabajo a destajo, caída de salarios reales, despidos). El desempleo es el flagelo más visible de la crisis sistémica que hoy padece el mundo y sus regiones como Latinoamérica.
En este cuadro, las opciones de futuro para la juventud se desvanecen. El presente aparece como opción pragmática e instantánea. La política empresarial del just in time moldea sus actitudes, acciones y destrezas. Los jóvenes son más prolíferos en sensibilidades pero más segmentados en su comunicación, más volcados al presente, pero con más exigencias para lo próximo. Vivir al día, es otro de los flagelos de su actual situación.
El Fondo de Población de las Naciones Unidas identifica otras condiciones. Por ejemplo que el 50 por ciento de esta población está en riesgo ante los problemas sociales como la violencia y la inseguridad.
Y es que otro ámbito de la crisis es el de la violencia como condición de sobrevivencia en un mundo de sálvese quien pueda, la cultura de la modernidad capitalista es su esplendor. Alcanzar un nivel de vida al costo que sea como objetivo prioritario del joven, lo que se traduce en la pérdida de valores sociales y solidarios; consumismo, despilfarro. La juventud atrapada en una paradoja: petulancia enfrentada a las conductas de riesgo.
Naomi Klein, canadiense y autora de los libros No Logo y la Doctrina del Shock (que todo joven debería leer) explica cómo los métodos de control social en tiempos de crisis generan adhesión, sumisión y complacencia. Domesticación, en una palabra. Se trata del auge del capitalismo del desastre, un capitalismo-crisis que se edifica a través de la violencia y el choque sistemático desde los poderes económicos, políticos, militares y crimen organizado.
Si este es el desagradable contexto de la juventud y particularmente de la juventud latinoamericana, ¿Qué se puede hacer?, resulta una pregunta inmediata. En realidad, no hay una sola respuesta, sino muchas y ya se están dando. Recientemente en Bolivia, un país sudamericano con un gobierno democrático compuesto por una importante alianza multicultural, se realizó la Cumbre Juvenil Latinoamericana donde participaron más de 3.000 jóvenes de la región.
Las conclusiones fueron contundentes. Luchar por políticas de empleo para la juventud. Esto es transformar la tasa general de productividad. Que los niveles de explotación del trabajo vivo bajen considerablemente. Se trata de una lucha en favor del trabajo limitando al capital. Además se acordó promover las culturas ancestrales y a la par un proceso de descolonización política y cultural.
Otros temas que se discutieron fueron educación, pobreza, participación, democracia y cuidado a la madre tierra. La preocupación por el cambio climático también se plasmó en los retos humanos por resolver desde el enfoque de la juventud.
Osmin Molina es un salvadoreño con una larga trayectoria en organización juvenil. Sostiene que los avances de la juventud latinoamericana se miden a partir de su concientización sobre los problemas reales. “Problemas como empleo, educación y violencia son sensiblemente reconocidos y puestos en debate para su solución a través de la organización de la juventud. Cada vez, vemos más protagonismo de los jóvenes en la búsqueda de alternativas”, dijo.
Uno de los ejes programáticos de la Cumbre Juvenil fue la Integralidad entre la humanidad con el medio ambiente, esto con base en la perspectiva del Buen Vivir como política que en países como Bolivia y Ecuador se practica a nivel comunitario, estatal y regional, hacia la integración latinoamericana.
Pasa, dice Molina, “por encausar los anhelos, deseos y propuestas de la juventud de América Latina a la solución desde su propia visión, esfuerzos y dinamismo, referenciarse como motor de los cambios que se requieren en nuestras sociedades.”
Si las condiciones de la juventud son poco alentadoras, “habrá que articular redes regionales de la juventud para ir formando una base coherente y coordinada hacia la Integración de nuestros pueblos”. La Integración regional permitirá, en la diversidad, resolver mejor nuestros problemas de pueblos multiculturales y comunes como los latinoamericanos.
La región centroamericana es una de las de mayor conflictividad social estructural. Violencia de pandillas, desempleo crónico, falta de oportunidades económicas y educativas. Para Molina, “la integración de la región es un paso necesario para tratar temas comunes con participación de la juventud, a través de sus propias vías de organización social o institucional con las que cuenten.”
Propone que la política debe ser territorializada, “que tenga un impacto en la juventud, en lo local, en el territorio. La política no debe ser amarrada a la búsqueda desde el Estado, sino qué es lo que la juventud quiere de sí mismo y desde su comunidad, colectividad o Estado. Allí viene esa relación dialéctica juventud-Estado que le permita a las distintas franjas juveniles obtener repuesta, oportuna e inmediata a sus cada vez más crecientes necesidades de identidad y pertenencia”.
En síntesis, los retos de la juventud latinoamericana en el sistema mundo caótico que hoy vivimos son diversos. Sin embargo, a partir de su conciencia, esfuerzos y acciones organizadas con una perspectiva de integración se podrá escalar hacia soluciones en el mediano y largo plazo.
Fuente: RT
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